Torrente Ballester
El ministerio de la cosa ha jubilado a Gonzalo Torrente Ballester, ingenio sutil, galaico y nicotinado, miope de mirada penetrante cuando penetra el tiempo, la cultura, la vida. Gonzalo Torrente Ballester, que es uno de esos amigos que a veces silba bajito, cuando está uno con él, poniéndole hilo musical a la amistad, es el ciego más vidente y el maestro menos docente de nuestro casi medio siglo literario.Salamanca, última y alta ocasión de sus penúltimas enseñanzas, le rinde ahora homenaje. «Salamancas de luz», como las que viera Gerardo, se encienden de plateresco para iluminar la penumbra de dioptrías y modestia en que vive el maestro. He aquí mi telegrama de adhesión, todo de un azul interior, desde el derruído carolino madrileño al inspirado plateresco salmantino. He contado en libros y artículos que conocí a Gonzalo en Madrid (después de leerle mucho a la luz queda de la provincia), en una cafetería matinal cercana a la Gran Vía, donde él desayunaba sólo, con una gran cartera al lado, y que me dijo cosas secas y precisas sobre la novela histórica o Historia novelada, que era el tema de la entrevista. A mí, entonces -arisco reportero-, me parecía que eso de la novela histórica era una coña marinera a lo Fabiola y sus catacumbas, a lo padre Coloma, una cosa puesta forzudamente al día por Gironella, el pre-Vizcaíno de aquel momento. Torrente me aclaró bastante las oscuras ideas. Me las aclaró tanto que hoy mismo saco yo una novela seudohistórica. Con perdón, Gonzalo. Como uno tiene su casita de papel en la cresta de la ola (no otra cosa que una casita de papel es la columna de Prensa), Torrente y yo nos hicimos más amigos cuando las procelas literarias y su perdurable Saga/. Fuga le trajeron a esta cresta, a esta ola, más lo bueno que había escrito sobre mí y lo mucho que yo había leído de él. Tengo que decir que el juego con la Historia, la Historia como juego, que es la clave en que he escrito mí último libro, no tiene otro precedente, otra influencia más clara ni desbaratada (por mi torpeza) que la Sagal Fuga.. Cuando estaba en Vigo, Gonzalo me llevaba a Vigo a dar conferencias, pero lo mejor era la conferencia que me daba él a mí, en cualquier café, sobre clásicos, meretrices galaicas, poemas de Fernando Pessoa, que me: recitaba en portugués, más ciego de copla que nunca, e historias del franquismo, por donde me remontaba yo a una conferencia que le oí una vez en León, sobre ese caballo blanco y goyesco que preside La carga de los mamelucos. Cuando estaba en Salamanca, fui a verle varias veces, escuché sus clases y, conferencias, renové mi doctorado /Torrente y fue/es para mí el amigo/ padre /maestro que siempre he tenido y renovado, pues toda la vida busco la amistad nicotinada y literaria de los escritores mayores de edad, dignidad y crítica al Gobierno. A mí me hace más compañía (y a lo mejor se la hago yo a él) un viejo maestro vivo que un Forster o un Conrad muerto (tan justamente frecuentados por los ,novísimos), entre otras cosas, porque el viejo maestro vivo suele saber y reunir y resumir en sí todo Conrad y Forster y muchos más.
Que es el caso, claro, de Torrente. Cuando le metieron en la Academia, le pillé en un rincón artesonado, sólo por un momento silbando esa cosita leve, imperceptible, solitaria, que silva de vez en cuando, toda la vida, reuniendo todo el rostro hacia los labios, y que me parece lo más lírico de su alma escéptica, lo, más escéptico de su inteligencia irónica, lo más irónico de su persona mítica. La desvencijada enseñanza española. esta lujosa e insólitamente decorada de hombres así. Aparte la universidad, esa enseñanza, cuando es segunda, tiene en cada instituto de provincias un Machado, un Torrente, un Gerardo, un maestroescuela que pasa directamente del escalafón muerto al panteón vivo de hombres ilustres. Qué desperdiciados estos hombres. Pero ¿qué silbas, quedo, toda la vida, Gonzalo, ahora que ya tienes todo el tiempo para silbar?
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