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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La penúltima personalidad de Salvador Dalí

¿Qué es lo que le está sucediendo a Dalí en éste su penúltimo episodio trágico? Hay elementos suficientes para una escenificación dramática cuyo desenlace siempre quedará inconcluso. Salvador Dalí se hallaría prisionero de su propia obra, custodiado por dos férreos guardianes como son su mujer, Gala, de 87 años, y su secretario todopoderoso, Enrique Sabater. La hermana del pintor ha denunciado esta especie de secuestro proclamando que Dalí se ha dado al fin cuenta de que ha sido sistemáticamente manipulado y se halla sumido en la más absoluta desesperación. Un eminente psiquiatra muere en casa del pintor en una de sus visitas profesionales. Nadie sabe nada de lo que ocurre. Un periodista logra romper el cerco y habla con el artista, quien le comunica con voz normal, es decir, antidaliniana, que se está recuperando muy rápidamente gracias a los cuidados de su esposa Gala, y que anda escribiendo una obra de teatro titulada Tragedia. Un planteamiento, como puede apreciarse, a lo Hitchcock.Ocurra lo que ocurra tras los muros de la residencia de Port Lligat, solo hay un hecho cierto: Salvador Dalí, a sus 76 años, lucha por recuperar alguno de los múltiples personajes de su longeva esquizofrenia. El creó el monstruo allá por los años veinte y ahora no parece saber qué hacer con él. ¿O ha sido dominado por su obra? ¿Cuál es su actual grado de control sobre el mecanismo tan ambiciosamente puesto en marcha?

Es el momento en que Dalí ha de enfrentarse seriamente, por vez primera, con el dilema arte-vida, precisamente después de toda una existencia dedicada a demostrar que era la misma cosa. Ningún método surrealista le valdrá al viejo pintor a estas alturas de su enfermedad -física o psíquica, o las dos cosas juntas- para deshacer el ovillo creado en torno suyo. De nada le valdrá su antigua actitud crítico-paranoica, esa que él describió como «método espontáneo de conocimiento irracional, basado en la asociación interpretativa crítica de los fenómenos delirantes».

La atracción de los surrealistas por el inconsciente, por lo irracional, y, en línea ascendente, por la locura, no pretendía pasar de ser una ambición suficientemente controlada. Dalí fue uno de los que más lejos llegó en su pretensión. Seguía, sin duda, los pasos de aquel personaje de Dostoievski que escribió a su hermano: «Hermano, tengo un proyecto: volverme loco». La aspiración a la locura no es sino la apetencia de crear múltiples personajes, ser uno en todos ellos, pero guardando finalmente las distancias, reservándose el antídoto para caso de necesidad.

Dalí alcanzó cotas importantes en su aventura esquizofrénica. Encaramado en ese estadio, la provocación y la arbitrariedad manaban espontáneamente como un lenguaje no aprendido. Es un mundo en el que la imaginación se da por añadidura. Por eso no tiene sentido decir que Dalí fue un farsante. Su exhibicionismo no consistía en dar la nota, sino más bien en todo lo contrario: ofrecer el contraespectáculo, la burla del arte, la literatura y todas las demás convenciones. Su «franquismo» declarado es, posiblemente, uno de los más ingeniosos números surrealistas que se hayan ofrecido nunca. Las imágenes y las frases favorables al caudillo y su familia están en la línea exacta de la «fumisterie» y en cualquier caso poseen similar valor corrosivo que las imágenes de sus películas Le chien andalou o L'âge dor. Dalí no hacía más que obedecer la regla monástica de Bretón: «La más fuerte imagen surrealista es aquella que presenta un grado de arbitrariedad más elevado».

Pero a los 76 años es muy difícil, por no decir imposible, seguir instalado en la cotidianeidad de la provocación paranoica sin caer en ella como en una jaula de leones. La posible desesperación de Dalí consiste en ser consciente de que está a punto de ser devorado por su propio mito. No parece tener fuerzas para seguir ejerciendo el criticismo paranoico, y al mismo tiempo no puede dar marcha atrás porque el personaje que había dejado a sus espaldas está vacío, ya no existe. Dalí se queda, pues, sin personaje en quien reencarnarse. Y esta misma dinámica de carencia es la que le hará subirse, muy a pesar suyo, a la cuádriga esquizofrénica, a esa absoluta desesperación de que habla su hermana Ana María. ,

La fastuosa tragedia de Dalí es que su personalidad no encaja en la imagen de hombre envejecido, enfermo, sin bigote, sin bastón, respondiendo con voz cansina que ya se encuentra mejor de sus achaques. Y, en definitiva, ¿quién es Dalí? Esto es lo que debe andarse preguntando actualmente el cautivo de Port Lligat, porque es lo que todo hombre simple se pregunta a esas alturas. La respuesta es, además de difícil, imposible.

El personaje clave en la reconstrucción de Dalí es posiblemente Elena Dmitrievna Diakonova, bautizada por Paul Eluard con el nombre de Gala. En 1930 Eluard y Gala se separan y ésta se va a vivir con Dalí. Comienza la dictadura de la musa. El pintor publica La femme visible, que ilustra un retrato demoníaco de Gala. ¿Es esta enigmática e irresistible mujer la que inventa a Dalí, quiero decir, al Dalí paranoico y universalizado? Contra lo que pudiera creerse el pintor no ha tenido nunca ninguna idea de lo que es el dinero. Cuando Dalí es motejado por Breton como Avida dollars, estamos ante una figura inventada seguramente por Gala, que demuestra ser una musa muy anclada en las riquezas terrenales. La aparición del secretario Sabater terminará por poner en marcha una industria próspera en la que al pintor se le asigna el simple papel de imagen de marca. Dalí, Sociedad Anónima, bien poco tiene que ver con el astro surrealista. La musa domina, el gerente administra, Dalí vende las últimas cebollas surrealistas. ¿Cómo recuperar a estas alturas la personalidad, la libertad y el tiempo perdido?

José Antonio Gabriel y Galán periodista y escritor, es autor de varios libros, entre ellos uno de poemas titulado Un país como éste no es el mío

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