Una gran jornada de "rock"
ENVIADO ESPECIAL, El pasado miércoles, el festival de Cannes vivió su gran jornada de música pop. Todo comenzó a las diez de la mañana, hora en que se exhibía Me Vicar, largometraje dirigido por el británico Tom Clegg, interpretado por Roger Daltrey y producido por Polytel y The Who Films. El recuerdo de Quadrophenia, primera película producida por los Who, flotaba en el ambiente. Me Vicar no tiene nada que ver con un buen recuerdo.El rock, en alguna medida, está estrechamente vinculado con el mundo de la delincuencia, de la ilegalidad. Pese a haberse convertido en uno de los negocios más saneados de la segunda mitad del presente siglo, su origen, sus connotaciones de rebeldía, le vinculan con ese submundo en el que la diferencia de lo legal y lo ilegal depende de la capacidad de hipocresía de quien lo habita.
Daltrey ha querido rendir su homenaje particular a la delincuencia, protagonizando la historia autobiográfica de John McVicar, que fue enemigo público número uno de Gran Bretaña, detenido, encarcelado, escapado y vuelto a detener, y que posteriormente redimió sus culpas estudiando sociología en la prisión para desempeñar en la actualidad el oficio de periodista. Es decir, es una película «de cárceles», que poco o nada aporta al ya extenso género. La banda sonora corre a cargo de Jeff Wayne. Una hora más tarde, el protagonista del filme, su director, el ex enemigo público número uno y doscientas personas daban cuenta de un suculento banquete en un hotel de lujo, a la salud del rock, de la cárcel y del periodismo.
Cinco de la tarde. Otro hotel de lujo. Medidas especiales de seguridad, con la presencia de un buen número de gendarmes. En una amplia sala de conferencias se preparan con escrupuloso profesipnalismo micrófonos y focos. Hay barra libre. Quince minutos más tarde surgen por una puerta Paul y Linda McCartney. Vienen a presentar el último disco de Paul (McCartney II, compuesto, interpretado y producido por quien le da título) y un cortometraje, Seaside Woman, en el que Linda compuso la banda sonora. Es la primera vez que vienen a Cannes, y hay expectación por saber qué piensa Linda de Paul y Paul de Linda, a tenor de la insistencia en preguntárselo.
Los dos se declaran partidarios de las películas de Walt Disney, de La guerra de las galaxias; a Paul le gustan Police, y sobre Japón reconoció que en su última visita sólo pudo tener un conocimiento parcial de dicho país. En cualquier caso, allí estaban los dos, y con eso era suficiente.
Por la noche, el palacio del festival daba acogida a Breaking Glass, filme de Brian Gibson, interpretado por Phil Daniels (el protagonista de la ya citada Quadrophenia) y Hazel O'Connor, nueva revelación de la canción New Wave. Si con McCartney contemplábamos nuestra juventud, con Breaking Glass comenzábamos a contemplar nuestra decadencia. La película cuenta la historia de un grupo rockero, próximo al punk, que, poco a poco, es asimilado por el sistema. Cada vez que sube puntos en las listas de popularidad, pierde radicalismo en sus canciones.
Gibson describe espléndidamente el mundo pop de los pubs de Londres, la violencia fascista, la dureza del rock, el entramado industrial de las casas de discos y el por qué las estrellas de la canción necesitan con frecuencia visitar los distintos frenopáticos, que diría Makoki. Y todo ello con un ritmo vertiginoso. El espectador no puede hacer otra cosa, que dejarse llevar por ese torrente de imágenes y canciones concebidas desde la anfetamina con amor. Los únicos treintañeros que aparecen en la pantalla son los que detentan cualquier tipo de poder.
Ronne Blakley, ex amor de Dylan y compañera en la actualidad de Win Wenders, quiso dejar su recuerdo personal en Cannes. El martes por la noche, en la terraza del Blue Bar, ante un selecto grupo de alcohólicos, cantó varias canciones, acompañándose de una de las miles de guitarras callejeras que deambulan por la ciudad. Su versión de Just Like a Woman fue espléndida. Los treintañeros volvían a recuperar la fe en sí mismos. Algo es algo.
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