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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las comunidades autónomas y el sistema de partidos

El Estado autonómico -como cualquier otro tipo de autogobierno local- es incompatible en su funcionamiento con todo tipo de régimen que fácticamente realice la confusión de poderes, bien en provecho del Gobierno, bien de la asamblea o del partido. Si bien teóricamente un régimen de partido único monolítico puede admitir en su Constitución una descentralización de entidades. autónomas, de hecho será puramente ilusoria dicha declaración constitucional. Opinamos que el autogobierno local, en sus diferentes formas, es particularmente incompatible con la existencia de un partido único en cualesquiera de sus versiones, sea fascista o socialcomunista. Refiriéndonos a la URSS, podemos afirmar que la unidad del territorio estatal queda asegurada..., sobre todo por la existencia de un partido único, el PC, cuya organización, basada en el llamado centralismo democrático, contrabalancea las libertades teóricas conferidas a las entidades federales en la Constitución de 1978. De hecho, el PC de la URSS detenta todos los puestos directivos, tanto en la Unión como en las repúblicas, regiones y distritos. Análoga afirmación podría hacerse si nos refiriéramos a los regímenes del tipo fascista o nacionalsocialista, en los que se realizaba una confusión de poderes por subordinación de todos los órganos gubernamentales a los jefes de, los Gobiernos respectivos.En los regímenes de partido único monolítico, los órganos representativos de las colectividades con autogobierno legislativo, si los hubiere, realizarán más bien la voluntad de los órganos centrales del Estado -es decir, del jefe o del partido- antes que la voluntad del colectivo representado, es decir, de las comunidades autónomas que la Constitución, verbigracia, la actual soviética, pueda reconocer.

El Estado autonómico inserto en el seno de un régimen unitario, en conclusión, en el sistema autocrático-totalitario de partido único, aunque pueda seguir siendo, constitucionalmente, un Estado federal como el de la URSS, de facto, en el funcionamiento real del sistema la autonomía de las comunidades descentralizadases meramente ilusoria. El partido único hace inviable cualquier forma de autogobierno local. No hay ningún autor o tratadista de derecho constitucional que no afirme que el Partido Comunista de la Unión Soviética no haya convertido la forma federal de Estado en algo meramente teorico. Un régimen departido unico y un Estado autonómico se excluyen mutuamente.

Por lo que se refiere al Estado autonómico en el marco del sistema democrático pluralista, cabria distinguir los siguientes supuestos:

1. Que Estado autonómico. funciona con un sistema de partido centralista (es el caso de España, actualmente), con una estructura rígida interna, apoyada en un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas. Podría afirmarse que en este supuesto el autonomismo perdería gran parte de su fundamentación lógica. En efecto, se correrla el peligro de que los órganos centrales de cada partido fueran los que tomaran las decisiones vinctílantes para los órganos representativos locales. Si las listas electorales son confeccionadas por los comités centrales de los partidos, ¿no se vería mermada la capacidad de autogobierno local? Pero es que además, tal y como vienen funcionando los partidos en, España, no hay duda alguna de que los partidos políticos vienen funcionando de un modo centralizado. Y que entre el partido y sus diputados y senadores existe un nuevo tipo de mandato imperativo, que es contrario a la vida política democrática. Los diputados y senadores obedecenen el momento de adoptar un comportamiento político concreto en el seno de su correspondiente Cámara, lo que el partido, su comité, les manda,: «Votaré lo que mande mi partido ». He aquí la pauta de conducta de nuestros parlamentarios hasta ahora. Los partidos, a través de su grupo parlamentario y de la disciplina de voto, seguida por los diputados y senadores, está imponiendo un nuevo tipo de mandato imperativo, que es abiertamente antidemocrático. Bastantes diputados y senadores españoles actuales posponen su disciplina personal, según palabras del ex diputado del PSOE señor Ruiz Ramírez, a la disciplina de voto impuesta por el partido. Hay que denunciar este peligro oligárquico que, cual espada de Damocles, pende sobre la joven democracia española. Si no se adoptan las medidas oportunas, pronto veremos que las instituciones creadas por la Constitución serán puras correas de transmisión de la voluntad de los comités de los partidos. Con ello, el camino tristemente seguido por la democracia italiana estará ante nosotros, y la joven democracia española tomará idénticas andaduras. Y frente a la democracia surgirá, suplantando la voluntad de lamayoría, pero con el respeto de la minoría (y basada en el mandato representativo), la partitocracia. El partido es para la democracia y no para desvirtuarla, como sucede en Italia. La dernocracia debe basarse en el Gobierno de los ciudadanos, y no en una oligarquía caciquil, cual es la de los comités de los partidos. Hay que evitar la dictadura de los partidos. En caso contrario, las instituciones políticas serán meras transmisoras de la voluntad de los partidos en el poder. Y si así sucediere, la Constitución se habrá convertido en semántica o nominal.

2. Que el Estado autonómico funcionase inserto en el marco de un sistema de partidos autonomistas independientes unos de otros. Sin duda, en este caso la autonomía cobraría su mayor pujanza; habría un verdadero autonomismo, pero se correría el peligro de avanzar por la senda del separatismo, desvirtuándose así la forma de Estado autonómico creado por la futura Constitución.

3. Consideramos que el sistema de partidos que mejor combina con el autonomismo, cristalizado en el titulo VIII de la Constitución, es decir, el de las comunidades autónomas, bien sean nacionalidades o regiones integradas en el marco de la «indisoluble unidad de la nación esipañola» (artículo 2º) es aquel que tuviera una estructura interna flexible, federativa, pero sin perder su visión global de los intereses generales de todos los cuadrantes españoles, pues sóloasí se salvaría la solidaridad entre las nacionalidades y regiones, de la que nos habla el artículo segundo de la Constitución. Es la solución que parece más acertada. Ante el equilibrio entre el centro y la periferia, el sistema podría madurar. La política de partidos sería nacional, a la vez que autonómica, pues no se olvidarla a la periferia, a la vez que se respetarían las necesidades del centro. La estructura de los partidos debería ser totalmente democrática. Mil propuestas podrían efectuarse al respecto. Cabe postular la representación de todos los líderes locales en el comité central del partido e incluso que estos representantes locales votasen en bloque por región o nacionalídad (como en el Bundesrat de la RFA), y no personalmente. Se trataría de luchar, en definitiva, contra la tendencia oligárquica de los partidos.

Juan Ferrando Badía es catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional.

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