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Ortiz Osés: "Los mitos antiguos explican muchas particularidades de los vascos"

Entrevista con el antropólogo y filósofo, profesor en la Universidad bilbaína de Deusto

Andrés Ortiz Osés, antropólogo y filósofo, actualmente profesor en la Universidad de Deusto, Bilbao, propone, para un mejor entendimiento entre «las tribus de España», la aceptación de las diferencias en la trama constitutiva, en el inconsciente antiguo, primordial, de las distintas culturas, entendiendo esta palabra en su sentido más amplio, es decir, como forma de vida.

Estas diferencias, heredadas del pasado precristiano, son palpables en la cultura vasca y se expresan en sus mitos previos a la romanización y al cristianismo, pero presentes aún no sólo en ceremoniales y relatos que han permanecido casi clandestinamente, sino, sobre todo, en el mundo mental de los vascos.« El panteón vasco», dijo a ELPAIS Andrés Ortiz Osés, «se corresponde con una estructura matriarcal-naturalista y comunalista, y está dirigido -cosa que no han comprendido ni Barandiarán ni Caro Baroja- por la Gran Madre, la Bona Dea, la madre Mari, personificación de Ama Lur, que es la madre tierra naturaleza, y ella misma, y que se metamorfosea en todas las cosas, que es aquella que equilibra homeostáticamente el mundo, constituido por una energía, adur, que es una manera del maná, para entendernos, y que circula bajo su orden por todas las cosas».

«El adur es», sigue diciendo «un flujo democrático, en tanto que cualquiera puede conjurarlo, en la magia y en la brujería, y volverlo a favor o en contra de alguien, mediante los ritos de condensación, de aojamiento. Y además, lo es porque de esta concepción surge una ética naturalista, derivada de ese cuasi panteísmo, por la que las formas de la mentira», y Ortiz Osés pone como ejemplo el robo de unas ovejas, «serían el pecado de la privatización, de la descomunalización, del desorden en el orden de Mari».

«La diosa Mari», sigue, «se metamorfosea en los animales, lo que explica, por ejemplo, las pinturas rupestres como plasmación de ritos anteriores a los patriarcal-racionalistas, y relacionados con el culto a la Gran Madre. También Mari -que se ha asimilado en advocaciones cristianas posteriores- aparece metamorfoseada en árbol o en piedra, y no otra que Mari es la testiga de las juras en Guernica o la Dama del Amboto. Porque la Diosa es una y muchas, nocturna, lunar y bifronte: buena y organizadora de vida y, al tiempo, terrible, castigadora y justiciera».

El resto del panteón primordial vasco está sujeto a la Diosa. «Es la jefa de todas las brujas y númenes, de las hechiceras y fuerzas, de las que el 90% son femeninos igualmente. Su marido, Maju, también le está sujeto, y lo mismo los basajaunak, señores del bosque. Porque el bosque siempre es femenino, otra metamorfosis de Mari». «Con Maju, Mari se junta los viernes, el día consagrado en eusquera, como en latín, a la luna. Los aquelarres celebran precisamente esa unión, y el sabath vasco es una celebración de la fecundidad, que tuvo un origen valorado como positivo, y al que sólo la cultura patriarcal-racionalista dio connotaciones negativas».

«Mari», sigue diciendo, «se encarna en la etxekoandre, la dueña de la casa, la madre que ocupa en la etxe, la casa, el papel de Mari en el mundo: la sacerdotisa, la jefa general, de un lugar que era, hasta que se rompió por el derecho romano, inviolable, inmune, impoluto como las cuevas en que vive Mari».

La fuerza de lo maternal, de lo femenino, explica, según Andrés Ortiz Osés, muchas de las características y costumbres actuales de los vascos. «Por ejemplo», dice, «su oralidad, que los psicoanalistas han tratado de explicar, y que siempre se explica por fijación a la madre, y ahí están los txokos; y las fratrias, las reuniones de camaradas-hermanos que sólo pueden entenderse si están puestas bajo la sumisión (profunda) a la Madre. Estas reuniones casi homosexuales bajo esa unidad totémico-matriarcal».

«En la cultura vasca», dice, «no existe el héroe patriarcal, ese san Jorge o ese san Miguel que matan al dragón, que es la Tierra, la Naturaleza. Esa perspectiva es la única que puede explicar también la dificultad del acceso de los vascos a la racionalidad, es decir, a lo que los psicoanalistas llaman la separación posincesto, tras la imposición del padre. De ahí vendría también el narcisismo vasco, como celebración del cuerpo no separado del de la madre, y la importancia de la religión».

«Naturalmente, esto no quiere decir que sean peores que otros: por ejemplo, a mi modo de ver, el gran problema de las tribus castellanas está en su tremenda desnarcistización, en esa deserotización profunda cultural que padecemos hace tanto tiempo y que, a mi modo de ver, se debe a un fallo en su estructura matriarcal, anegada por un patriarcalismo férreo y represivo, lo que Jung llamaría "un fallo en la urdimbre fundamental". Ya se sabe que si Freud podía fundar el miedo al demasiado amor de una madre, Jung podía añadir que es peor que la madre no te ame. Estamos en una sociedad heroica, y el héroe es aquel a quien su madre no amó, sino su padre.

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