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El centauro, el mago y el niño

Fernando Savater

Según nuestro llorado y otras veces certero Roland Barthes, lo que se le puede reprochar al mito es que «está hecho para mí». Para los modernos, lo que devalúa al mito es su apelación desvergonzada a lo subjetivo: el cosquillear sin rebozo el anhelo secreto del yo. Los mitos no respetan la objetividad serena que refleja ese sistema semiológico primario, el lenguaje, ni la desencantada verosimilitud histórica. Son muy suyos los mitos, porque se refieren sin ambages a lo más nuestro, es decir, a lo que todavía no tenemos. «Ideología pura», dijo Barthes, aunque era lo suficientemente perspicaz como para decirlo con cierto embarazo. Pues bien, a los que se preguntaban a qué venía una corrida mestiza como la de ayer, habría podido respondérseles que se trataba de fraguar una corrida mítica, es decir, «hecha para mí». Reunir a tres arquetipos simbóIicos para ver si logramos que los toros se nos metan «dentro» de nuevo, que no se queden siempre «fuera», en la objetividad intachable y bostezadora. ¡Y qué tres arquetipos! Ni Jung los podría haber elegido mejor: el centauro, el mago y el niño. El centauro que no se reduce simplemente a galopar delante del toro, sino que es capaz de enfrentar toreramente a caballo y toro, de reinventar con eficacia el Guernica originario que el aburrimiento repetitivo de tantas tardes de rejones niegan; el mago capaz de ensimismar al morlaco en lo visto y no visto, mientras el público ya no sólo ve lo que merece -«¡para esto hemos pagado!», gritan los que se conforman con poco-, sino aquello en lo que ya no creía; y el niño sobre todo, el puer aeternus, el joven dios de nombre legendario que ha de venir a renovar lo muerto, a reverdecer lo gris, con la gracia que no pesa, pero templa y manda.Ya sé, ya sé que luego el ritual en que el mito se cumple funciona a veces y a veces no. El dinero está detrás de todo, dicen los que no han logrado aprender a nadar, pero ya saben ver debajo del agua: bueno, pues dejémoslo atrás, no lo pongamos delante en forma de «honradez» y «estafa». Todo tiene trampa, pero ¡ay de nosotros, cuando ya ninguna trampa funcione! ¡Ay del toreo sin trampa, es decir, sin mito! Cuando ya nada esté hecho para nosotros y nadie tenga ni siquiera que molestarse en enganarnos, porque vivamos al fin en la verdad objetiva, en lo que nos merecemos... Entonces entenderemos bien aquello que decía Chamfort: «Hay gente tan triste como si ya lo supiera todo». Mientras, el público, que sabe de mitos muchísimo más que el bueno de Barthes, apedrea al santo para que llueva y blasfema como otra forma fervorosa de oración. Ayer se vio, en Las Ventas. Cuando Curro torea, abrumado por lo necesario, con el toro derrengado y el ángel de espaldas, Curro es un sinvergüenza, un bribonazo cobarde, al que no hay rollos de papel higiénico suficientes en el mundo para envolver como una momia trai dora a su promesa; pero cuando Curro pide el sobrero, ¡ay!, entonces vuelve a ser el mago de lo posible, lo que viene a salvarnos y a redimirnos, el milagro en el que no creemos ni podemos dejar de esperar: «¡Vete, Curro,, bandido, becerrista! ». Pero, «¡Vuelve Curro, mi arma, no nos dejes solos en la plaza con la justicia y el reglamento por toda compañía! ». ¿Ven ustedes? Mogambo puro. Que muera lo objetivo, para que el mito siga en pie. Nos va en ello todo lo que aún no tenemos y por eso vale.

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