_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Nuclear?

Nos movemos en un mundo dominado por la economía, para bien, o, si seguimos a Fromm, para mal. En cualquier caso, éste es un hecho que está ahí, y no precisamente quieto y neutral, sino alta y absolutamente beligerante.En este medio, hablar de energía nuclear, como de cualquier otro tipo de energía, nos lleva a plantearnos la legitimación o no de este o aquel tipo de energía, en base a dos principios: el de seguridad y el de rentabilidad. Aunque el primero de ellos aparentemente tenga poco que ver con la economía, lo trataré en primer término porque, en definitiva, es el que de manera absoluta determina el segundo.

Seguridad

Hagamos un poco de historia. Hasta hace poco tiempo, cinco o seis años, la energía nuclear se presentaba como un maná energético: limpio y barato. Para finales de siglo se calculaba que habría en el mundo de 10.000 a 12.000 plantas nucleares. que suministrarían aquella energía que el agotamiento previsto de los pozos petrolíferos no podría abastecer. Dado que la producción de uranio es también finita, ya se preveían para después del año 2000 las energías de sustitución a la atómica: biológicas, geológicas, geotérmicas, solar, de fusión, etcétera. Quizá extrañe al lector esta referencia en pasado sobre las expectativas nucleares de hace unos seis años, en un momento en que en España hay una intensa campaña en pro de esta energía, pero es que en éste, como en otros campos, siempre cogemos alguno de los furgones de cola. Estos esquemas están pues cambiando, dado que, aquel, luminoso panorama se ha visto alterado por una serie de circunstancias no previstas hace poco: se producen moratorias, se cierran, parcial o definitivamente, fábricas ya en funcionamiento, se paralizan obras en construcción, se encarecen los costes relacionados con este tipo de energía debido a las leyes que regulan su construcción, se endurecen las normas para el transporte de materiales radiactivos, sigue sin estar resuelto el problema de los residuos...

Antes de que se produjera el accidente de Harrisburg, ahora hace algo más de un año, Estados Unidos, cuyo proyecto para el año 2000 se elevaba a más de mil plantas, han visto reducida, por la propia Administración, la cifra a doscientas. En los últimos años se han cancelado en ese país treinta proyectos, se han pospuesto varias docenas y se han reforzado las leyes de seguridad en los reactores. Personas tan firmes en la defensa de la energía nuclear como James, Schlessinger. secretario norteamericano para la Energía, ha admitido, a mediados de 1979, que esta opción «apenas resiste».

Las radiaciones bajo condiciones normales de una planta nuclear son equivalentes a las de una planta de carbón. cuando éste contiene una cierta concentración de uranio y radio. La diferencia 6triba en la capacidad potencial de la planta nuclear para producir emisiones radiactivas si algo funciona mal y esta posibilidad no se ha dado una sola vez. Como ejemplo, se conocen algunos casos de los que, los más destacados, son los siguientes:

Enero de 1961: Explosión de un reactor experimental en Idaho. Murieron tres técnicos y no se registró peligro público. Sin embargo, los niveles de radiación en el interior de la planta fueron tan altos que las víctimas tuvieron que ser enterradas junto a los residuos radiactivos. Después de un informe previo, en el que se atribuyó el fallo a un error técnico, la comisión investigadora ha certificado y llegado a la conclusión de que la causa pudo ser un sabotaje provocado por problemas matrimoniales de una de las víctimas, cuya esposa sostenía relaciones con otro de los técnicos. Parece ser que en un ele vado número de casos las causas de las catástrofes son tan imprevisibles como puede serlo la conducta humana.

Octubre de 1966: Como consecuencia de un fallo en el sistema de refrigeración, el núcleo de un reactor experimental cerca de Detroit sufrió una parcial fusión. Durante meses, los informes oficiales secretos temieron por una extensión de¡ daño, hablándose de una evacuación de 1,5 millones de personas. Después de 1972 se clausuró de forma permanente la planta.

Junio de 1970: Un fallo de funcionamiento echó abajo el reactor de la Commonwealth Edision, Dresden II. La rotura de Una varilla de medir desorientó a los técnicos, que inyectaron agua a tal presión que 190.000 litros de materia radiactiva se escaparon de¡ contenedor y se esparcieron por el área de contención. Desde esta fecha, se han producido numerosos accidentes de esta naturaleza en otras tantas plantas.

Marzo de 1975: Intentando hallar unos escapes de aire con una llama, se produjo en Alabama uno de los mayores incendios ocurridos en un reactor. Las llamas alcanzaron los cables eléctricos y desconectaron todos los sistemas de control. La presión en el reactor inutilizo; el sistema de refrigeración y el nivel del agua bajó hasta un punto que, de no haber logrado la reparación en un tiempo récord, el peligro de desintegración hubiera provocado una auténtica catástrofe. No hubo escapes de radiactividad.

