La ola
¿Qué pasa ahora, señor Rosón, en qué hemos sido malos, por qué hemos sido malos, qué hemos hecho, por qué se nos castiga sin piedra ni palo, sino con esa formidable y espantosa máquina de la-ola-de-erotismo-que-nos-invade; qué ola, ministro, qué ola?La-ola-de-erotismo-que-nos-etcétera, es ya un latiguillo latigante como la conspiración judeomasónica de los anteriores, que algunos, muchos, casi todos, todos, han pasado a posteriores y periódicamente, no sabemos en respuesta a qué, como demostración de qué fuerza o debilidad, el ministro del ramo, el ministro en olas, últimamente el señor Rosón, claro, nos amenaza (porque aquí se nos protege amenazándonos, o a la inversa) con reprimir duramente la-ola-de-erotismo-que-nos-invade, que son como los anillos de la serpiente o monstruo del lago Ness, fabulación político / periodística que, al fin, ha tomado corporeidad en la ola, como los mitos preceden siempre a los imbéciles.
He estado viendo a ver, moviéndome un poco por el mundo de la ola, que es lo mío, que uno siempre ha andado metido en procelas, y lo más que veo es Alfredo Landa, el sátiro en calzoncillos del franquismo, que ahora va de Paco el seguro, ya a nivel mercadocomunitario. El lienzo moreno de nuestros recios calzoncillos nacionales ha podido con las sedas antracita de los slips del ejecutivo europeo. Claro que Laura Gemser pasa por la malfamada calle de la Montera en plan hembra erótica, montándoselo de insaciable, pero, como decía Daninos, «las tardes... han visto tantas cosas». La calle de la Montera ha visto -y ve- tantas cosas. Allí, esquina a la plaza del Carmen, funciona una trata del blancas que, generalmente, son negras o morenas, una prostitución menor de edad que sin duda el señor Rosón va a reprimir una vez más, porque a las putarazanas, como a los moriscos de la Reconquista, las hemos expulsado para siempre unas mil veces. Y es que no se trata de un fenómeno policíaco, sino de un fenómeno histórico. Lo de las meretrices de la calle de la Montera tendría que estudiarlo don Claudio Sánchez-Albornoz.
Clínicas sexuales, adolescentes despreocupadas de la ropa de otoño y de cualquier ropa, Ovidi Montilor con el culo al aire (a mí no es sujeto erótico que me perturbe mayormente); Ana Torrent, pura como una primera comunión de ojos negros, los cuplés de Oiga Ramos y de Saritísima, humor verde de Muñoz Seca; doña Rosita, que sigue soltera; Nuria Espert, diluyendo sus encantos mediante la expresión corporal; Emma Cohen, quitándose los leotardos para volver a ponérselos en seguida; Addy Ventura, que me defiende a Franco y me condena el destape; María Asquerino, redimida, al fin, como Filomena Maturano, más humor verde y viejo -Jardiel-, la sexy cateta; la lozana andaluza, que es arqueología, pese al soplo lírico de Alberti; Sade, traducido al argentino, que se queda en Gardel; bragas de oro en Chelsea, profesoras que se divierten, mi paisano Bariego, que la cambia sin ver (nunca dimos gran juego los vallisoletanos), algún que otro café/karnasutra; Gila -otra carroza-, en el Retiro; Bibí Anderson, que está mundial, pero luego dicen que es un hombre; cornudos y putidoncellas en el Centro Villa de Madrid (eso sí parece grave); Ana, con su body massage, que no ha aprendido nada nuevo desde antes del verano; Mayka, las Mimosas, las Geishas, todavía con el rollo tailandés; Madame René, en plan París nazi, más el enrolle particular de cada uno. No hay caras nuevas, aunque tampoco veníamos buscando precisamente caras.
No, señor Rosón, no ha crecido ni engordado de glúteos el monstruo lujurioso del lago Ness. Lo que pasa es que usted hace demostraciones de fuerza y concentra sus divisiones acorazadas en la débil frontera del pecado, como Breznev sus cuarenta divisiones en la débil frontera de Polonia. Ni a Breznev ni a usted los he entendido nunca.
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