El petróleo dominará la séptima "cumbre" franco-africana que se abre hoy en Niza
Anoche, en Niza, el presidente de la República francesa, Valéry Giscard' d'Estaing, abrió la séptima conferencia franco-africana con una cena a la que había invitado a los jefes de Estado y de Gobierno de los veinticinco países del continente negro que asisten a dicha cumbre. Los trabajos se iniciarán hoy. De los países invitados, dieciocho intervendrán como participantes, y ocho como observadores. El tema central de la conferencia será económico. Concretamente, la plana mayor del mundo franco-africano estudiará en Niza las consecuencias sobre esos países del segundo «choque» petrolífero y, consecuentemente, buscará las soluciones más apropiadas para ayudar a unas economías ya frágiles y, en bastantes casos, angustiosas. Esta cuestión de fondo no impedirá que la reunión aborde otros problemas, como la francofonía o el de la seguridad, aunque las autoridades galas estiman que «esta región occidental de Africa está más abrigada que el resto».
Las fórmulas no faltan para esquematizar el fondo y la forma de la política de Francia en Africa. Unos nombran al presidente «Giscard, el africano», y ya lo dicen todo. Para no pocos, Giscard es «el gendarme» de las antiguas colonias galas, o «el gran brujo». A pesar del simplismo inherente a las «frases», dos cosas son ciertas. Primera: que Giscard, más aún que sus antecesores Charles de Gaulle y Georges Pompidou, ha hecho de la política francesa en Africa un coto cerrado, en el sentido más absoluto de la expresión. Esto, por lo que se refiere a la manera de dirigir el mundo de la francofonía. En segundo lugar, la sustancia de esa política: Francia desea ser la intermediaria entre Africa y el resto del mundo, es decir, en la práctica, aspira a controlar su evolución, tanto por razones políticas como económicas y de influencia. El ex ministro giscardiano de Asuntos Exteriores, Louis de Guiringaud, experto en cuestiones africanas, se expresa sin complejos: «Africa es el único continente a la medida de Francia y de sus medios. Es el único en el que aún se puede cambiar el curso de la historia con quinientos hombres».Esa filosofía de la política francesa en Africa tiene una traducción militar, económica, política, cultural y social. El entramado de todo ello es lo que espiritualmente, pudiera decirse, se llama francofonía. En la práctica, las relaciones entre Francia y su mundo africano, hasta el presente, se desarrollan más o menos bien, y esta séptima conferencia que hoy inicia sus trabajos en Niza forma parte del conjunto orgánico que permite a París dirigir la «orquesta» del lento, despertar de unos países aún ensombrecidos por el subdesarrollo.
En primer lugar, conviene anotar que la política oficial de Francia en Africa, en apariencia al menos, merece el consenso d todos los franceses. Los partido políticos de la oposición, como los ciudadanos de a pie en general, nunca se han escandalizado realmente cuando el Gobierno ha decidido, por ejemplo intervenciones militares que podían ser discutibles.
Un escenario caliente
La estrategia francesa en Africa francófona, desde que hace unos cuatro lustros se inició la descolonización, no ha conocido problemas molestos hasta hace cuatro años. Alguien formuló con una frase que se hizo célebre, la facilidad de esa política gala en el continente negro: «París pone y quita jefes de Estado en Africa como pone, y quita prefectos en Francia». Pero, en 1976, concluida la confrontación de las dos superpotencias en Indochina, Africa se convirtió en el escenario «caliente» que ha visto aterrizar soldados cubanos y material bélico soviético. Estados Unidos, por su lado, aparenta una cierta marginalización respecto a Africa. Y Francia encuentra un «continente a su medida». La política oficial, expresada múltiples veces por Giscard, es simple, y puede resumirse entres puntos: «Africa, para los africanos», «Todo Estado africano tiene derecho a la seguridad dentro de sus fronteras, cualesquiera que sean sus opciones», y, tercer punto de esa política, «Francia mantendrá sus compromisos cada vez que sea necesario».En nombre de esos principios, durante los últimos tres años, Francia ha intervenido militarmente en cinco ocasiones: dos en Zaire y una vez en Chad, Mauritania y Centroafrica. París mantiene acuerdos de defensa con seis países: Costa de Marfil, Gabón, Centroafrica, Senegal, Togo y el archipiélago de las Comores. Otros veinte países africanos han firmado con Francia acuerdos de cooperación militar. En total, Francia tiene destacados en esos países africanos a 3.800 hombres, militares o asistentes técnicos.
Por ahora, esta «vocación africana de Francia», según expresión corriente en los medios oficiales galos, parece ser bien acogida por los africanos, que no temen instintos hegemónicos en su antigua metrópoli. Otra cuestión es el futuro, pero lo cierto es que los franceses pretenden conocer muy bien a sus africanos y aspiran a enraizar en este continente preñado de promesas humanas y de materias primas.
Para no pocos observadores internacionales la motivación determinante de la vocación africana francesa es el uranio. El continente negro, según se calcula, encierra en sus entrañas cuatro millones de toneladas de ese mineral, y Francia, para sus centrales atómicas, sólo dispone dé reservas para diez años. Las razones y los intereses que cuentan para la política gala en Africa son económicos, políticos y sociales, y, por ahora al menos, las ventajas de su influencia no son gratuitas.
El petróleo es otra esperanza africana de Francia. La compañía nacional ELF efectúa prospecciones petrolíferas en Gabón, Congo y Camerún. En 1985 los franceses esperan producir veinte millones de toneladas. A largo plazo, el comercio en una zona amplia del franco favorecerá los intereses galos, ya ramificados en el mundo francófono con empresas de interés económico estratégico. Y en el plano social y humano Francia calcula que dentro de un cuarto de siglo unos doscientos millones de africanos hablarán francés, con todas las implicaciones de este hecho.
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