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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El juego de los Juegos

HOY DECIDE, en teoría, el Comité Olímpico Español la participación o la ausencia de los atletas de nuestro país en los Juegos de Moscú. Sin embargo, la declaración del Gobierno, hecha pública anoche, crea un marco adverso a la asistencia a las olimpiadas y condiciona indebida mente la libertad de decisión del comité.La designación de la Unión Soviética como país organizador para 1980 de las competiciones deportivas que, cada cuatro años, reúnen a los atletas de todo el mundo, con el propósito de resucitar los viejos mensajes de paz, confraternidad y emulación amistosa que habitualmente se asocian con las olimpiadas griegas, fue realizada en 1972, en los juegos de Munich. En esa fecha, la naturaleza del régimen político soviético, la lucha de los intelectuales disidentes en favor de los derechos ciudadanos, las prácticas represivas de la burocracia soviética y las restricciones a la libre circulación de las ideas procedentes del mundo occidental eran conocidas hasta la sociedad por los Gobiernos y la opinión de todas las naciones democráticas. No se puede decir tampoco que la doctrina de la soberanía limitada de Leónidas Breznev fuera un misterio o un secreto en ese tiempo, entre otras cosas, porque, en agosto de 1968, los tanques del Ejército Rojo habían invadido Checoslovaquia y helado las esperanzas despertadas por la «primavera de Praga».

Por esa razón resultaría incomprensible, de no andar por medio los conflictos geopolíticos entre las grandes potencias y la campaña electoral norteamericana, que una nueva demostración práctica de las brutales posibilidades que encierra la teoría de la soberanía limitada, esta vez con el pueblo afgano cómo víctima, o el mantenimiento del régimen represivo soviético, puesto una vez más de manifiesto con el destierro del admirable Sajarov, fueran utilizados como argumentos por el Gobierno de Washington para vender el boicoteo de las olimpiadas, incluso a los países europeos. En la Unión Soviética no se ha producido ningún cambio de sistema de gobierno y ni tan siquiera ha sufrido variaciones su estrategia internacional, históricamente obsesionada por crear un hinterland de países satélites alrededor de las fronteras soviéticas propiamente dichas. Los Juegos Olímpicos de 1936 se celebraron en un país, Alemania, que había derribado tres años antes un régimen constitucional e impuesto una feroz dictadura. El Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 tuvo como sede una nación, Argentina, en la que dos años antes se había producido un golpe militar y que ha sido escenario de espeluznantes atentados contra la vida y la dignidad de las personas. En ninguno de los dos casos prosperaron las propuestas de boicoteo, pese a que podía esgrimirse el argumento de que los países organizadores habían cambiado sustancialmente de sistema político después de su elección. ¿Por qué entonces aplicar esa consigna a una nación cuyas líneas de actuación represiva en el interior y de violaciones de la soberanía nacional en el exterior se remontan nada menos que a 1917 y son conocidas hasta por los niños de las escuelas?

Sin duda, hubiera sido posible, en 1972, rechazar la candidatura soviética para la organización de los Juegos de 1990 con base a los mismos argumentos que hoy se utilizan. ¿Por qué entonces no y ahora sí? Las tropelías de las grandes potencias en el exterior o la violación de los derechos humanos de los ciudadanos por los Gobiernos, ¿sólo cuentan cuando son recientes? Entonces, ¿por qué razón nadie se retiró de las olimpiadas de México en octubre de 1968, sangrientamente inauguradas con la brutal matanza de Tlatelolco? De otro lado, la intervención militar de una gran potencia en un pequeño país para cambiar su sistema de gobierno o mantener a un dictador no es, desgraciadamente, habilidad única de la Unión Soviética. La guerra de Vietnam no se halla tan lejana en el tiempo; y quienes la hayan olvidado tienen ahora ocasión de refrescar su memoria con las impresionantes imágenes de Apocalipse now. Y los informes periódicos de Amnistía Internacional sobre las violaciones de los derechos humanos en el mundo entero muestran cómo son la excepción, y no la regla, los sistemas políticos que respetan la vida, la integridad física, las libertades y el honor de sus ciudadanos. Si la condición para que los Juegos Olímpicos puedan celebrarse es que la soberanía nacional de los pequeños países no sea violada por las grandes potencias y los derechos humanos sean respeta dos por los Gobiernos en todo el planeta, es evidente que las olimpiadas carecen por completo de futuro.

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Por lo demás, la opinión desfavorable del Gobierno español, que no puede sino condicionar la decisión del comité olímpico, respecto a nuestra participación en los Juegos de Moscú, pone de relieve, de forma espectacular, las incoherencias y caprichos de nuestra política internacional, que a veces parece más un juego que una labor de Estado. Resulta así que el país anfitrión de la Conferencia de Seguridad prepara la recepción a uno de sus huéspedes con la bofetada previa de pronunciarse a favor del boicoteo de unos Juegos en los que la Unión Soviética ha invertido cuantiosos recursos financieros con vistas a fortalecer su imagen y su turismo. Nuestro país hizo ya un considerable ridículo, hace más de dos décadas, al no acudir a los Juegos de Melbourne para castigar a la Unión Soviética por la invasión de Hungría, y, en 1959, al negarse a competir con la selección de fútbol soviética en un campeonato de Europa. Algún día, uno de los acostumbrados virajes de la política exterior norteamericana -¿quién hubiera podido predecir unos años antes el viaje triunfal de Nixon a Pekín en vísperas del Watergate?- demostrará que el boicoteo a los Juegos de Moscú ha tenido mucho menos que ver con la causa de la paz y de los derechos humanos, con independencia de que la primera y los segundos sean efectivamente puestos en peligro por la Unión Soviética desde hace seis décadas, que con una campaña presidencial y con los deseos de Carter de colorear su desvaída imagen. Lástima que el presidente del Gobierno español se olvidara anteayer de debatir este tema en el Congreso, pese a las menciones que algunos diputados hicieron al respecto. Porque mal podemos aspirar a mediar en los conflictos internacionales, desde el Oriente Próximo a Latinoamérica, y a tratar de servir de puente entre las grandes potencias, cuando nuestra diplomacia ofrece un fácil blanco a la acusación de que no hace sino instrumentar consignas enviadas desde lejanos despachos ovales.

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