Polifonía catalana por la Coral Sant Jordi
Mientras en la iglesia de los Jerónimos el Coro de la RTVE, dirigido por Pírfano, interpretaba polifonía de Guerrero, Eslava, Strawinsky, Prieto y Palestriana, en los martes del Real recibíamos la visita -tan infrecuente- de la Coral Sant Jordi, que dirige Oriol Martorell. El año pasado, con ocasión de su concierto número mil, escribimos sobre esta singular agrupación y la personalidad, fuera de serie, de Oriol Martorell. Cuanto de positivo se haya dicho y publicado habría que repetirlo después de la soberana exhibición de musicalidad alta, orientación certera y exacta afinación. Oriol distribuye a sus cantores -casi sesenta- por cuartetos y un tanto distanciados unos de otros al modo que lo hacen las mejores corales americanas. Con ella se obliga a la seguridad individual, a la escucha vertical y se obtiene una flexibilidad capaz de vivificar todo rigor.El programa, consagrado por entero a la polifonía catalana, partía de tres formidables autores del XVI (Flecha el Viejo, Bartomeu Cáceres y Joan Brudieu) de los que es cima, sin duda, el francés catalanizado, autor de los madrigales sobre Ausias March y de la Misa de difuntos. La transparente emoción de este polifonista, el tratamiento de la lengua, la sustantividad lírica, lo convierte en el Victoria de Cataluña.
Cond SantJordi Director: O
Martoreli. Solistas: Montserral Martorelly Moniserrat -Torrent. Obras de Flecha, Cáceres, Brudieu, Mompoti, Toldrá, Morera Cererols, Casanovasy Soler. 1 de abril de 1980.
Tres autores de nuestro siglo -Morera, Mompou y Toldrá- testificaron, inmediatamente, cómo existe una línea sutil que enlaza su quehacer con el pasado lejano. Línea obediente a un sentimiento de catalanidad más sencillo de detectar que de explicar. Más popularista Morera (con su «capolavoro», La sardana de les monges, sobre Guimerá), en un punto intermedio Toldrá, al transfigurar en hecho culto las cançons populars catalanes y hondísimo en la juntura de naturaleza catalana e inspiración apoyada en dos cantigas de Alfonso X el Sabio, se vieron completados con un bis breve y perfecto: la versión del valenciano Pérez Moya sobre El rusinyol.
La segunda parte estuvo dedicada a maestros montserratinos del XVII y XVIII. Con toda la importancia de Joan Cererols (de cuya muerte se cumplen este año tres siglos) y toda la gracia y la precisión artesanal de Soler, la emoción honda, la expresividad monteverdiana de «afectos» y «pasiones» religiosas, de Tenebrae facta sunt y Caligaverunt, de Narcis Casanovas se alzaron como la otra cota del programa, junto a la de Brudieu. La tersa polifonía, el dramatismo del coro y la «mezzo» (que fue Montserrat Martorell), magnífica de voz, inteligencia y capacidad expresiva) y el apoyo del continuo (al órgano la siempre excelente Montserrat Torrent), ensalzan los textos al máximo. En todas las obras y en el O vos omnes de Casals (de 1933), enamorado de las viejas tradiciones polifónicas, Oriol Martorell nos enseñó cuánto vale la alianza de un instinto natural, un saber que lleva claridad a todo y una cultura que instala cada música, de modo natural, en su entorno histórico y en su circunstancia, de los que depende y en los que cobra máxima significación. La Coral Sant Jordi es, en principio, una agrupación «amateur», pero se comporta con rigurosa profesionalidad. Más bien podría decirse de ella que está compuesta de «dilettanti» en el sentido que usaba el término Tommaso Albinoni cuando se autodenominaba «dilettante veneto». Formidable visita la de estos «dilettanti» catalanes, orgullo de su país y de España entera, cuya labor ha cruzado las fronteras y cuya presencia ha sido aplaudida desde Portugal a Polonia, pasando por Italia, Francia, Suiza, Holanda, Bélgica, Inglaterra y Austria. Resumen: una gran lección y un agudo deseo de que vuelvan pronto.
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