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¿Desencanto de Cataluña?

Supongo que ser nacionalista y que, al fin, llegue la «nación» o, para no escandalizar -lo que también enfría-, llegue la «nacionalidad» a ser una realidad -más o menos regateada-, cuando pasó ya la era de los nacionalismos y en plena crisis económica, tiene que ser un hecho más bien decepcionante.En la época posromántica, cuando podía pensarse, sacralmente, con Torras i Bages, que Cataluña era una «obra divina» o, secularizadamente, con Prat de la Riba, que constituía una «comunidad natural»; o con el d'Ors en lengua catalana, Ferrater Mora y Vincens Vives, qud liay un «carácter catalán», con sus específicas virtudes, se vivía en la expectativa de un Advenimiento. El franquismo, con su represión de la catalanidad, mantuvo vivo el entusiasmo, y el mismo Tarradellas, gran ilusionista, se sirvió de sus títulos genealógicos para montar un gran teatro de Cataluña, que sirviera de transición al nuevo régimen -como Suárez y al revés que Suárez-, con prosopopeya y aparatosidad.

Pero la nueva Cataluña, inundada de castellano-hablantes -para horror de un Vandellós y un Rovira i Virgili, si levantaran la cabeza-, ve puestas en cuestión sus señas de identidad, reducido su espacio político, descapitalizada su industria y desvanecido el antiguo entusiasmo. Hay una correspondencia fiel entre estas circunstancias y la investidura del antiprestidigitador Jordi Pujol como presidente de la Generalidad, un presidente que, según dicen, dormita de cuando en cuando -por contraste con los demasiado despiertos- y que, sin literatura, vuelve a su modo, sencillo, modesto, «en bicicleta» -su único deporte, según le he oído decir-, vuelve al seny y la rauxa de la típica burguesía catalana. Parece que, en efecto, también a Cataluña le ha llegado el desencanto. Es una dolencia esperemos que pasajera v preferible a su tratamiento mediante la triaca máxima, aplicada en el País Vasco por la ETA, del terrorismo sacralizador de la violencia y, como todo terror, puritano y acérrimo enemigo, con razón desde su punto de vista, del neohedonismo juvenil. (Durante mi última y reciente estancia en San Sebastián, me llamó la atención la irtezcla intersexual tan estrecha, en contraste con la antigua separación de los sexos, de los muy jóvenes, en discotecas y pubs. La ETA siente certeramente que esta nueva actitud juvenil colectiva es, para ella, mucho más peligrosa que las FOP.)

Estoy escribiendo sobre Cataluña, recién regresado de ella y recién leídas dos obras sobre ella, que recomiendo encarecidamente. Una, la edición castellana, muy reducida y todavía voluminosa, del libro de José Antonio González Casanova, Federalisme e Autonomia a Catalunya (1868-1938) (1). La otra, el librito colectivo La nació com a problema. Tesis sobre el cas català (2). El libro de José Antonio González Casanova es el mejor análisis de la tensión jurídico-política de los conceptos de catalanismo y fora lismo, « provincialismo», federa lismo y autonomía, «conslitución» y «estatuto». Y, por otra parte, lleva a cabo una aguda crítica del supuesto de «España como nación». España no ha sido nunca una nación, si no una mo narquía que ha mantenído uni das a distintas nacionalidades, según nuestro autor. ¿Ha sido cuando menos un Estado? No, sino, más bien, parece pensar González Casanova, al modo de la antigua Roma, un Imperio. Admítase o no esta tesis, es una llamada a la autocrítica española, que como la de Juan Linz sobre nuestra multinacionalidad, por lo mismo que procede de no-cata lanista à part entiére y, en el ca so de Linz, completamente ajeno a la emoción nacionalista- reclama vivamente nuestra atención. Mas también Cataluña demanda su propia autocrítica. ¿Puede continuar haciendo reposar su identidad en un «ser nacional» y una «lengua» no compartidas por la masiva emigración? Y tocante particularmente a la lengua, ¿no está sufriendo la catalana un cierto estancamiento literario y, lo que quizá sea más grave, un cierto estancamiento de su dinamismo y fuerza de invención coloquial?

Quizá la nacionalidad catalana ha de ser repensada, como por lo demás, según mi tesis, todo, sobre nuevas bases, más culturales que políticas: ni el «politicismo» ni la «clase política» son más que superestructuras, empleada la palabra en acepción, ya se ve, diferente de la marxista. Y, en el otro extremo, la mística, historicista o «natural», no es de recibo ya. Es probable que los catalanes, juntos los de nacimiento y los de «nacionalización», necesiten inventar hoy culturalmente una nueva forma de existencia colectiva. ¿Cerrada sobre sí misma o, más bien, proyectada a España de un lado, a Europa del otro? González Casanova subraya ampliamente la constante vocación política española de los catalanes. (En contraste, podría agregarse, con la vocación industrial y financiera, pero no política, española de los vascos desde hace por lo menos un siglo y hasta los últimos años.)

El librito La nació como a problema se abre con un lema -al que da réplica adecuada otro de Vicens Vives- consistente en unas palabras de Domènech Martí i Juliá, escritas en 1913: «La heterodoxia no cabe en el catalanismo. Catalanista, se es o no se es. Un catalanista heterodoxo ya tiene su nombre: es un españolista». Al lector le extrañará -cada loco con su tema- que yo diga: no. También el catalanismo, y ahora más que nunca, necesita sus he terodoxos que reflexionen críticamente sobre él y qtie le hagan moverse histórico-culturalmente, de acuerdo con la marcha y el cambio de los tiempos. Y ahora estoy llamando concretamente «heterodoxia» a la invención de una nueva catalanidad que envuelva en un proyecto de futuro a los unos y «los otros catalanes», a todos los catalanes.

¿Cómo lograr esta invención? Durante la cena de fin de curso en la admirable Escuela. de Diseño Textil, cuya alma, en su fundación, y antes, en su proyecto, ha sido nuestro amigo Ramón Folch, se nos proponía por los alumnos un embrujado e iniaginativo menú-pócima -era la trece promoción- con productos procedentes del Jardín de las Hespérides y de la Atlántida, con «Parpella de Ciclop» y «Ratlladura de mandrágora». Pero se agregaba: «Si no os es posible conseguir algunos de los menciortados ingredientes, podéis sustituirlos por grandes cantidades de creatividad».

La palabra «creatividad» empieza ya a estar gastada, por demasiado vacíamente usada. Mas la cosa, la tarea, la "feina" está aún por hacer. Y sólo con mucho de ese «reencantamiento» podrá Cataluña, podrá España, salir de su desencanto.

1. Federalismo y Autonomía. Cataluña y el Estado Español (1868-1938). Editorial Crítica, Grupo Editorial Grijalbo. Barcelona, 1979. 2. Del que son autores J. F. Marsal, F. Mercadé, F. Hernández y B. Oltra, con prólogo de Josep Fontana. Edicions 62. Barcelona, 1979.

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