El accidentado regreso de Vainica Doble
El pasado martes, y en la sala Olimpia, se producía uno de los regresos musicales más esperados, necesarios o intuidos que puedan tener lugar en Madrid. Se trata de los primeros recitales en condiciones (teóricas) que daba Vainica Doble después de un tiempo casi inmemorial.La gente se las prometía tan felices y acudió en aterida algarabía a llenar las dos sesiones. Quien más quien menos estaba allí con una especie de nostalgia subliminal enredada con el cariño y una cierta expectación hacia lo desconocido. Y es que Vainica Doble nunca ha prodigado demasiado sus actuaciones, de manera que tras todos estos años todavía son, para la mayoría, una incógnita. Pero el caso es que la cosa era cierta y por allí surgieron (sesión de tarde) Carmen y Gloria, acompañadas por unos cuantos músicos cuya misión obvia debía ser la de enriquecer el asunto.
Sólo que, por desgracia, las cosas empezaron a rodar trabajosamente. Resulta que aquello no sonaba o que sonaba mal, para ser más exactos. El problema radicaba en que a ellas, a las vainicas, no se les entendía casi nada de lo que decían. Ahogadas en el tumulto amogollonado del grupo, sus palabras resultaban ininteligibles. Pronto los asistentes comenzaron a dar ostentosas señales de mosqueo expresadas en un tono agridulce y quejoso: «¡Que no se os entiende!» o «Esto es una agresión física», y ellas, amadas por todos, no acababan de comprender el problema. Y los gritos de censura se entreveraban con los aplausos de ánimo, mientras el técnico de sonido, acostumbrado sin duda al rock duro e impasible el ademán, le echaba la culpa de todo al empedrado del local.
El resumen de esta actuación vespertina es una sola palabra: chapuza. Una chapuza tierna en la cual las canciones de Vainica se perdían ante la desesperación de los presentes. Aquello debía ser el reino de los matices y era la cueva de lo bruto. Lo que en el caso de estas mujeres, que hacen unas letras maravillosas, unas músicas sorprendentes y que, cosa rarísima, tienen un sonido propio y diferenciado, resultaba dramático. Fueron soltando canciones de todas sus épocas, y ni ellas ni los músicos tuvieron culpa de la encerrona técnica. Por la noche sonaron algo mejor, pero es que uno, junto a otros muchos, está más que harto de no poder escuchar las cosas como se deben, ver frustrado el interés general por defectos absurdos.
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