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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Breviario para escépticos en materia atlántica

Las declaraciones que hizo Marcelino Oreja en estas mismas páginas, sobre temas de política exterior española, han sido recibidas con no poco revuelo y algún que otro aspaviento. Revuelo y aspavientos centrados sobre todo en la nítida voluntad que, en nombre del Gobierno, Oreja reafirma de que España se integre en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Revuelo y aspavientos que han ocultado el mérito fundamental que para mí revisten dichas declaraciones: en ellas se encuentran la expresión coordenada, coherente y global de un modeló de política exterior para España. Modelo con el cual, naturalmente, se puede o no estar de acuerdo, pero al que tirios y troyanos deben reconocer ese carácter de visión integrada. Coincidiendo plenamente con las líneas de esa visión, yo añadiría además que su dibujo es posible, realista y conveniente en función de las exigencias de nuestros intereses nacionales.Pero mi propósito al escribir estas líneas es el de aprovechar revuelos y aspavientos para, a su socaire y bien lejos de ellos, introducir elementos de reflexión sobre la misma esencia de la OTAN y en torno a nuestras eventuales relaciones con la organización. El debate está abierto y yo me alegro de ello. Mi modesta pretensión es que continúe por todos los canales posibles y fuera de la desmesurada adjetivación o de la fácil y demagógica descalificación.

Entre la pura y simple falacia y la sabiduría convencional más o menos adquirida, círculos interesados o simplemente ingenuos han tratado de oscurecer la necesaria serenidad en la discusión con la negra tinta de las imputaciones simplificadoras.

Sabiduría convencional es, por ,ejemplo, afirmar que la bipolaridad es consustancialmente mala y que, por consiguiente, igual de, malos son los dos bloques y sus respectivos representantes. A lo cual habría que puntualizar que éste como cualquier otro esquema maniqueo resiste difícilmente el contraste con la realidad, que el mundo bipolar no es ciertamente el mejor de los posibles pero sí el único de los por el momento reales, que la reflexión nacional debería calcular con exactitud las ventajas e inconvenientes de la integración o ausencia en esa bipolaridad, sobre todo cuando nadie niega nuestra cualidad de país incluido en el área occidental y que, al fin y al cabo, en ese contexto mundial y sin necesidad de emplear valoraciones o calificativos, una de las dos grandes potencias vive y lidera el sistema de libertades y de representación parlamentaria, que es el que el pueblo español se ha dado.

Sabiduría convencional es también afirmar que la política de bloques contribuye a aumentar el riesgo de guerra. Entre los indudables defectos que la OTAN tiene resalta, con especial crudeza, la relativa incapacidad que ha demostrado para solucionar tensiones y conflictos entre sus miembros. Pero nadie que no tenga una venda en los ojos puede negar que su misma existencia ha contribuido poderosamente a evitar, a través de la disuasión, los peligros de una confrontación abierta. Como tampoco nadie podrá negar que la percepción y la realidad de seguridad que a sus participantes ha ofrecido ha sido la más elevada de lo que una alianza político-defensiva ha podido demostrar en los tiempos modernos.

Al borde de la falacia, sabiduría convencional es asimismo afirmar que la entrada de España en la OTAN alteraría gravemente el delicado equilibrio que hoy conocemos. No nos engañemos ni nos dejemos engañar: todo el espacio geográfico cubierto por la soberanía española es ya, para unos y para otros, parte geoestratégica definida como potencialmente amiga o eventualmente enemiga, en una definición que en causas y en efectos ignora todavía la participación plena del pueblo español y de sus órganos representativos.

El manejo desapasionado de los datos reales y psicológicos que hoy componen el statu quo muestra con claridad meridiana que no habría nunca ruptura del equilibrio si España decidiera asumir como sujeto activo los derechos de presencia que le corresponden en un sistema de responsabilidades en el cual hoy participamos como simple objeto pasivo.

