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Referéndum nuclear en Suecia / 2

Fuerte propaganda para convencer a un 17% del electorado aún indeciso

A pocas horas del referéndum sobre la energía nuclear, la presión propagandística de las diversas líneas sobre el electorado alcanza su punto culminante bajo la forma de una profusa distribución de folletos, carteles y otras variantes que inundan plazas, calles y que también golpea la puerta de cada hogar. Unos y otros apelan a los puntos más sensibles de la psicología ciudadana, procurando captar preferentemente, en el amplio espectro de los votantes aún no definidos -un 17% según la última encuesta- los sufragios que puedan definir una elección que se presenta reñida.Las calles de Estocolmo, entibiadas por los primeros soles de una esperada y esquiva primavera, han cobrado mayor animación y aquí y allá, en las proximidades de la Sergels Torget, la casa de la cultura, las polémicas verbales entre ocasionales transeúntes sirven de aglutinante a anillos de curiosos que se ensanchan por momentos. Actitud poco frecuente en los suecos, que revela hasta qué punto se sienten comprometidos con el motivo que los convoca mañana a las urnas.

Esta preocupación de los suecos por el problema nuclear no es circunstancial, sino que tiene raíces muy hondas que hacen y se nutren desde los primeros años de su vida en el respeto y amor por la naturaleza. Todo aquello que pueda entenderse como una agresión a ésta, encuentra un rechazo instintivo. Este sentimiento no reconoce fronteras sociales y el desarrollo industrial del país, en el marco del sistema capitalista, lo ha respetado.

Orgullosos de tener un país con un alto nivel de vida, lo están más, y justificadamente, de la calidad de su medio ambiente. De ahí que ahora, cuando deben adoptar de cisiones que afectan directamente a ese entorno, las posiciones se polarizan con una fuerte dosis de emotividad, muchos vacilan, pero todos intuyen que hay muchas más cosas en juego detrás de la opción sí o no a la energía nuclear.

Por otra parte, la decisión debe tomarse cuando ya la crisis ha golpeado también en las puertas del país y la idea de un bienestar indefinido empieza a ser desplazada por la inseguridad del futuro, por carencias impensadas, todavía apenas perceptibles para el hombre de la calle porque la capa amortiguadora es gruesa, pero de la cual hay indicios inequívocos cada día.

Quizá por ello, ahora, cuando la «ínsula feliz» acusa las convulsiones -llámense petróleo, proteccionismo o competitividad tecnológica- de un mundo insoslayablemente interdependiente, muchos comienzan a dudar si el modelo elegido y aplicado hasta ahora con unánime consenso, de constinuismo ilimitado lindante con el derroche, ha sido el más sensato.

Antecedentes del plebiscito

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En los últimos años los programas de desarrollo energético, y especialmente el de la energía nuclear, han desplazado en Suecia los demás problemas a un plano secundario y han condicionado fuertemente el proceso político.

En la campaña electoral de 1976, la cuestión atómica fue enarbolada como disyuntiva tajante por el líder centrista Thorbjn Fälldin, se le consideró la causa primera de la derrota socialdemócrata, tras 44 años de permanencia en el Gobierno.

Por esos mismos días preelectorales, el Partido Comunista -poco más del 4% del electorado entonces- exigió la convocatoria de un plebiscito sobre el programa de energía nuclear.

La propuesta fue rechazada en aquella oportunidad, incluso por el partido de Fälldin que prefirió, por razones tácticas o por convencimiento, que no se desglosara el tema nuclear de los demás de la campaña electoral.

El colapso del Gobierno burgués tripartito del que Fälldin era primer ministro, ocurrido en octubre de 1971estuvo directamente ligado a discrepancias sobre el programa nuclear. El partido del centro, ante la imposibilidad de superarlas, exigió esta vez un referéndum y además la suspensión definitiva de las asignaciones para el undécimo reactor que integraría la central de Forsmark, al norte del país. Una decisión de esta naturaleza significaba de hecho paralizar también la instalación del duodécimo reactor, el Oskarshamn 3, lo que además de frenar el programa nuclear aprobado en 1975 en el Parlamento con los votos de socialdemócratas y conservadores, lesionaba frontalmente los intereses de la empresa semestatal ASEA ATOM, encargada de las obras. El programa contemplaba un total de trece

El Gobierno liberal minoritario de Ola UlIsten que siguió al de coalición, elaboró un programa energético, en cierta medida transaccional, que comprendía la instalación de doce reactores, distribuidos en las cuatro centrales, Barseback, Oskarshamn, Ringhals y Forsmark.

Paralelamente se logró un acuerdo por el cuál no se pondrían en marcha nuevos reactores mientras no se resolviera de manera totalmente segura la eliminación de los residuos radiactivos. Este problema nunca se solucionó ya que los expertos no han logrado ponerse de acuerdo.

Mientras el Gobierno discutía la petición de carga de dos nuevas unidades, ocurrió el accidente de Harrisburg que produjo en Suecia un tremendo impacto. Y provocó cambios muy importantes respecto a anteriores posiciones. El más espectacular lo protagonizó el Partido Socialdemócrata, que pocos días más tarde, primeros de abril de 1979, aprobó la convocatoria de un plebiscito además de aplazar por un año la aplicación del proyecto energético. El plebiscito se cumple mañana, y al día siguiente, cualquiera sea el resultado, empezará la dura etapa de las decisiones.

Además de Harrisburg muchas sombras planearán sobre la decisión de los votantes. Algunos fantasmas cuidadosamente agitados: la desocupación y el caos económico como antesala del colapso del bienestar de Suecia, por los que quieren energía atómica a todo costo. El del cáncer y las mutaciones genéticas por los que dicen «No a la energía nuclear para preservar el futuro y la vida».

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