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Reivindicaciones cantonalistas en Cartagena ante los Reyes de España

La segunda jornada del viaje oficial de los Reyes a las provincias de Murcia y Albacete concluyó anoche con una intervención de don Juan Carlos en el Ayuntamiento de la capital albaceteña. Durante todo el día de ayer, en que los monarcas desarrollaron un apretado programa de trabajo, visitaron varias localidades de la provincia de Murcia y otras tantas de Albacete. Durante su visita a Cartagena, el alcalde planteó ante los Reyes la aspiración de convertir en provincia la comarca de Cartagena, «vieja e irrenunciable aspiración de nuestro pueblo», afirmó.

En todas ellas, los Reyes recibieron numerosas y variadas solicitudes de parte de sus alcaldes, aunque quizá el más concreto y rotundo fue el de Cartagena, Enrique Escuredo, quien, después de recordarle al Rey el día en que «os prometí lealtad firmemente convencido como español y como socialista», le pidió su intervención para acabar con la contaminación, resolver el conflicto de la Empresa Nacional Bazán y aprobar la constitución de Cartagena como provincia.La visita real a Cartagena, realizada a mediodía de ayer, fue la despedida de los Reyes de la provincia de Murcia. Los cartageneros se habían distribuido por toda la ciudad esperando el paso de los monarcas, a los que aplaudieron emotivamente, y los que se habían concentrado frente al Ayuntamiento daban la sensación de estar protagonizando, «más que un acto de bienvenida, una manifestación cantonalista», como comentaría en voz baja una autoridad provincial.

Numerosas pancartas, pidiendo la provincialidad para Cartagena, se hacían eco de las palabras pronunciadas ante el Rey por su alcalde: «En este rincón de la región de Murcia, nosotros estamos orgullosos de ser cartageneros y luchamos por conseguir que esta ciudad y esta comarca, dentro de la más grande solidaridad con el resto de la región, logre que en ella se inviertan los recursos que de ella salen, que podamos afrontar desde aquí los problemas que son de aquí y que aquí hay que solucionar, y los estudios que tenemos hechos nos llevan a intentar hacer realidad la provincia de Cartagena, vieja e irrenunciable aspiración de nuestro pueblo».

A este discurso, el Rey contestó que «en estas aguas se ha escrito mucha historia de España, desde la llegada del apóstol Santiago a Santa Lucía, hasta la puesta en marcha de la empresa que lleva el nombre de don Alvaro Bazán», al tiempo que recordaba «la inevitable emoción que para mí supone estar aquí». Don Juan Carlos se refería al tiempo que pasó en su juventud, cursando en Cartagena parte de su carrera militar.

El otro tema monográfico de las pancartas de la multitud era en contra de la contaminación: «Queremos respirar aire puro», «la contaminación nos mata» y similares. Dentro de este colectivo ecologista, unas colegialas que habían acudido a dar la bienvenida a los Reyes, armadas de pequeños carteles junto con sus monjitas, pudieron estrechar la mano del Rey, pero cuando el monarca se acercó a ellas escondieron, azoradas, los inocentes carteles de «queremos respirar», para volverlos a exhibir inmediatamente después de que don Juan Carlos se hubo alejado apenas dos metros.

Antes de su llegada a Cartagena, los Reyes habían visitado el pueblo murciano de Mula, donde las pancartas les pidieron «un colegio con todo lo adecuado», y su alcalde, la construcción de un desvío y el acondicionamiento de los caminos de la huerta. Las autoridades locales obsequiaron a los monarcas con varias cerámicas y un álbum de fotos del pueblo, porque -según comentó un concejal- «regalar plumas de oro ya está pasado de moda». Los muleños, que llevaban aguardando más de dos horas -habían comenzado a apostarse en el camino a las siete de la mañana-, se volcaron en efecto sobre Sus Majestades.

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Innumerables peticiones

Tras esta primera parada, los monarcas se adentraron en la comarca del noroeste, sobre cuyos pueblos se descargaron las intensas nevadas del pasado enero. A consecuencia de aquéllas, la zona ha sido declarada -en reciente Consejo de Ministros- como «catastrófica y de extraordinaria siniestrabilidad». Por eso en Bulla, uno de los puntos más afectados, sus habitantes pedían, a través de las pancartas: «Majestad, ayúdenos a levantar las fábricas de conservas hundidas por la nieve, que no tenemos trabajo.»En Cehegin, por el contrario, el alcalde de UCD consideró que con la resolución ministerial sobre el problema creado por la nieve ya era suficiente, y por eso centró sus peticiones en una depuradora, una biblioteca, un parque y un matadero.

La llegada de los Reyes a Caravaca suscitó el bello engalanamiento de la ciudad. En los balcones, junto con las banderas nacionales, los caravaqueños habían tendido preciosos mantos de artesanía que normalmente utilizan para engalanar a los caballos en las fiestas del 2 de mayo, «que son igual que los San Fermines, pero con caballos en vez de toros», según explicó un periodista local.

Su alcalde, el socialista Pedro García, fue el único en aborda ante el Rey el tema del trasvase Tajo-Segura, aunque sólo fuera de pasada. Para el señor García, este proyecto «no va a beneficiar a Ca ravaca, pero lo apoyamos con nuestras fuerzas porque nos sentimos orgullosos de ser murcianos».

Por la tarde, los Reyes visitaron Yeste, la primera ciudad de la provincia de Albacete. El problema que tiene obsesionados a sus pocos miles de habitantes y que le fue expuesto al Rey por el Alcalde, es la carretera comarcal de la sierra, a la que le faltan dieciocho kilómetros, desde hace cincuenta años, y la que utilizan normalmente para su traslado cuenta con un tramo de menos de treinta kilómetros con 526 curvas, según la paciente cuenta de los lugareños. Don Juan Carlos les contestó refiriéndose a los emigrantes (Yeste ha visto disminuir su demografía en pocos años de 14.480 habitantes a 6.640 en la comarca) que «se fueron con dolor porque esta tierra, a la que es dificil subir, es fácil para quedarse porque es hospitalaria y hermosa».

La visita a la primera localidad albaceteña concluyó tras la inauguración de la escuela hogar de San José de Calasanz. Desde las cuatro de la tarde hasta las seis y media, hora en que llegaron los monarcas, los niños de Yeste habían aguardado estoicamente en los pupitres, bajo la advertencia de la maestra de que «si alguno se mueve le vamos a meter en el helicóptero y le vamos a mandar a Madrid». Esta consideración debió de aterrorizar a los pequeños, ya que un niño de tres años, a escasos metros de Sus Majestades, oriñó ante los agobios de la profesora, que en escasos segundos, y con lo primero que encontró a mano -el borrador de la pizarra- limpió el suelo con tal rapidez que los monarcas no llegaron a darse cuenta.

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