Delirio de las "fans"" en la presentación de las galas de Camilo Sesto
Con una única actuación en Madrid inició el pasado miércoles sus galas veraniegas por toda España el cantante Camilo Sesto. Rodeado de un público incondicional, de muchos compañeros de profesión y una legión de entusiastas fans, su debú resultó todo lo afortunado que cabía esperarse, para delirio de los incondicionales. Procedente de América, donde ha pasado siete meses cumpliendo contratos profesionales, Camilo Sesto aterrizó casi directamente en La Riviera, la sala de fiestas madrileña escenario de su presentación.
Los chillidos de las fans de Camilo Sesto se iniciaron a la una y media en punto de la madrugada, cuando el ídolo de la canción, discretamente maquillado y enfundado en una correctísima chaqueta oscura cruzada y algo invernal para el calor de la noche, apareció sobre el escenario.Sonaban los primeros acordes de Morir de amor, la canción que abrió su repertorio, y ya la lluvia de claveles, servilletas y pañuelos empezó a hacerse notable, aunque todavía la gente ocupaba apaciblemente sus mesas llenas de restos de comida. Pero, sin duda, el espectáculo de Camilo Sesto y su sonrisa filme y como clavada entre los dientes, era demasiado para un público absolutamente incondicional que no reparaba en el ruido ensordecedor del grupo Alcatraz, que acompañaba al cantante.
Las cuatro chicas del conjunto se movían discretamente en un segundo plano mientras Camilo saludaba a «esa gran familia que somos los que estamos aquí esta noche», a la que, sin embargo, pondría en serio peligro de sordera con la inestimable colaboración orquestal.
Camilo Sesto, seguro de sí mismo, presentaba con una especie de breve diálogo afectuoso cada una de sus canciones, coreadas en voz muy baja por algunas espectadoras entusiastas. Con el viento a tu favor, Mi buen amor, alguna incursión en temas de los Beatles o en plan Bee Gees con falsete. Cuando Camilo, sudoroso y evidentemente satisfecho, se quitó la chaqueta, los gritos arreciaron hasta oscurecer casi la presencia de la torturante percusión de los Alcatraz. Las fans más decididas se aproximaron hasta el borde mismo del escenario, mientras Camilo Sesto explicaba al público el dramatismo espantoso de los que tienen que amarse a escondidas. Su voz seguía allí, casi como el único consuelo al batiburrillo orquestal, acrecentado de cuando en cuando por los fallos de las instalaciones técnicas. Una cama blanca como la nieve / será nuestro refugio de seis a nueve..., decía Camilo arrullado por grititos de incontenible satisfacción, que a veces se materializaban en frases más decididas. Las fans del escenario, en una especie de éxtasis camilista, protestaron airadamente cuando éste dedicó unas palabras afectuosas a su compañera Angela Carrasco, que presenciaba su actuación desde una de las mesas. Alguna lloraba nerviosamente, otra aprovechaba para hacerle fotos con su pequeña instamatic y las demás pedían a gritos títulos de canciones, la mayoría de las cuales interpretaría al final el cantante.
El sudor brillaba entre las cadenitas de oro que adornaban el pecho semidescubierto de Camilo Sesto, que pasaba del Sabor amargo, amor dulce a los Celos sin dar muestras del menor desaliento ante el sonido de la orquesta. Después de cantar varios temas de Horas de amor, su último elepé, hizo algunas incursiones en viejas canciones, algunas de ellas muy bellas, pero marcadas por esa repetitividad que es una constante en la mayoría de sus composiciones.
Ante la insistencia de las fans, cantó Camilo Sesto una versión un tanto excesiva de Getsemaní, de la ópera rock Jesucristo Superstar, haciendo un alarde de dramatismo escénico que fue compensado con una verdadera apoteosis de ¡Bravos!, aplausos y gritos.
A la salida, los grupos familiares demostraban su satisfacción abiertamente, mientras las fans más audaces tomaban posiciones en la puerta principal llena ya de chavales con montones de carpetas vacías del último elepé de Camilo Sesto en las manos. La noche había sido un éxito.
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