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TERCERA CORRIDA DE LA FERIA DE COLMENAR

Lo sucedido tiene un nombre: estafa

Nos roban la cartera al entrar en la plaza colmenareña y la sensación de atropello no habría sido mayor. Lo sucedido ayer en aquel coso tiene un nombre: estafa. Seguramente será imposible defraudar al público con rnayor descaro. Los taurinos vuelcan toda su inteligencia (si es que cuentan con esta materia) y toda su tunantería (de la que andan sobrados) en hacerle regates al reglamento taurino, a la autoridad, a la gente que paga y hasta al sentido común.Hace falta no tener ni dos dedos de frente para, después del escándalo mayúsculo del sábado, donde no ocurrió una tragedia por puro milagro, presentarse el lunes con una corrida de toros que era una verdadera provocación. Aquello que salió por los chiqueros, sin tipo, sin cara, sin pitones y sin fuerza era como para que la gente queniara la plaza. ¡Oh, no! No la iba a quemar, claro; se dice en sentido figurado. Todos nos echaríamos las manos a la cabeza, nos rasgaríamos las vestiduras, haríamos pomposas proclamas para que cundiera la educación y el civismo. Nunca la violencia.

Plaza de Colmenar

Tercera corrida de feria. Cuatro toros de Ana Romero y dos sobreros (primero y quinto) de Fernández Palacios, todos de vergüenza. Ruiz Miguel: dos pinchazos y media (vuelta). Dos pinchazos, estocada trasera y cinco descabellos (oreja protestadisima). Curro Vázquez: estocada (dos orejas con algunas protestas). Dos pinchazos y media (silencio). Emilio Muñoz: pinchazo bajísimo y estocada (dos orejas protestadas). Estocada caída (silencio).

La misma autoridad tomó ayer las medidas oportunas para que no se repitiera el gravísimo altercado de dos días antes, lo cual es correcto. El pueblo debe ser bueno y benéfico. Pero la misma autoridad no se ocupó lo más mínimo (al menos eso parecía) para que a ese pueblo bueno y benéfico no le robaran la cartera, no le tomaran el pelo, no le sacaran de sus casillas los taurinos tunantes. Unos toros esmirriados que se caían antes de entrar a los caballos, a los que ni siquiera se podían picar, y que tenían todas las trazas de afeitados, son la expresión máxima del descaro, del atropello y de la estafa en una plaza de toros que, además, aparece llena a rebosar.

El colmo fue cuando, después de múltiples protestas y alborotos y de que habían salido dos sobreros, uno de ellos con aspecto de choto tuberculoso, saltó a la arena el sexto, que tenía unos cuernecillos groseramente desmochados. La gente botó de sus asientos, y de todas partes salían los gritos de la denuncia: «¡Afeitado, barbero!» Contra toda lógica, ese toro fue lidiado hasta el final, y para mayor escarnio, Emilio Muñoz le hizo una faena completa, en la que intercaló desplantes y gestos retadores a la galería. A pesar de lo cual no pasó nada irreparable. Santos son los colmenareños.

A todo esto, el triunfalismo, espoleado desde el palco con su desaforada orejofilia, se desató paralelamente durante toda la tarde. Orejas hubo a montón, la mayoría protestadas, como es lógico. Y la banda no paraba de tocar. En realidad no se sabía qué. «¿Qué tocan?», oíamos preguntar. Y uno respondía: «Marcial». Y otro: «Domingo Ortega». Y otro: «Noche en el monte Pelado». Todo podía ser. Buenas o malas, hemos escuchado muchas bandas por las mil plazas del territorio hispano, pero que no se le entienda, ésa es la primera.

Música y orejas a porrón para unos coletudos que jugaban al orí con los torillos enfermos. Ruiz Miguel, arrimándose y bullendo, que es lo suyo; Emilio Muñoz, sin templar, que también parece ser lo suyo en esta etapa de su carrera; Curro Vázquez, con algunos detalles gustosos en la interpretación de algún redondo, natural o trincherazo, que cuando los ejecuta relajado -así fue ayer- no son pases en serie, sino de firma.

Pero todo da igual. El resumen es que se trataba de un mugriento festivalete, a precios de corrida de lujo. Y tan anchos que se fueron los taurinos para sus lares, mientras a los aficionados, en gran parte llegados de Madrid, se les llevaban los demonios.

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