Ser pegamoide
Ser o no ser, aquí y ahora, para el que tiene veinte años, es ser o no ser pegamoide. Los Pegamoides propiamente dichos, que empezaron siendo un conjunto rockero a su manera, han difundido voluntaria o involuntariamente una filosofía, una manera de tener veinte años en Madrid: lo pegamoide.Así como hay un cine cheli -Opera prima, La mano negra, algunos cortos, etcétera-, hay ahora, ya, un cine pegamoide, porque el joven piensa en imágenes, y ya dijo Eugenio d'Ors que «la pasión tiene imágenes que la geometría desconoce». Almodóvar, con su primer largo, eso de «las chicas del montón», convocó la otra noche en varios cines madrileños una movida pegamoide que ha sido como la puesta de largo de la nueva juventud novísima, que al fin y al cabo nadie escapa al rito, y si ellas no se lo hacen hoy de tul ilusión, porque ya no les ilusiona, se lo hacen de cabeza beat, collar hippy, gafas punk, pantalones Rabanne/underground, fumata ácrata, argot pasota y cuerpo demasiado. La incorporación de todo esto, más el soporte desencantado y pasotista de tener veinte -años, da lo pegamoide, o sea la pegamoidad. Gaston, de El Sol; Alaska, pequeña y rabiosa; el Berlanguita del tocata; Carmen Maura, una gran actriz que se sube con diez años de retraso a los caballitos de la verbena pegamoide; Parejo-Díaz (con el que fui yeyé hace siglos: éramos los pegamoides de entonces), Pilar Trenas, que se desapunta de pegamoide para casarse; Querejeta, de vuelta de su cine cripto/antifranquista, que viene a orientarse en pegamoidad, y muchas chicas del montón.
¿Son pegamoides porque tienen veinte años o tienen veinte años porque son pegamoides? Lo pegamoide esencial es algo así como la socialdemocracia de, la acracia general, un mogollón a medias entre los navajeros y los yonquis, pero pasando dulcemente de unos y otros. Lo pegamoide es una de las múltiples huídas de la Historia y del presente que ensaya hoy la juventud: hacia el Renacimiento, hacia el cómic, hacia Grecia, hacia Guillermo el Conquistador, hacia Ceesépe, hacia uno mismo.
Lo pegamoide, como casi toda la acracia juvenil e inmatura, supone una prolongación desesperada y sonriente de la propia infancia -recortables, Hollywood, Guerrero del Antifaz-, lo cual a su vez, es claro, supone miedo a la vida expresado como agresión a la vida. Siempre ha sido así. Dijo Nietzsche (ahora invocado por Wojtyla para qué no abusemos de nuestra santa esposa, que el filósofo de Sils-María era misógino) que una generación no es sino el rodeo que da la naturaleza para producir un genio. Dela generación pegamoide se salvará un genio, como mucho, igual que de cualquier generación. Lo demás no es sino el estreno de anoche, aquellas ropas chapadas en titanlux, verdura de las eras de marihuana, frufrú fin de siglo (estamos en otro fin de siglo) y pasa contigo, tío, que te lo haces fatal, oye, de qué va la movida, chorva, no me seas -demasiado, menos película y aclararse, cuídate la moqueta en Rupert, que el pelo punk ya no se lleva, loca. Por arriba, Fernando Savater escribe su primera novela y comienza a guardar las distancias lúcidamente con respecto de una nueva derecha que se ha creído que esto es la guerra y pide más madera para quemar rojos. Por abajo, la realidad del personal imita al arte de Almodóvar y lo supera, como la entráda del público en la ópera supera siempre, visualmente, a la ópera.
El gran neurosiquiatra Antonio Colodrón me convoca para una mesa sobre la comida de coco televisiv,o /infantil con los juguetes de Reyes. Pensemos que los pegamoides de hoy nacieron -respetadles con la tele. En su película se burlan del mundo de spots en que nacieron. Lo pegamoide es una rebeldía que no se atreve a decir su nombre. De ellos se salvará uno, como siempre. El resto, a los treinta años, todos telepáticos. O sea, lo legal.
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