Noviembre de 1977: Un reactor del Gobierno en Richland derramó 240.000 litros de agua contaminada en el río Columbia. Oficialmente se dijo que la contaminación no era lo suficientemente elevada como para dañar la vida humana o animal.

Enero de 1978: Durante dos horas se produjo un escape de helio radiactivo por una de las chimeneas de una planta atómica próxima a Denver. Se evacúa a doscientos trabajadores. se alertaron hospitales y la policía cerró las carreteras en diez kilómetros a la redonda.

En 1979 no vamos a hablar de Harrisburg por ser muy conocido el suceso. Aún hoy, un año después del accidente, aparecen noticias .como la de que, en el mes de marzo de 1980, las autoridades americanas han tenido que ceder y autorizar la salida al aire de una parte de los gases radiactivos concentrados en el reactor de la planta nuclear, una vez que han fracasado todos los intentos de limpiar la central mediante sistemas que evitaran la salida de radiación.

En 1980 se han conocido tres accidentes en Europa: uno de ellos obligó al cierre, por segunda vez, de la central nuclear francesa Saint-Laurent des Eaux. Otro, dejó fuera de servicio un reactor de la central sueca de Ringhals y un tercero obligó aparar la central nuclear de Santa María de Garoña, paro que seguirá mientras dure la reparación de la fisura de una de las tuberías que alimentan a las bombas.de chorro en el sistema de recirculación, situada dentro del recinto de contención. Otros tres accidentes, de los que se han tenido noticia, se han producido en marzo.

Según esto, tienen razón los que defienden la energía nuclear bajo el argumento de que apenas se conocen víctimas directas de la misma. Donde pierden esa razón es al no hablarnos del potencial para provocar un holocausto que cada central supone en sí misma, amén del añadido de que aún no se ha resuelto el problema de los residuos radiactivos ni el del transporte de los materiales necesarios para un normal funcionamiento. Es cierto que hoy rnorimos por mil y una causas diferentes: en las minas, en la carretera, accidentes laborales, guerras, etcétera, pero seguimos estableciendo la diferencia entre este tipo de muerte y la que puede provocar el uso pacífico de la energía átómica, y esta diferencia tiene, excepcionalmente, dos caras: la primera es la que se establece entre una muerte individual y el horror de una muerte colectiva masiva (cuaudo se ha hablado de posibles evacuaciones por accidentes en plantas nucleares se han manejado cifras de millones de personas), la segunda son los quinientos años en los que se calcula que siguen teniendo actividad radiactiva ¡as zonas afectadas. No podemos seguir esgrimiendo argumentos fariseicos, pues no son creíbles ni aun por los mismos que los lanzan. Hay que decir honestamente cuales son las causas que nos llevan, o que llevan, a defender este tipo de energía, y estas causas, lícitas para un hombre de empresa y más si ésta es multinacional, son, si bien cada vez menos, de tipo económico.

Rentabilidad

En la LV Reunión de ministros mantenida en Caracas por los trece países miembros de la OPEP, a últimos de 1979, hubo, al parecer, un documento previo de trabajo en el que se estimaban los precios actuales de sustitución del petróleo enfre los 45 y 55 dólares por barril, lo que explica que, ya antes de que se tomara alguna decisión sobre precios en la mencionada reunión, alquna de las siete hermanas elevara por su cuenta y riesgo el precio del crudo, lo que, en cierta manera, desacredita los ataques que desde Occidente se hace a los productores. en el sentido de que los movimientos al alza de precios son una maniobra de los países de la OPEP para sumir en el caos a los países industrializados. Tal como se han presentado las cosas, más bien es una maniobra dejas multinacionales para.atornillar y sacar el máximo rendimiento de la situación irreversible en la que se hallan los países industrializados o en vías de serlo.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, parece evidente que los precios del petróleo no pararán en su carre ra hasta que alcancen, en un plazo razonable que permita su asimilación -aunque sea a los altos costes que estamos pagando desde 1973-, a los de sus posibles competidores. No obstante, existe aparentemente un competidor ventajoso del petróleo: la energía nuclear. Mientras que en Suiza, país montañoso y especialmenitedotado hidrográficamente, la energía de origen hidráulico se obtuvo en 1979 a ocho/nueve céntimos, la de origen nuclear se ha obtenido a seis céntimos/kwh.

