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Los indios denunciaron al Papa su exterminio

Juan Arias

Viene de primera página

Juan Pablo II llega esta mañana a Roma, tras la peregrinación más larga de su pontificado, que terminó ayer cón el acto más pintoresco del viaje: la participación en la procesión que los pescadores dedican a san Pedro, a través del río Negro, en plena selva brasileña, hasta la confluencia con el río Amazonas. La noche anterior tuvo un encuentro con cuatro jefes de tribus indias para denunciar su situación de exterminio.Era una mañana de sol tropical, con temperaturas superiores a 45 grados. El Papa iba de pie en la patrullera fluvial de la marina Pedro Teixeira. A su lado, un altar con un cuadro de san Pedro. Lo que más desentonaban eran las ametralladoras de la nave y los aviones militares, que cruzaban el cielo escoltando la procesión. A pesar de que el Vaticano había pedido que el Papa fuera en una barca normal, la marina no lo permitió. Esto impidió que pudieran salir al río, por razones de seguridad, las pequeñas barcas de los pescadores más humildes, convirtiendo la fiesta popular de san Pedro en una imponente procesión militarizada.

El Papa sonreía bajo una sombrilla blanca y azul, y de cuando en cuando daba la bendición a la gente y saludaba con los brazos abiertos a los mil periodistas que le seguían en otra patrullera de la marina.

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Juan Pablo II defendió los derechos de los indios brasileños

Otras veces, apoyado en la barandilla de la nave, gesticulaba conversando con el secretario de Estado, cardenal Casaroli, y con el sustituto de la Secretaría de Estado, el español Martínez Somalo.En ningún momento se vieron a su lado los ministros de la Marina y de Asuntos Exteriores que le acompañaban. Las sirenas de las naves de la marina, los gritos de los pescadores, el zumbido de los helicópteros y de los aviones militares y los petardos lanzados desde las barcas por los peregrinos daban al espectáculo de la procesión de San Pedro, el pescador de Galilea, un sentido muy particular que los brasileños decían que se parecía muy poco a la tradicional procesión popular de cada año. Es el precio, decían los misioneros, que el Papa tiene aún que pagar por esa ambigüedad de ser al mismo tiempo sucesor de Pedro y jefe de Estado.

Sin embargo, la noche anterior Juan Pablo II habla sorprendido a la opinión pública y al régimen permitiendo que cuatro jefes de tribus indias, en representación de las 230 que aún existen, y que recogen a los 200.000 indios supervivientes de los tres millones que eran antes de ser exterminados por los blancos, denunciaran ante la televisión en directo, ante el Papa y ante la prensa mundial, su situación de injusticia: «El Brasil, señor Santo Padre», dijo el primero de los jefes indios que habló, «no fue descubierto, Nos lo robaron los colonizadores». Y añadió: «Nos quieren exterminar; nos quieren echar de una tierra que es nuestra desde hace miles de años» Al Papa le regalaron todos los instrumentos del poder de un jefe de tribu, desde la lanza al sombrero de plumas y al cinturón de piel para ponerse alrededor de la frente.

"Nos están exterminando"

Los representantes de estos indios supervivientes leyeron al Papa un documento que habían preparado en varias reuniones y discusiones. Decía, entre otra cosas: «Deseamos, señor Papa que en el país más católico del mundo el indio no pierda sus derechos. Nos están exterminando empresas e invasores que roban nuestras vidas apoderándose de nuestras tierras y expulsándonos de un país que era de nuestros padres. En un país inmenso no existe un lugar para nosotros. Muchos de nuestros hermanos han muerto por defender nuestra tierra».

El indio hablaba mirando fijo en los ojos al Papa, el cual, horas antes, había dicho al presidente de la Conferencia Episcopal del Brasil, Ivo Lorscheiter: «Estoy dispuesto a defender el derecho de estos indios a ser un pueblo y una nación con todas mis fuerzas», según fue informado EL PAIS.

Respuesta del Papa

Juan Pablo II se dirigió a esta representación de jefes de tribus indias con las siguientes palabras: «Confío a los poderes públicos y a los otros responsables mi deseo de que a vosotros, los primeros habitantes de esta tierra, os sea reconocido el derecho de habitarla en paz y en serenidad sin el miedo de que se os eche de un espacio que es vital, no sólo para vuestra supervivencia, sino también para la conservación de vuestra identidad como grupo humano. Tenéis el derecho a ser un pueblo y una nación como los demás».

En cuanto pusimos pie en Manaus, las primeras palabras que nos dirigió la guía preparada para los periodistas fueron éstas: «Aquí hay muchos salvajes en la selva, muchos son caníbales y hacen comidas a las que mezclan polvo de huesos humanos». Ante el Papa los indios le dijeron: «Exigimos nuestros derechos a ser seres humanos e hijos de Dios porque también usted, señor Papa, es el pastor de los indios». El Papa fue saludado a su salida de Manaus para Roma con una gran pancarta que decía: «Los indios saludan al Papa incansable».

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