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Raúl Morodo: "El Estado tiene que replantear la vida universitaria"

«Un acto académico de inauguración de curso», dijo en su discurso Raúl Morodo, rector de la universidad, «es siempre motivo que permite, y en gran medida legitima, una breve reflexión sobre la universidad, en general, y sobre nuestra universidad, en particular. Reflexión que, obviamente, tiene que extenderse al Estado y a la sociedad en que las instituciones universitarias, se enmarcan».«Al nuevo Estado democrático que se ha instaurado en España», dijo, «hay que exigirle un constante replanteamiento, abierto, generoso, profundo, de la vida universitaria. La sociedad, por otra parte, tiene que comprender, y comprender es participar, que sin una universidad operativa -docencia, investigación- no habrá un aseguramiento de la democracia avanzada que señala el preámbulo a nuestra Constitución. Estudiantes y profesores, en fin, tenemos que desarrollar con libertad, pero también con seriedad y eficacia, estas funciones morales de estudio, investigación y comunicación de los saberes. Es, así, tarea de todos, del Estado y de la sociedad, de profesores. investigadores y estudiantes, avanzar por este camino para forjar un hombre nuevo, con un humanismo progresista que, de conseguirlo, contribuirá poderosamente a asentar una sociedad justa, libre y desarrollada».

«La universidad», precisó el rector de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, «no es sólo un foro abierto de comunicación del saber. Tiene, para cumplir sus fines, que basarse en los principios de participación y anticipación, de pluralismo ideológico y servicio público. Tiene, en otras palabras, que modernizarse constantemente, de manera crítica y autocrítica». «Esta tarea», dijo el señor Morodo, «y la definición de los medios para conseguirla, corresponde a los gobernantes, pero también, y muy especialmente, a profesores, investigadores y estudiantes».

«El problema universitario», señaló, «no es sólo nacional, sino internacional. De "desafío planetario"», lo calificó, y remarcó que «la década de los ochenta será clave para conseguir soluciones a estos problemas».

«El mundo» dijo, «ha gastado en 1979 más de 400.000 rnillones de dólares en educación, y 450.000 millones de dólares en armamento». «Es evidente», dijo, «que la dialéctica educación-guerra debe resolverse progresivamente a favor de la educacion si no queremos desembocar en la autodestrucción y el fin de toda cultura».

Enlazó entonces con el carácter específico de la Universidad Menéndez Pelayo y su papel de agente cultural coadyuvador de una distensión Internacional. «Esta universidad internacional», dijo, «no es una universidad convencional, sino que, desde su fundación, en 1932, ha pretendido situarse dentro de unos esquemas, flexibles y atípicos, adaptados a las necesidades y condicionamientos de cada momento histórico concreto». «Condicionamientos que», dijo, «no han impedido que se fuese avanzando gradualmente hacia una mayor libertad cultural y académica». «Quiero», dijo, «en este sentido, expresar mi reconocimiento a mi antecesor, profesor Yndurain.

Pasó luego a lo que podría ser considerado como una declaración de principios de la universidad internacional y, al mismo tiempo, un recorrido a su espíritu fundacional. «Es, ante todo, una universidad del Estado, de y para, todos los españoles, entendida como un centro de cultura interregional e internacional». «Esta», dijo, «fue una de las ideas fundacionales que orientó a los promotores -fundamentalmente Pedro Salinas-, con el apoyo de ilustres profesores, y que formalizó el maestro Fernando de los Ríos. Y esta es la idea que reitera el vigente decreto de reestructuración, de enero de 1980, concediendo el estatuto jurídico-administrativo de organismo autónomo».

Añadió, por fin, el señor Morodo, que esta doble característica de la universidad permitía al organismo abrirse a la multiplicidad de las ideas y de las materias culturales, a todas las corrientes de creación y pensamiento de la cultura y la ciencia. Y terminó diciendo: «Nuestra historia académica y cultural ha sido predominantemente una historia antagonizada por las categorías bélicas de amigo-enemigo. No hemos asumido todavía el pasado, con serenidad y racionalidad, y si no lo asumimos será difícil una concordia duradera. Si queremos que nuestro futuro sea un haz de convergencias, una comunidad integradora de lo múltiple y lo diverso, es necesario re¡vindicar nuestro pasado con suma de afinidades, sí, pero tambiéán de diferencias, de semejanzas y de disparidades». «Y, por ello, si ese eminente santanderino, cuyo nombre figura en la denominación de esta universidad, fue un gran español, también lo fue, y yo me atreveria a decir que desde la misma raíz y por las mismas razones, ese preclaro humanista y pedagogo que se llamó Francisco Giner de los Ríos».

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