Otro factor destacable es que la energía nuclear proporciona sólo electricidad y teniendo en cuenta que ésta supone tan sólo el 30% del abastecimiento total de energía, la aportación nuclear supone menos del 4% del total energético de los países industrializados, lo que a su vez pone también en entredicho la campaña a la que nos vemos sometidos sobre el caos que se puede producir si se renuncia a esta energía. Según Vince Taylor, economista americano, de los dos factores que condicionan el uso de esta energía, la seguridad y la economicidad, el primero se halla totalmente en entredicho y el segundo se halla ya en vías del primero, ya que, si bien como hemos visto, el coste de esta energía es aún más económico que el de sus competidoras, los márgenes cada vez se van reduciendo a mayor velocidad, citando como ejemplo que los costes de instalación de las centrales en cinco años han pasado de los 225 millones de dólares por central de 1.000 MW a mil millones de dólares.

Quizá uno de los estudios más completos que se han realizado sobre la energía nuclear fue el financiado por la Fundación Ford, publicado en abril de 1977. En el mismo se recomienda la paralización del programa americano de supergeneradores y el abandono del tratamierito de los residuos radiactivos de las centrales nucleares clásicas para la obtención de plutonio. Una de las principales razones para la recomendación se basaba en la duda razonable sobre la rentabilidad de esos proyectos.

A todos estos argumentos sobre la «carestía» futura de la energia nuclear hay que añadir otro tipo de gasto muy importante, particularmente para un país con las escasísimás reservas de uránio como es el español. La Empresa Nacional del Uranio (ENUSA), debido a los compromisos contraídos de compra de uranio concentrado, principalmente con Canadá, y a la necesidad de financiar el retraso en la adquisición del uranio en las plantas de enriquecimiento de Estados Unidos, Francia y la URSS, todo ello consecuencia del compromiso adquirido con el Gobierno español, por el cual se obligaba a mantener los stocks de mineral de uranio necesarios para poner en marcha el PEN -programa nuclear aprobado hace cuatro o cinco años y cuya puesta en marcha se ha ido retardando-, se encuentra en serias dificultades para obtener los 5.000 o los 2.000 millones anuales que, según determinadas fuentes, costará el mantenimiento de los citados stocks. (La diferencia en las cifras se debe a dos de las fuentes que han recogido el tema: Cinco Días y.Lunes Económico).

Si comparamos estas cifras con los treinta millones de dólares (unos 2.000 millones de pesetas) que el Gobierno británico ha dedicado a la investigación de nuevas fuentes de energía (Libro blanco, Londres, junio de 1978), nos daremos cuenta del desajuste que se está produciendo y aún de la irracionalidad en la utilización de las ingentes cantidades que se están gastando en promocionar e imponer la energía nuclear, cuando con cifras sensiblemente inferiores podría acelerarse la puesta a punto de energías que, como la solar, tiene ya superados los más difíciles problemas tecnológicos.

En definitiva, nos encontramos con que no existe justificación objetiva y racional para seguir invirtiendo en la alternativa nuclear debido a los cambios, basados en un mejor conocimiento, que se han próducido en los últimos cinco años. Las dos razones que la podrían justificar: seguridad y economicidad, no existen y, de existir, aun en el caso de la economía, llevan camino de desaparecer dados los altísimos costes que las mayores medidas de seguridad en transporte, construcción y eliminación de residuos se están ex¡giendo cada vez en mayor grado.

Por otra parte, hay indicios razonadamente fundados de que con menores inversiones que las que actualmente gnige el programa nuclear, se podrían poner a punto ya energías de las que se habla para el año 2000.

¿Qué razones impiden que esta investigación alternativa se acelere? A mi juicio, dos son las principales razones y las dos son, como el resto, de índole económica. La primera es que las ingentes sumas de dinero invertidas hasta ahora en el delarrollo de la energía nuclear por las multinacionales del ramo tienen que ser, en alguna medida, recuperadas mediante la instalación de un número determinado de centrales que vengan a amortizar la investigación, las instalaciones de enriquecimiento de uranio y de fabricación de las piezas necesarias a las instalaciones. Si una vez instalada la central tiene que ser cerrada, como viene ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, el coste .ya no recae sobre las poderosas multinacionales que dirigen la operación, sino sobre los Gobiernos o empresas que han optado por esta energía.

En segundo lugar, la energía alternativa con más posibilidades, que es la solar, carece para estas empresas del estímulo económico suficiente, puesto que, con una ausencia de adquisición de materia prima generadora y con escasos gastos de mantenimiento, no aparece como una aventura industrial atractiva.

En definitiva, sólo la realización a corto plazo de una de las potenciales y posibles catástrofes, o el encarecimiento por,encima de cualquier posibilidad económica podrá librarnos de que, en los próximos años, tengamos que so,portar los inmensos riesgos que conlleva esta energía, riesgos que, no terminan en esta generación, sino que se extienden como ya he señalado quinientos años más allá. Si se da alguno de estos dos casos, los que quedan comprobarán como en un plazo irrisorio, energías que hoy nos escamotean hasta el año 2000, serán puestas en práctica en cuestión de unos pocos años y aun de meses.

María Rubio es licenciada en Ciencias Económicas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_