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El Papa defiende en Sâo Paulo el derecho de los trabajadores a asociarse

Juan Arias

«Sâo Paulo será siempre un Estado inquieto si no puede participar en todo lo que atañe al hombre». Con estas palabras el cardenal Pablo Evaristo Arns recibió aquí en Sâo Paulo, el mayor centro industrial de América Latina, a Juan Pablo II. En su discurso, el Papa defendió el derecho a sindicarse a los trabajadores. La ciudad le reservó una acogida apoteósica. Se calcula que se echaron a la calle más de cuatro millones de personas. Para el régimen brasileño esta etapa en Sâo Paulo, «la Milán de Brasil», era la más temida. Aquí, el pasado mes de mayo la Iglesia apoyó la huelga de metalúrgicos más importante de la historia de Brasil. Una huelga ilegal que duró 42 días. Sobre todo el encuentro del Papa con los obreros fue objeto de discusión hasta el último momento. Se hizo casi todo para evitarlo.

La tensión existente explotó el miércoles en un atentado contra uno de los intelectuales católicos de mayor prestigio, el profesor de Derecho Dalma Dallar¡, ex presidente de la comisión pontificia Justicia y Paz. La noche anterior a la llegada del Papa fue secuestrado al entrar en su casa por cuatro individuos encapuchados y abandonado horas después en un lugar desierto de la ciudad con la cara acuchillada y bañado en sangre. El jurista Dallari fue uno de los letrados que el cardenal Arns habría ofrecido gratuitamente a los líderes sindicales durante la huelga de los metalúrgicos. Tenía que haber hablado ayer durante la misa celebrada por el Papa ante un millón y medio de personas en el aeropuerto Campo de Marte, pero no pudo hacerlo porque estaba hospitalizado.En todas las manifestaciones se pudo advertir un gran autocontrol de las multitudes, vigiladas continuamente por los helicópteros que surcaban el cielo de la enorme ciudad de doce millones de habitantes, que es una especie de Nueva York, con su rascacielos, su cielo gris y su alto nivel de contaminación.

Ante 100.000 obreros

La gente gritaba « ¡Viva el Papa, nuestro rey!», «¡Viva el Papa, nuestro hermano!». Aquí no es posible hablar de divorcio entre la iglesia y la clase trabajadora, acostumbrada a encontrar a sus obispos y a sus sacerdotes siempre de su parte en todas las luchas. Han identificado al Papa como el gran líder. Una especie de «Jomeini cristiano», dijo a EL PAÍS un periodista del diario más difundido en todo Brasil, O Globo.En el encuentro de los 100.000 obreros con el Papa, en el gran estadio de la ciudad, todos los participantes eran delegados elegidos por los principales sindicatos, los únicos permitidos en Sâo Pauto. El cardenal Arns les dejó total libertad para que decidieran ellos quiénes podían participar en el encuentro. El encargado de saludar al Papa fue el metalúrgico Waldemar Rossi, que en 1974 había sido detenido en la. iglesia de San Juan, encarcelado y torturado. En la última huelga de mayo volvió a ser detenido y después fue puesto en libertad. La noticia de que Waldemar sería el encargado de hablar al Papa cayó como una bomba en toda la ciudad.

En su discurso ante 100.000 obreros, Juan Pablo II condenó la lucha de clases, y todo tipo de violencia física «,como contrarias al Evangelio», pero afirmó que «rechazar la lucha de clases significa al mismo tiempo optar por una lucha a favor de la justicia social». Y, sobre todo, el Papa ha defendido el derecho de los trabajadores «a reunirse en asociaciones libres; con el fin de hacer escuchar su voz. De defender sus intereses, para poder contribuir de manera responsable al bien común».

En verdad era esta la frase que se temía el Gobierno y que esperaban los trabajadores y el cardenal. Fue el espaldarazo al arzobispo acusado de apoyar la libertad sindical. Los 100.000 trabajadores se levantaron en pie y más que aplaudir «aclamaron» a Wojtyla, mientras gritaban: «¡Viva el arzobispo Arns!».

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En sus palabras al Papa, el cardenal le había dicho: «La Iglesia desea ser fiel al Evangelio, concretándolo en una atención prioritaria hacia los pobres», y añadió: «Queremos rezar con nuestro Padre común, renovar nuestra fe en Cristo y nuestro compromiso con el pueblo, al que pertenecemos de corazón y por voluntad de Dios».

Juan Pablo II recordó también a los obreros cristianos que «el hombre sin Dios construye sobre la arena» y compar6 la ciudad de Sâo Paulo y sus desequilibrios sociales con la parábola evangélica del pobre Lázaro y el rico. Epulón: «El lujo, al lado de la miseria, acentúa el sentimiento de frustración de los desheredados».

Preguntó a los obreros ¿qué se puede hacer para transformar estas ciudades masificadas en ciudades verdaderamente humanas?, y él mismo respondió: «Una condición esencial es dar a la economía un sentido y una lógica verdaderamente humana».

El Papa, a quien los aplausos no le dejaban hablar, dijo también: «La evangelización propia de la Iglesia no sería completa si no se tienen en cuenta las relaciones que existen entre el mensaje del Evangelio y la vida personal y social de los hombres, entre el mandamiento del amor al prójimo que sufre y pasa necesidades y las situaciones concretas de injusticia que hay que combatir, y de la justicia y de la paz que hay que instaurar».

«La importancia de estas palabras pronunciadas por el Papa radica en que son, las palabras textuales de un importante documento del cardenal Arns, criticado como subversivo», dijo a EL PAÍS un líder intelectual cristiano, que estuvo varias veces encarcelado.

Durante la misa en el aeropuerto, el Papa hizo la apología del nuevo beato Anchieta, el jesuita pionero de la evangelización de Brasil.

La gente aplaudió gritando: «iViva el Papa!». Era como si hubiesen entendido que Juan Pablo II había trazado, sin darse cuenta, su retrato.

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