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Crítica:SEPTIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SEVILLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los silencios culpables de la Maestranza

Los silencios de la Maestranza son famosos. La afición sevillana presume de ello, y la foránea los ensalza por propia admiración, pero también para contrastarlos con las algaradas que suelen producirse en otras plazas cuando el público protesta. Pero ya es hora de señalar estos silencios como culpables de la pantomima en que se ha convertido la feria de Sevilla.Un público que pasa en silencio la indecorosa charlotada que fue gran parte de la corrida de ayer es lógico que se encuentre con la tomadura de pelo final, cuando un animalito, absoluta e enequívocamente inválido, fue mantenido en el ruedo con impune atropello no ya de la reglamentación taurina, sino el simple sentido común, y sin que al presidente se le cayera la cara de vergüenza.

Plaza de Sevilla

Séptima corrida de feria. Cuatro toros de Manolo González, impresentables, flojos. Dos de Ordóñez (hierro Urquijo), el quinto, de gran trapío, manso; el sexto, absolutamente inválido, provocó un escándalo. Niño de la Capea, pinchazo, estocada atravesada y cuatro descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (silencio). Estocada (silencio). Emilio Muñoz, dos pinchazos, estocada caída y descabello (ovación y salida al tercio), buena estocada (pitos). Espartaco, tres pinchazos, estocada atravesadísima, que asoma dos cuartas, y descabello (silencio). Pinchazo, estocada tirando la muleta y dos descabellos (algunas palmas). Al término de la corrida, el público, indignado, llenó el ruedo de almohadillas. La presidencia estuvo muy mal.

La reacción del tendido armando un escándalo mayúsculo, con furibundo lanzamiento al ruedo de almohadillas por millares, fue tardía e inocua. Si durante toda la corrida el taurinismo, apoyado por la permisibilidad de veterinarios y autoridades, había estado burlándose de la Maestranza entera, no iban a cambiar sus intenciones a última hora. El taquillón -muchos millones a repartir- es taba hecho, los becerros de Manolo González colaron sin una sola protesta y el tullido producto de Ordóñez fue el remate final, para mayor escarnio de la silenciosa afición y contento de los responsables de toda la mascarada.

Para colmo, un sector del público había estado injusto, pues si se lidió un toro verdadero, el quinto, con el trapío y también con la seriedad y el sentido que caracterizan al toro de edad, no lo tuvo en cuenta, y saliendo sorprendentemente de los silencios, dedicó la única pita de la tarde precisamente a quien lo lidió decorosamente, que fue Emilio Muñoz.

No es que Muñoz estuviera bien. Por el contrario, tuvo importantes fallos técnicos que repercutieron muy negativamente en su actuación. Su principal problema era no templar las embestidas. Cuando lo hizo, sobre todo en unos derechazos, la tanda le salió limpia, ligada y redonda. Pero luego desacompasó los muletazos y se encontró con que el toro-toro, al perder la guía del engaño, o al engancharlo, derrotaba y se le echaba encima, con el natural deslucimiento. Y este deslucimiento provocó los pitos de un público que ni siquiera dio valor a la estocada, que resultó ser la mejor de la tarde.

El otro toro de Muñoz, el más chico entre los chicos, parecía de juguete y no le sacó partido, pues si bien se ciñó al final de la faena en unos redondos de especial finura, antes había sufrido dos desarmes y en los naturales forzó demasiado la figura. Pero es hablar por hablar, porque la corrida no tiene crítica. No la merecen unas figuritas que aceptan el compromiso de medirse con una becerrada hasta tal punto floja que no admite el tercio de varas y hay que simularlo.

Sin embargo, algo debemos subrayar: cualquiera diría que con este género, los toreros hicieron diabluras. Pues, no. Espartaco estuvo aseadito nada más en lo único que toreó (al inválido no le pudo dar ni un pase) y el Niño de la Capea, de haber ocupado los tendidos una afición menos silenciosa, habría armado un mitin de mucho cuidado, pues los cien feísimos pases que instrumentó supusieron otros tantos enganchones y endureció a zapatillazos el albero de La Maestranza.

En realidad, los zapatillazos del Niño de la Capea están justificados: tiene fobia a las cucarachas. Cucarachas hay en todas partes y también, naturalmente, en el ruedo: lo que pasa es que desde el tendido no se ven. Sólo las ven los toreros, y más que ninguno el Niño de la Capea. No les quita ojo. Cucaracha que ve, ¡chas!, zapatillazo que la pega. Y si es gorda, ¡chas, rachachás!, restriega la zapatilla, para que no pueda sobrevivir. Así se explica que se pase las tardes -da igual en Sevilla o en Madrid, con capote o con muleta- pegando zapatillazos. Para campañas municipales de erradicación de las cucarachas, nadie como el Niño de la Capea. En los carteles han puesto un nombre que no lo puedo mirar: ¡Niño de la Capea o terror de las cucarachas!

Falta una novillada en la feria de San Isidro

La Diputación Provincial de Madrid ha puesto reparos a los carteles de la feria de San Isidro presentados por Taurina Hispalense, fundamentalmente porque sólo hay prevista una novillada y también porque aquéllos aparecen incompletos en algunas corridas.El contrato de arrendamiento de Las Ventas estipula, claramente, que la empresa arrendataria (en este caso Taurina Hispalense) ofrecerá en la feria de San Isidro, aparte las corridas de toros, un mínimo de dos novilladas, y esta condición, redactada de forma inequívoca, no admite interpretaciones.

El espíritu de la estipulación es promover el escalafón inferior de toreros, por lo cual no sería correcto admitir como fórmula sustitutiva de la novillada el espectáculo mixto programado por Berroca en el que alternan un rejoneador, un matador de toros y un novillero.

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