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RELIGION

Surgen en el sínodo las primeras voces discrepantes con las tesis conservadoras

Juan Arias

El sínodo general de obispos lleva discutiendo el tema de la familia cristiana en el mundo moderno sólo dos días y ya se advierte que no todo va a ser tan manso como parecía. Inmediatamente después de la alocución introductoria del arzobispo de Mónaco, el cardenal Ratzinger, que es hoy el enemigo teológico más acérrimo de Hans Kung, su compañero de «teología progresista» durante el concilio, han empezado a surgir las primeras voces de disenso a la ponencia del cardenal alemán, que después del concilio se ha pasado al grupo conservador, especialmente las de los cardenales Tarancón, Quinn y Hume.

El primero que ha abierto el fuego sobre el espinoso problema de los medios artificiales del control de nacimientos ha sido el presidente de la conferencia episcopal de Estados Unidos, John Raphael Quinn, arzobispo de San Francisco, el cual, a pesar de que el Papa en Chicago había defendido contra viento y marea la encíclica de Pablo VI, Humanae Vitae, ha dicho en el sínodo que «es necesario profundizar la doctrina de la Iglesia sobre los anticonceptivos» y ha recordado con mucha fineza diplomática, para que su postura no pareciera un enfrentamiento con las palabras del papa Wojtyla, que ya Pablo VI a las pocas semanas de la promulgación de su encíclica y ante las polémicas que había despertado incluso en muchos episcopados, había afirmado que «era necesario seguir estudiando el tema de la encíclica de una manera más completa, orgánica y sintética».Pero quien no ha tenido pelos en la lengua ha sido el famoso arzobispo de Westminster, cardenal George Basil Hume, que habla sido uno de los mayores papables en los dos últimos cónclaves. El abad benedictino ha dicho ayer claramente que «tantos cristianos buenos y concienciados no pueden hoy aceptar la doctrina tradicional de la Iglesia católica sobre los métodos anticonceptivos» y que no se puede aceptar como definitivo que los católicos puedan usar para el control de nacimientos sólo los métodos llamados naturales. Se ha tratado de una intervención que, por la autoridad del cardenal y por su claridad va a traer cola, ya que el caballo de batalla de este sínodo en realidad va a ser el tema del control de natalidad, el matrimonio de los divorciados y las relaciones prematrimoniales. Nadie esperaba que el tema del aborto se abordara sino en clave tradicional.

Junto a estas dos intervenciones que han agitado las aguas del sínodo que parecían demasiado quietas, ha sido muy apreciada ayer la del arzobispo de Madrid, cardenal Enrique y Tarancón, que en realidad ha sido la más profunda hasta el momento, ya que no se ha limitado a tocar un problema concreto.

Cogiendo el toro por los cuernos, Tarancón ha dicho que «no basta indicar los peligros, sino más bien abrir nuevas posibilidades de búsqueda, y sobre todo escuchar a los esposos». Indirectamente, el arzobispo de Madrid ha querido responder a quienes en estos días en Italia ironizaban sobre el hecho de que sean doscientos obispos «sin experiencias directas de familia, quienes indiquen a todos los cristianos, sin escucharles, cuáles son las soluciones a sus problemas que no conocen».

Tarancón ha dicho también con un cierto tono polémico, contra quienes afirman que la Iglesia sobre estos temas haya dicho todo y que el problema es sólo pastoral, que «no basta con repetir lo que siempre se ha dicho, sino que es necesario estar abiertos a una búsqueda teológica y científica». Quizá su afirmación más importante ha sido la siguiente, transmitida por todas las agencias: «El sexo hay que saber verlo también como medio de comunicación social». Es una idea que el concilio había apenas insinuado, con mucho miedo, y que después había sido de nuevo arrinconada ante las afirmaciones de que para la Iglesia católica el sexo hay que verlo en función de la procreación y nada más.

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