Ignacio Aldecoa, un vacío difícil de llenar en la narrativa española
Homenaje en el Ateneo de Madrid al escritor vasco, muerto hace diez años
Cuatro escritores contemporáneos de Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, Francisco García Pavón y Eusebio García Luengo, tributaron el martes pasado, en el Aula de Literatura del Ateneo de Madrid, un homenaje al escritor vitoriano, autor, entre otras, de las novelas El fulgor y la sangre y Con el viento solano, fallecido hace algo más de diez años. Los participantes en el acto, en el que estaba presente Josefina Rodríguez, viuda de Aldecoa, coincidieron en calificar al homenajeado «como un escritor fiel a si mismo, maduro y brillante a pesar de la poca difusión que durante algún tiempo tuvieron sus obras. El vacío que dejó en la narrativa», afirmaron, «todavía no ha sido cubierto».
Carmen Martín Gaite reasumió en público un artículo que escribió en la biblioteca del Ateneo a poco de la muerte de Aldecoa, hace diez años. «Conocí a Ignacio por los años cuarenta en la facultad de Letras de Salamanca, escribiendo y recitando versos de cuchicheo. Entonces ya apuntaba su vena narrativa. Aldecoa detestaba la cultura masiva y no asistía a ningún acto que oliera a cultura oficial.»«Tras dos cursos de comunes», contaría Carmen Martín Gaite, «en los que también tenía como compañero a Agustín García Calvo, que hoy ha elegido otros caminos intelectuales, desapareció de Salamanca. No es que antes le viéramos mucho por clase, pero tampoco le veíamos fuera de ella. Sus amigos normalmente no eran universitarios y no se relacionaba mucho con gente culta o gente bien, lo que era una señal más de que nunca se sintió determinado ni enclaustrado por las barreras de su tiempo. »
Jesús Fernández Santos explicó que conoció a Ignacio Aldecoa en Madrid en los años cincuenta y coincidió, entre otros, con Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite y con dos Alfonsos del teatro: Alfonso Sastre y Alfonso Paso, con quienes pusieron en pie el primer teatro de ensayo de la posguerra. «Entonces comenzamos a compartir parecidas circunstancias, porque no existía interés en los medios editoriales por los escritores nuevos. El mundo duro y hostil en el que nos desenvolvíamos nos acostumbró a no exigir demasiado de la vida. Aun así estábamos a la contra de la literatura oficial que entonces se enseñaba.»
Jesús Fernández Santos añadió que, «no obstante, en un tiempo en el que la mayoría de nosotros dudábamos de nuestra afición o vocación, Ignacio Aldecoa ya se consideraba escritor. El no quiso ni supo nunca ser otra cosa, aun a sabiendas de lo que comportaba el oficio de Larra».
Más tarde, Aldecoa se abriría paso en un tiempo que en España se leía a Hermngway y Miguel Angel Asturias y cuando Azorín todavía escribía sobre cine y Baroja se dedicaba, embozado en su manta, a recibir visitas. Por entonces, Ignacio escribiría: «Los vascos somos partidarios del vagabundeo.» «De este vagabundeo», afirmó Jesús Fernández Santos, «nacieron sus primeras novelas. Marchó a América y allí se acordó de España (Ibiza y otras islas, El Gran Sol). Después, en sus libros finales, ese vagabundeo se ajustó a rutas personales. »
Para Jesús Fernández Santos hay que destacar en la obra de Ignacio Aldecoa diversas constantes. Por una parte, su voluntad de estilos, pero también el afán de interpretar el mundo de un modo personal, «lo que le hizo permanecer siempre fiel a sí mismo. El tenía la conciencia de que lo que vale perdura, y lo que valía se hallaba, para él, en sus personajes, en el desvalimiento de las gentes de España».
El escritor Francisco García Pavón trazó un retrato, muy documentado con anécdotas, sobre los últimos quince años de la vida de Ignacio Aldecoa, a quien conoció en 1954.
García Pavón, tras recordar que Aldecoa no fue un hombre de premios -no logró ganar en 1954 el Premio Planeta con El fulgor y la sangre, a pesar de que quedó finalista, y no pudo pagar una operación a su mujer con el posible dinero del premio-, y tras comentar su falta de aptitudes para la burocracia literaria (no pudo aguantar Ignacio Aldecoa mucho tiempo al frente de la colección de Narrativa de Taurus), redundó en el calificativo dedicado a Aldecoa de escritor muy personal. «Para él, ser escritor era mantener una actitud ante la vida. No tenía maestros directos de la literatura. La verdadera fuente de su literatura fue la vida misma. Así podemos entender que haya sido uno de los mejores maestros del realismo social -toda la literatura es social- y uno de los mejores prosistas que han escrito en lengua castellana. »
Por último, el escritor Eusebio García Luengo, amigo personal de Ignacio Aldecoa, describió diversos aspectos personales del escritor vasco, a los que acompañó con juicios sobre su obra. «Aldecoa», dijo, «no hay más que uno en la literatura española y, naturalmente, en la universal. Nos encontramos ante el caso de un gran escritor que, siendo joven, es a partir de su muerte cuando crece su fama y su lectura, aunque Ignacio no era, sin embargo, un escritor ignorado. Toda su obra», terminaría García Luengo, «tuvo desde el principio un signo inequívoco de precocidad madura.»
Eusebio García Luengo descendió todavía a menores detalles de la vida y de la forma de: ser de Ignacio Aldecoa: «Ignacio era un hombre de acción. Pensaba con frecuencia en actitudes extremas del hombre. Por ejemplo, en Con el viento solano Aldecoa vio la actitud extrema del hombre ante sí mismo y ante su destino, ese trance en el que el hombre se lo juega todo y se revela de una vez en toda su personalidad.»
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