Una hermanita de la caridad para nada bueno
El coco aparecía por el chiquero en las corridas veraniegas de Las Ventas y estas tenían un argumento de sangre, sudor y lágrimas. Era lo tradicional, lo esperado, lo suyo. Los tiempos han cambiado y ahora, como el domingo, lo que sale por el chiquero es la hermanita de la caridad; para nada bueno, porque los toreros no saben qué hacer con tan bondadosa dama. José Luis Parada no hizo caso a una del convento de Pasquau, por más señas, que ningún coletudo de diez años atrás, frailuno o no, se habría dejado ir viva.La afición apreciaba y agradecía aquellos espectáculos con terroríficos funos por el albero, no porque sea de suyo cruel, sino porque como en la feria y corridas de lujo saltaban gatos a la arena, sólo en las corridas veraniegas tenía la posibilidad de vivir la emoción verdadera de la lidia. Eso sí, tanta era la emoción que le compensaba los aburrimientos del resto de la temporada.
Plaza de Las Ventas
Toros de Jiménez Pasquau, con trapío, nobles. José Luis Parada: cuatro pinchazos bajos y descabello (silencio). Cuatro pinchazos, estocada baja, aviso y rueda el toro (bronca). Curro González: pinchazo, estocada atravesada y dos descabellos (aplausos). Metisaca, media y estocada (silencio). Niño de Aranjuez: pinchazo y estocada. (aplausos y también algunos pitos cuando saluda). Dos pinchazos y estocada baja (palmas).
De un tiempo a esta parte, sin embargo, la emoción ya está presente en la feria y en las corridas de lujo gracias a una autoridad y unos veterinarios que se han puesto en su sitio, y a una andanada que mira con lupa y comprueba con alquimias la presentación del ganado, y las corridas veraniegas ya no es fuerza sean de sangre y sudor
De esta forma, a los segundones -pues las figuras nada más quieren pasar por Madrid en mayo- se les presenta la gran ocasión de situarse, de recuperar el tiempo perdido o, cuando menos de cargarse de razón para protestar de que los monopolios empresariales les sitúan en escalones inferiores a los que merecen. La ocasión la tienen, sí, decíamos, pero raro es el qué la aprovecha. Así, este señor Parada, que ocupó privilegiados puestos en las más importantes ferias, que cayó en un bache en el que lleva años, y que el domingo dispuso de un toro manejable para decir aquí estoy yo -el primero-, y otro -el cuarto- para desconcatenar los exorcismos táuricos. Cuajado, guapo, noble, dulce ejemplar metamorfoseado en hermanita de la caridad del convento de Pasquau, donde la santidad se trabaja de maitines a vísperas. El señor Parada lo pudo torear a placer, pero prefirió atosigarle con un encimismo del que nadie hizo caso -ni el Pasquau-, mirar al tendido, retrasar el engaño y adelantar el pico, agitanar el físico para encandilar turistas, etcétera; en fin, esas baratijas que emplean los toreros mediocres cuando no saben qué hacerles a los toros buenos. Lo dijo la afición por voz de uno a quien llaman Garganta Profunda: «Ese toro se muere sin haber visto un torero ». Todos los toros eran nobles, todos tenían trapío dentro de sus desigualdades de tipo; los dos primeros parecían afeitados, y los restantes, afilados; a los seis les pudieron dar fiesta los diestros. Curro González, voluntarioso y bajito. espada, cuajó buenos naturales al segundo y malos al quinto, otro dechado de santidad. Dice la afición que a éste lo medio mató El Pimpi con sus alevosos puyazos y el turismo hizo suya la tesis mediane una furibunda reacción que cristalizó en lanzamiento de almohadillas. Niño de Aranjuez se embraguetó en unas verónicas ganando terreno e hizo dos interminables faenas, valientes, aderezadas con un toquecito de clase, reiterativas en derechazos y naturales, y aligeradas con el aleteo del molinete o del afarolado.
Las carencias del señor González y del vecino de Aranjuez tuvieron su perdón, pero al público le envenenó que ese cuarto toro cuajado y santo se muriera sin haber visto un torero.
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