Porque también constituye una sabiduría convencional, y esta vez grave, el proponer como axioma el riesgo de intervención soviética en Yugoslavia en el caso de que España ingresara en la OTAN. Es evidente que lo que ocurra en Yugoslavia, y yo personalmente deseo y espero que no sea otra cosa que la libremente querida y aceptada por el mismo pueblo yugoslavo, se habrá de producir sin que nuestras decisiones o nuestro futuro la puedan afectar. Repitiendo una vez más que una España en la OTAN no afecta para nada al equilibrio preestablecido y que los que introducen ese tema en el raciocinio, cargando sobre nuestros hombros el pesado fardo del destino de otros pueblos, lo hacen sólo como burdo pretexto y zafia voluntad de presión. Por lo demás, flaco servicio le hacen a la Unión Soviética los que así argumentan, atribuyendo a los dirigentes de. Moscú turbias intenciones que estoy convencido en absoluto corresponden con la realidad.

En trance de convertirse en sabiduría convencional, no falta quien afirme que la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, que este año ha de celebrarse en Madrid, quedaría gravemente comprometida en su evolución y en sus resultados con la decisión española de entrar en la OTAN. Bueno sería aquí recordar que el mismo tema del Acta Final de Helsinki reconoce «el derecho de ser o no ser parte en tratados de alianza»; que, al decidir que Madrid fuera la sede de la Conferencia ni los participantes impusieron, ni por supuesto el Gobierno hubiera aceptado, ningún tipo de condicionamiento en los fines y en los objetivos de nuestra política exterior; que el éxito o el fracaso de la Conferencia no será nunca éxito o fracaso del país anfitrión, sino de los veinticinco Estados participantes; que, finalmente, los hechos que han podido dificultar el éxito de la Conferencia se han producido de modo dramático muy lejos de nuestras fronteras y de manera por completo ajena y radicalmente contraria a nuestra voluntad, a nuestras convicciones, a nuestros intereses y a los intereses de la misma CSCE.

Decir que nuestras necesidades defensivas en colaboración con el Occidente están suficientemente cubiertas por nuestra relación bilateral con Estados Unidos supone olvidar de manera casi culpable todo lo que muchos dijimos en contra de unos tratados que, viciados por el momento en que se concluyeron, necesitan de un profundo replanteamiento en el contexto de una igualdad de derechos y responsabilidades que, desde 1953, no existe y que serían difícilmente realizados fuera del contexto multilateral que la Alianza Atlántica ofrece.

Endeble sabiduría convencional constituye el insinuar que nuestras, relaciones con los países del Tercer Mundo, hispanoamericanos o árabes, quedarían sustancialmente alteradas por nuestras decisiones en la OTAN. Dejando de lado la grave disposición derrotista de los que admiten que otros puedan condicionar nuestras decisiones soberanas en este u otro terreno, está todavía por demostrar la existencia de un caso, de un solo caso, en donde ello se pudiera producir. Como también está por demostrar la existencia de un caso, de un solo caso, de un país miembro de la Alianza Atlántica que haya visto coartadas sus posibilidades de relación con dichas áreas en función de su carácter atlantista.

Demagógica sabiduría convencional es la de utilizar los esquemas simplificadores de reaccionarismo y progreso, de buenos y malos, para cargar toda la OTAN en el haber de lo primero -los malos- y todo lo anti OTAN en la cuenta de los segundos -los buenos- Si es reaccionario el preocuparse por una adecuada definición con muestras de necesidades defensivas, si es reaccionario propugnar una integración plena en el ámbito que política e ideológicamente es el nuestro, si es reaccionario figurar al lado de países como Noruega, Dinamarca, Gran Bretaña, la República Federal de Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Portugal.... que alguien venga y lo demuestre.

Todo lo demás, por el momento, es poesía. El tema es ciertamente central en las preocupaciones del Gobierno y para el futuro de nuestro pueblo. Los del revuelo y el aspaviento, en la desmesura y en la violenta reacción, así lo han demostrado. Que estas líneas sirvan para que, fuera de las sabidurías convencionales y de las más o menos sutiles falacias, unos y otros sepamos, en serenidad y juego limpio, exponer las razones de una opción que poco se compadece con la sinrazón y el grito.

Javier Rupérez es diputado de UCD por Cuenca y secretario de relaciones internacionales de UCD.

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