Un caso diferente
La legionaria es el personaje de una mujer, Hortensia Romero, creada por un hombre, Fernando Quiñones; su relato original, ampliado, le valió ser finalista del Premio Planeta y un importante éxito literario. El personaje lo interpreta ahora en el teatro Ramón Rivero. Llegado este caso, se pregunta uno por qué un hombre puede interpretar literariamente una mujer -«Madame Bovary soy yo», decía Flaubert-, y otro hombre no ha de poderlo interpretar en escena, como actor-actriz. Se comprueba que el caso es diferente.Un escritor puede disimularse, crear otra verosimilitud: la literatura es un arte de imaginación -de la imaginación del lector, sobre todo-, y el teatro un arte de presencia, donde el disimulo tiene otras normas. Si se diera el caso de que un actor imitase absolutamente bien a una actriz, a una mujer, sería una mujer ante el espectador y no habría razón para el travestido: sena innecesario. Al no ser así, todo el texto que se está diciendo adquiere dimensiones distintas. Es otra cosa. Frases o situaciones -descritas, en este caso, porque es un monólogo narrativo- cargadas de ternura, de emoción, pueden convertirse en jocosas porque describen a un hombre vestido de mujer. O a la inversa: lo que en una mujer sería divertido, gracioso, natural, en un hombre vestido de mujer puede resultar enormemente dramático. El sentido de la naturalidad que tiene el texto -cuidado hasta en la excelente recreación de un lenguaje- se pierde. Es otra cosa. Conste que no estoy atacando la idea, ni siquiera el resultado: simplemente anoto la aparición de un elemento morboso, de unos factores de confusión que, como en todos los espectáculos de travestido, transforman al espectador y le producen una inseguridad que suele resolverse riendo. Quizá por esa transformación de su texto el autor, Fernando Quiñones, pronunció unas palabras en las que rechaza su autoría del hecho teatral, respetándolo y admirándolo.
Legionaria, basado en "Las mil noches de Hortensia Romero", de Fernando Quiñones
Intérprete: Ramón Rivero. Música de Paco de Lucía. Director: Pere Francesch, todos del Teatro del Mentidero. Estreno: teatro Valle-Inclán.7-5-80
Yo confieso que, respetando también la idea y el esfuerzo -de Ramón Rivero como actor, de Pere Francesch como director-, preferiría ver este texto dicho por una buena actriz que diera el personaje que hecho por un hombre. Puede ser que haber sido lector antes que espectador me haga encontrar contradicciones entre una imaginación y una presencia: es un monólogo de mujer.
Tiempo de monólogos
Estamos en una temporada de monólogos y están dando resultado. Este mismo interesa, fascina incluso, sostiene la atención del espectador. El monólogo está siendo una respuesta del teatro de texto, incluso de texto no escrito para el teatro -Delibes, Gogol, Quiñones-, al teatro aplastado por la dirección, la escenografía, la mecánica. Es indudablemente un extremo que llegará a ser otra vez una excepción, pero que habrá sido útil para restablecer el teatro hablado.Ramón Rivero estaba demasiado sobrecogido por la responsabilidad. Aunque lleva haciendo este monólogo desde años atrás, le debió pesar el estreno en Madrid, en teatro comercial y con público de profesionales. A veces se le iba el texto y perdía el control del papel. Sin duda lo hace habitualmente mucho mejor: se advierte en momentos, en rasgos, en los que transmite esa impresión inquietante y morbosa. El público lo acogió muy bien: gustó él, la obra y la dirección. Es un espectáculo que puede llevar gente al teatro y que va a ser muy aplaudido.
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