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10º CICLO DE LA BIEN APARECIDA

Música coral y de órgano en un santuario montañés

En el santuario de la Bien Aparecida, más allá de Limpias, junto a Ampuero, en un ambiente de prodigiosa paz y serenidad, se celebran, desde hace diez años, los ciclos musicales del estío, dedicados preferentemente al órgano y los coros. Alma de ellos, su inventor y director fue y es el prior de la comunidad trinitaria que gobierna el santuario, José Luis Ocejo. Su labor alcanzó tan alto interés que justificó sobradamente la designación de Ocejo para regir, desde este año, los Festivales Internacionales, que, hace casi treinta veranos, crearan Ataúlfo Argenta y José Manuel Riancho.Casi mes y medio de duración alcanza el 10º Ciclo de la Bien Aparecida, con atención a las músicas del pasado, a las de hoy, a la expresión religiosa y a la específicamente cántabra. Hasta veintitrés conciertos de jóvenes organistas, en actuaciones a solo o combinadas con otros instrumentos (trompetas, virginal, clave, viola de gamba, violoncello, trompa) han precedido la audición de la integral organística de César Franck. En una y otra serie se sucedieron, procedentes de España, Alemania, Suiza, Checoslovaquia, Brasil, Argentina, Canadá y Estados Unidos.

Pudimos asistir al programa interpretado por la organista y virginalista norteamericana Janice Stewart y el violista alemán Ekkerhard Weber, tan apreciado en los medios musicales gerinanos. Obras de Cabanilles, Diego Ortiz, Cesare, Gabrielli y Frescobaldi contrastaron su estilo con ejemplos de la escuela inglesa: Philips y varios anónimos. Los cuatro movimientos de la suite Parthenia inviolata, las tradicionales Masques (Máscaras), en sus variados aires de danza; la emocionante Amarillis, visión del tema italiano realizada por el británico Philips, o el sintetizado contraste entre los sentimientos de Vida y Muerte, en la Historia musical del capitán Humes, tuvieron versiones preciosas, por su poder expresivo y el refinamiento del estilo.

Centenario de Otaño

El jesuita Nemesio Otaño, discípulo de Pedrell, nació en el País Vasco, pero su vida y su trabajo estuvo muy ligado a Santander, a través de su labor en el seminario de Comillas, de su investigación en el folklore de la región (Ocejo hablaba de réimprimir la célebre conferencia sobre el Canto popular montañés, de 1914) o de la armonización de melodías del cancionero cántabro.Los ciclos de la Bien Aparecida han conmemorado el centenario del nacimiento de Otaño, gran modernizador de la música en el templo, de la manera que más habría gustado al compositor y musicólogo: reuniendo música suya y de otros compositores montañeses y vascos: Prieto, Gurruchaga, Lázaro, Monasterio, Bastida, Dúo Vital y Larrauri, cantada por el coro Santa María de Solvay, que dirige Egustiza, y la coral Salvé, de Laredo, regida por José Luis Ocejo.

Españoles de ayer y de hoy

José Luis Ansorena, fundador y mantenedor del valioso Archivo de Música Vasca, en Rentería (Musikaste), dirigió dos barrocos españoles: José de Vaquedano -(iOh, admirable Sacramento!) y Juan Francés de Iribarren (Vamos, pastorcillos, salmo número 109); la Agrupación Coral de Pamplona, cuya calidad mantiene Luis Morondo, ofreció obras de Ricardo Olmos, un notable discípulo de Koechlin, Gasrestar'KoIdo y Asins Arbó y el organista Robert Vincent, con trío de trompetas, protagoniza los estrenos del orensano Angel Barja (Divertimento y Movimientos), y el Aria de la batalla, del madrileño Tomás Marco.Sin detenernos a comentar la obligada presencia de la música de Victoria o de Soler, subrayaremos la audición del doble cuarteto vocal Arti Vocali, dirigido por Hans Kronemburg, que propuso una amplia selección de música española medieval y renacentista en la iglesita de Udalla (siglo XIII).

Para completar el panorama, merece la pena aludir a la interpretación del Réquiem de Pierre de la Rue (Coral de Pamplona), los barrocos alemanes e Italianos y los modernos, ingleses, interpretados por The London Virtuosi, o la aparición del estupendo Coro Madrigal, de Budapest, que, dirigido por Ferenc Szekeres, abordó un repertorio universal, que fue desde el gregoriano a Bartok y Kodaly. Cada atardecer, el santuario de la Bien Aparecida se anima de un público que encuentra en éstos géneros musicales motivos de predilección, más acusados si los pentagramas cobran vida en un ambiente adecuado.

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