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VII FESTIVAL DE CAMBRILS

Exito del conjunto de cuerdas London Youth

Al recuperar este año el VII Festival de Cambrils la sede de sus cinco primeras ediciones, el parque Samá, paraíso vegetal de extraordinaria belleza, pareció también volver por sus fueros musicales con el nuevo planteamiento de su director artístico, el violoncellista José María Redondo. El festival, recientemente clausurado, añadió a su habitual especialidad de música de cámara las de danza y teatro, con lo que ha ganado en extensión y variedad, abriendo nuevas perspectivas que pueden suponer mayores riesgos, pero también una superior trascendencia cultural y social.Vamos a ceñirnos exclusivamente al aspecto musical, centrado esta edición en las actuaciones de la London Youth String Ensemble, conjunto juvenil londinense que depende de la ILEA (Autoridad Educacional del Municipio de Londres). Se trata de una orquesta de cuerdas en el umbral de la profesionalidad plena, cuyos miembros -en torno a los veinte años de edad- demostraron su alta calidad individual en la espléndida sesión de cámara, fuera de programa, celebrada en el castillo de Vilafortuny. Pero también la London Youth evidenció su buen nivel colectivo, ciertamente envidiable, bajo la dirección de su fundador, Frederick Applewhite, experto músico dedicado intensamente al mundo de la enseñanza, y tutor principal de la sección de cuerdas de la ILEA.

Con refuerzos de madera y viento, la London Youth ofreció cuatro programas diferentes, en los que hubo obras barrocas, clásicas, románticas y contemporáneas. Se pudieron escuchar desde Haendel, Bach y Vivaldi, pasando por Mozart y Haydn, hasta Elgar, Britten y un estreno mundial de Bevan Baker, la Rapsodia para violoncello y orquesta. Hemos de resaltar las intervenciones solistas del contrabajista americano Steve Zlomke en el Concierto, de Vanhal; del oboísta Douglas Boyd en el de Marcello, de la trompetista Lesley Bishop en el de Gordon Jacob y la del pianista español Ramón Coll, que hizo un magistral Concierto en la mayor, K. 488, de Mozart.

Justo es destacar el esfuerzo de Frederick Applewhite para montar con su orquesta obras clásicas de autores españoles, algunas tan notables como la Sinfonía, de Bertrán (1798); la Sinfonía en si bemol mayor, de Carlos Ordóñez (1744-1786); el mozartiano villancico dieciochesco de Melchor Juncá, Con festivos, solemnes aplausos, que cantó con gran estilo la mezzosoprano austriaca Uta Palzer. Tanto este villancico como la Sinfonía de Bertrán, extensa producción en cuatro movimientos más próxima al mundo de un Schubert o un Rossini, fueron revisadas y puestas a punto por el musicólogo Francesc Bonastre. La de Ordóñez, de elegante carácter vienés, por el compositor Angel Oliver. En todas ellas, Applewhite puso de manifiesto su enorme versatilidad y los conocimientos del verdadero maestro que trabaja a diario con instrumentistas bien formados, sometidos a una fuerte disciplina de trabajo y contagiados por su entusiasmo.

Hay que citar otros conciertos sobresalientes del festival, como el ofrecido por el Cuarteto Hispánico Numen, cada día más dentro del verdadero espíritu de la música de cámara, y el del cuarteto vocal Neocantes, excelente por la afinación, el nada afectado estilo y la lograda unidad en el criterio y en la práctica.

El cultivo del canto coral en Cambrils y sus alrededores otorga un ambiente especial a los conciertos polifónicos, como el llevado a cabo por la veterana agrupación Francis Poulen, de Orleans, y por la Coral Sant Esteve, de Vilaseca, admirable conjunto formado y dirigido por Angel Recasens, que ofreció una preciosa versión de Ceremony of Carols, de Benjamin Britten.

El curso internacional de música de Cambrils, que celebraba su cuarta edición, tuvo su día cara al público en el concierto de alumnos celebrado en el castillo de Vilafortuny. Fueron muchas las actuaciones como para enumerarlas una a una, pero es deber del cronista resaltar la interpretación de un joven cuarteto de cuerdas, de Oviedo, que hizo un Haydn muy meritorio; la de la joven flautista valenciana. Magdalena Martínez, que extrajo al Concertino, de Cécile Chaminade (1857-1944) toda esa gracia y frescura que encierra la producción de la compositora parisiense y, en especial, la del violinista vasco Ricardo Odriozola. Tiene este joven artista cualidades técnicas excepcionales, tersura de sonido y una musicalidad de primer orden. Su versión del Concierto número 6, de Pierre Rode (1774-1830) nos asombró por la perfección y elegancia de quien puede llegar a ser, si se le presta ayuda para ampliar estudios, una gran figura del violín en el mundo.

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