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"La campanada", de Jaime Camino, una crítica al sistema social

Ayer se estrenó en Madrid el largometraje La campanada, dirigido por Jaime Camino, con guión del realizador Román Gubera, e interpretada por Juan Luis Galiardo, Fiorella Faltoyano y Ovidi Montllor en los papeles principales.

«Vivimos atrapados en una gigantesca tela de araña tejida por nosotros mismos», explican los guionistas a propósito de La campanada, «por nuestros vecinos, por nuestros conocidos y desconocidos, por nuestros compañeros de trabajo, por nuestros superiores y hasta por los objetos que nos rodean. Un buen día Ambros, el protagonista de la película, se da cuenta de que no es más que una dócil rueda de engranaje, una hormiga laboriosa y programada, en esta vasta red social que nadie sabe exactamente quién ha organizado, pero que se mantiene a sí misma en funcionamiento implacable. Su amigo Enrique, un profesional competente de su misma edad, ha fallecido ante sus ojos de un infarto. A partir de ahí, Ambros intenta la aventura de poner fin a su misión laboral y existencial, a una vida sin sentido y sin sentimientos, a la dorada esclavitud de alto ejecutivo de una multinacional. »«Pero Ambros está casado y tiene tres hijos pequeños», añaden Camino y Gubern. «Cecilia, su mujer, será capaz de comprender sus argumentos en una noche de amor. Pero la llegada brutal de la luz del día replantea en toda su crudeza el absurdo de la situación. Si Ambros no trabaja, la subsistencia de la familia se hace imposible. Y como el protagonista no ofrece alternativas "productivas" a su ruptura, el entorno social se moviliza para intentar reintegrarlo por la fuerza al "orden establecido". El jefe de su empresa, los psiquiatras comprensivos y hasta su propia esposa pasarán a convertirse en sus enemigos. La sociedad ha asignado a Ambros un rol y debe cumplirlo, so pena de convertirse a los ojos de los demás en un delincuente o en un loco. El diálogo de Ambros con su entorno social será cada vez más difícil y su intento de huir de la alienante vida urbana, vendiendo su piso, será atajado por el sistema.»

«El protagonista queda definitivamente atrapado entre sus deseos de liberación y el imperativo de las realidades que le rodean y oprimen. Cuando todas las puertas se cierran sólo queda una salida: marcharse de este mundo con un tubo de barbitúricos y un buen champán en la habitación anónima de un hotel. Pero este es también un viaje difícil, sin billete de vuelta. La sociedad vela para que cada uno cumpla su función y el sistema se mantenga intacto, perpetuándose a sí mismo. Ni siquiera el suicidio es una aventura fácil, por que los ciudadanos no tienen derecho a suicidarse. »

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