_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Matanza en Bolonia

EL ATENTADO de Bolonia del sábado pasado -75 muertos y más de doscientos heridos, por la explosión de una potente carga de dinamita en una estación ferroviaria atestada de gente- nos enseña que las fronteras del horror y los límites del espanto se hallan infinitamente más lejanos de lo que las personas de buena voluntad tienden, a veces, a suponer. Es cierto que las escalofriantes carnicerías de los campos de batalla y de los bombardeos de población civil durante las dos grandes guerras del siglo XX, así como los genocidios y las matanzas generalizadas en la periferia del llamado mundo civilizado en las últimas décadas habían ya mostrado con creces la capacidad de crueldad homicida que alberga nuestra especie, esa extraña culminación de la evolución biológica en nuestro planeta, que se caracteriza por sus desbocadas posibilidades para que sus miembros se asesinen y torturen entre sí. En este sentido, aunque los etólogos, que buscan las raíces de la agresión y de las pulsiones homicidas en disposiciones heredadas, no presenten pruebas y argumentaciones científicamente convincentes, la dolorosa incapacidad para explicar cumplidamente la historia universal de la infamia humana mediante causas sociales, políticas y culturales crea el espacio para cualquier otro tipo de conjeturas acerca del carácter criminal y mortífero de nuestra especie.El terrorismo en Europa -en Gran Bretaña, en Italia, en Alemania, en España, en Francia- ofrece la aberración añadida de unos grupos que pretenden hacerse oír mediante la violencia, el asesinato y la intimidación en marcos políticos definidos por las libertades públicas, los derechos cívicos, los Gobiernos representativos, las instituciones democráticas y la libre circulación de las ideas y de las informaciones. La acción terrorista es preconizada y puesta en práctica por grupos de orígenes diversos y de contrapuestas ideologías, desde los fascistas de las tramas negras hasta los revolucionarios fundamentalistas de Brigadas Rojas o de los GRAPO, pasando por los independentistas irlandeses, vascos, bretones o corsos. Pero a todos les une, hasta el punto de hacerlos indistinguibles entre sí, el desprecio hacia las instituciones representativas y la ciega decisión de imponer su voluntad minoritaria mediante el crimen y la violencia. Ni que decir tiene que todos estos movimientos armados vinculan su desdén hacia las libertades y el derecho a la vida de los demás en el presente con el propósito de imponer en el futuro, a sangre y hierro, sus programas desde el poder. Los crímenes fascistas de hoy desde la clandestinidad son el anticipo de las matanzas colectivas de mañana desde el poder, al igual que los asesinatos de los brigadistas en una sociedad democrática constituyen el adelanto de los gulags en un régimen totalitario y los atentados de ETA el negativo de la sociedad represiva y carcelaria que imaginan los milis para un imposible futuro. La historia del siglo XX -desde la Alemania nazi hasta Camboya- prueba que ese porvenir está ya inscrito en nuestro pasado.

Las dudas que surgen en un primer momento a la hora de atribuir la autoría de matanzas como la de Bolonia -o la calle del Correo, o California 47- a la extrema derecha o a la extrema izquierda deberían enseñar, tanto a los fascistas como a los ultrarrevolucionarios, en el caso de que el fanatismo no cegara totalmente su capacidad de raciocinio, hasta qué punto las víctimas de sus fechorías les identifican como una única secta de asesinos y hasta qué extremo las banderas, los himnos, la retórica y la ideología que envuelven sus atentados son excipientes que no logran diferenciar sus crímenes. Los responsables de la matanza de Bolonia son, según todos los indicios, militantes de alguna trama negra e integrantes de esa internacional fascista que también asesina en nuestro país bajo nombres diversos, entre otros, el de Batallón Vasco Español en Euskadi. Pero la circunstancia de que la semidesarticulada organización de las Brigadas Rojas fuera también barajada en los primeros diagnósticos como posible autora del atentado enseña que el abismo ideológico y político que separa a fascistas y a brigadistas en Italia desaparece como por ensalmo tan pronto como las metralletas disparan y la dinamita explosiona. Aspecto que nadie debería olvidar ahora que ETA Militar dispone de más de 7.000 kilos de Goma 2 para hacer saltar por los aires estaciones, aeropuertos, edificios civiles, instalaciones militares o vías de comunicación.

Digamos finalmente que uno de los éxitos, probablemente no pretendidos, de los terroristas es su capacidad para transmitir su inhumanidad y su crueldad a la sociedad a la que atacan. Con sus crímenes, estos enemigos de las libertades y de las instituciones representativas logran desatar en el seno de los regímenes democráticos los demonios de la involución autoritaria y robustecer las tendencias que preconizan la mano dura, el recorte de las libertades y la limitación de los derechos para conducirnos a ese purgatorio de «democracia fuerte» que serviría de estación intermedia para el infierno de la dictadura. Y también consiguen los terroristas que el pánico que inevitablemente se apodera de las sociedades amenazadas atice las pasiones de la tribu y convierta a ciudadanos hasta ahora racionales y humanistas en descendientes de Caín y en candidatos a linchadores. Así, los argumentos mil veces repetidos contra la pena de muerte, felizmente abolida por la Constitución española y por la Constitución italiana, tendrán que ser esgrimidos de nuevo ante la petición de un diputado del Partido Comunista italiano, que propone el restablecimiento de la pena capital en su país. En verdad, los terroristas, que decretan y aplican la máxima pena con crueldad, insensibilidad y brutalidad, y sus protectores y exculpadores, que piden la amnistía para los verdugos, pero no para las víctimas, carecen de entidad moral y de argumentos racionales para participar en esa polémica. Pues los fiscales de la ley del talión no tienen más coartadas para su inhumanidad que las que les proporcionan los fascistas de Bolonia o de Bilbao y los ultrarrevolucionarios -brigadistas, grapos o etarras- que asesinan por la espalda a hombres con o sin uniforme y que hacen acopio de explosivos para mantener en el terror a una comunidad. Pero los demás miembros de una sociedad civilizada y democrática tienen mucho que decir ante esa victoria parcial que los terroristas se apuntan al lograr que la pasión liberticida y la sed tribal de venganza ganen terreno entre nosotros.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_