La jota
Entre la gran rueda de reivindicaciones, discrepancias, acusaciones, protestas y cosas que constituyó la ordalía de las Cortes en torno al presidente Suárez (que va ya siendo, casi, un presidente accidental o accidentado), a mí me conmovió especialmente, únicamente, agudamente, la intervención de un tal señor Roces -me parece que Roces-, aragonés, que se subió al púlpito para defender la jota.Los demás defendían o atacaban la patria, la Constitución, la libertad, el imperio de la ley, las autonomías y otros inventos, pero este aragonés, de voz y estampa curiosamente orientaloides, defendía y reivindica la jota. Lo dijo claro:
- El gobernador civil de Zaragoza no nos deja bailar la jota en la plaza del Pilar.
Hasta aquí hemos llegado, hasta aquí han llegado las aguas del trienio liberal, que ya se ha cumplido con creces. El punto máximo de la evolución política y el punto máximo de la involución vienen a coincidir y encontrarse en un salto de jota, de modo que la Historia nos coge con la pata levantada, iniciando un salto jotero, y nos deja así petrificados, como en lava de Pompeya, que es la lava del volcán involutivo, haciendo el ridículo ante la opinión mundial y el Financial Times. Porque Franco nos dejaba la jota, señores diputados, y nos dejaba la sardana y el martinete y las sevillanas y el baile de san Vito. Luego, san José Obrero, nos reunía a todos, los productores mayormente, en el Bernabéu, en plan demostración sindical, y allí cada paleto disfrazado bailaba lo suyo y a su aire, que eso si que era una democracia orgánica, folklórica y de Sección Femenina, muy bien pensada entre los coros y danzas, Pilar Primo de Rivera y don Joaquín de Entrambasaguas.
Ahora, en plena democracia desmelenoide, cuando hasta Blas Piñar dice en el Congreso que la Constitución está hecha una braga, y lo dice gracias a la Constitución, resulta que un gobernador civil de Martín Villa coge, agarra y prohíbe, la jota a los aragoneses, que es como prohibir la paella a los valencianos o el rosario al citado don Blas. Lo otro, los procesos a periodistas, las condecoraciones a Juan Luis Cebrián por el KGB, el terrorismo de las cinco flechas, que cada día clava una en el corazón cotidiano de Madrid, la ética grapoetarra, el paro, que es un ballet, y la quiebra empresarial, que es una comedia musical americana, con Ferrer Salat de Fred Astaire, lo otro, digo, todo eso no es sino el amago de un proceso involutivo/reformativo/remodelativo que culmina en la prohibición de la jota.
España puede vivir sin política exterior (sustituida por los viajes turísticos del presidente Suárez); España puede vivir sin política económica, sustituida por el brazo contable de Abril Martorell, que es como el de santa Teresa, pero con barba cerrada, España puede vivir sin seguridad pública, sustituida por la romería y las rosquillas del santo, pero España no puede vivir sin la jota aragonesa, el chacolí, la sidra asturiana bien tirada de Casa Mingo o los concursos teledominicales de José María Íñigo. Hay cosas que son intocables, señores parlamentarios, o sea las esencias.
Razón tenían los demócratas orgánicos de cuando el Régimen diciendo que esto era una democracia natural de pan y toros, pan y fútbol o pan y vino. Con Franco bailábamos mejor. Con Franco bailábamos lo que nos daba la gana, que yo he bailado hasta el twist en los felices sesenta, que era una cosa muy ligona, y Franco no se metía para nada. Mas ahora hay un gobernador franquista que no deja bailar la jota a los joteros. Yo he bailado la sardana dominical y ritual en las plazas marineras de Barcelona, cuando el Régimen. Pero la involución prohíbe la jota como Videla prohibió el tango de Carlos Gardel. Lo dijo Verlaine: «De la música nace toda cosa». Y con la música, hoy, en España, muere toda cosa. Claro que Verlaine, el carroza, era un poco bujarroncete.
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