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Reflexiones sobre la crisis

De sabios es reconocer los acontecimientos no favorables que a uno le rodean, pero también de sapientes es saber sacar partido de los mismos a través de su profunda meditación y su exhaustivo análisis. Tal es el caso de la actual crisis por la que atraviesa el mundo en general y en todos los órdenes de ideas. Ceñirla a España y realizar algunas reflexiones, conducen a brindarnos un excelente panorama en nuestra manera de obrar. .La España de hoy, bautizada por la prensa internacional como la «España democrática», como los países de la OCDE, e incluso como todos los demás países, atraviesa unos momentos peculiares en su devenir socioeconómico y comercial.

A partir de los años cincuenta, el mundo occidental conoció una época de esplendor económico. Fue en aquellos años del patrón cambio oro que surgió de Bretton-Woods, y que significó el cénit del dólar como moneda de reserva y el declinar constante de las divisas europeas. Fueron los años de la carta de La Habana, del general Agreement on Tariffs and Trade (GATT), de la creación de la OECE, actual OCDE, de la firma de los tratados de Roma y Estocolmo. Fueron en definitiva, años de gran pujanza económica y de despegue industrial para muchos países. El pensamiento económico de Keynes flotaba sobre un mundo occidental con pocos problemas económicos. El desarrollo era el polo de atención de los Gobiernos, y factores como el desempleo, la inflación, la productividad, el absentismo y la balanza de pagos, presentaban un aspecto tranquilizador.

La posguerra asistió a un movimiento mundial protagonizado por Estados Unidos a favor del libre cambismo. En el año 1957 se vio nacer la CEE, intento europeo de unificación para lograr un mercado común para todos los países asociados. En 1971 se inició en el mundo occidental la flotación de la moneda, cuando el entonces presidente Richard Nixon, acosado por una balanza deficitaria, decide suspender la conversión automática del dólar por oro e iniciar a la vez su flotación. Esta medida daba paso al actual caos monetario existente.

Tres han sido los pilares, hasta entonces, del crecimiento económico de Occidente: estabilidad monetaria, que empieza a quebrarse en 1971; progreso del libre cambio, que supone un efecto acelerador del comercio y del crecimiento, y la relación privilegiada entre países desarrollados/ países en desarrollo, residuo de la desaparecida era colonial. Bajo estas premisas el mundo occidental se desarrolló fuertemente y caminaba seguro, sin más problemas que los normales incidentes de su propio desarrollo.

En 1973, se quiebra otro de los pilares del modelo de crecimiento de los países de la OCDE. El precio del petróleo, desde entonces llamado «oro negro», primera materia prima para el desarrollo de un país, sube en cantidades no esperadas y no fácilmente absorbibles por las economías de los países importadores de crudos. El precio del petróleo se dispara por las nubes, cuando por decisión de la OPEP el barril sube más de un 300%. La hasta entonces relación privilegiada entre países industriales y países en desarrollo, se rompe en un input de la importancia del petróleo, base energética de todo el mundo desarrollado. A consecuencia de ello, los déficits en las balanzas empiezan a aparecer con cifras altamente alarmantes, y ante esta situación escapan muy pocos países. La incapacidad del modelo desarrollista cuantitativo de asumir un coste tan elevado para el crudo se hizo patente. Los modelos económicos servibles hasta entonces, empezaron a dejar ver lagunas ante demasiados interrogantes sin respuesta.

Acciones de fomento a la exportación

Los Estados intentaron aminorar los efectos catastrofistas de e9ta acción súbita del petróleo, a través de acciones de fomento a las exportaciones, con la perentoria necesidad de equilibrar sus respectivas balanzas. Los países de la OPEP se encontraron con exorbitantes ingresos, con lo que se producían verdaderas acumulaciones de liquidez en aquellas áreas. Paralelamente, las naciones importadoras de crudo, privadas de parte de su liquidez y de su PNB debieron aumentar la elasticidad de su sistema financiero y la inflación se disparó inicialmente en todos los países de la OCDE. A continuación y de manera paulatina, según sus posibilidades políticas y sociales, cada Estado fue introduciendo medidas para acortar las alarmantes tasas de inflación, a costa de un decrecimiento en la actividad. El modelo de desarrollo que hasta entonces había estado vigente, entraba en crisis y que hoy se puede considerar como definitiva. La cara oculta de la moneda en esta lucha contra la inflación y en pro de la competitividad, ha generado un índice de paro preocupante.

Es a raíz de 1973, cuando realmente se declara la crisis actual en que se ven inmersas todas las economías de los países desarrollados o en vías de estarlo. Los crecimientos del PIB son menos espectaculares que antes de 1973, el desempleo mayor, las tasas de inflación se contienen vía monetaria restringiendo la liquidez en poder del consumidor y del inversor. Los tipos de interés se elevan, las monedas flotan en la anarquía y, lógicamente, no faltan programas, por parte del Gobierno, en los países más avanzados, para hacer frente a este nuevo estado económico, intentando apaciguar sus efectos. Aumentar las exportaciones, disminuir las importaciones, aumentar la importancia de la inversión pública para suplementar la acción de la iniciativa privada, disminuir en términos reales la capacidad adquisitiva de los salarios en pro de mejores prestaciones sociales que generan empleo, ha sido en general el marco de actuación de algunos Gobiernos.

Un denominador común de los países que actualmente están padeciendo la crisis es el problema del empleo. La conferencia tripartita celebrada en Bruselas en noviembre de 1978 sobre el empleo en la CEE, que reunió a los miembros del Consejo de Ministros y a los representantes de las organizaciones patronales y sindicales, llegó al acuerdo de que los nuevos empleos han de crearse mediante una política activa de desarrollo económico, mediante un aumento de las inversiones y una mejora de la competencia. Simultáneamente, a finales de 1978, la Organización Internacional de Empresarios (OIE), reunida en Noordwift, señalaba que la única solución al problema del paro de los jóvenes, como del paro en general, reside en un crecimiento económico «constante y sostenido».

Impacto del descenso de productividad

En España, el problema se ha agudizado más. España, a pesar de la crisis por la que atraviesa en los últimos siete años, fue en 1979 un 12% más rica que en 1974, y esa mayor riqueza se ha producido con una caída del empleo próxima a un 10%. Quiere esto decir que cada trabajador ocupado produce un 20% más de bienes y servicios que en 1974. Durante los dos últimos años, en nuestro país se han perdido casi 500.000 puestos de trabajo. Esta situación se ha visto agravada por el hecho de las diferencias entre los aumentos de las retribuciones horarias en la industria, que en los dos últimos años, en nuestro país, ha sido de un 22%, frente a un 9% en los países de la OCDE.

Una reflexión serena y pausada de la actual crisis española señala que, además de los factores influyentes en el contexto internacional, en el ámbito peninsular ha ejercido un tremendo impacto el descenso de la productividad. Desde que comenzó el despegue industrial y tecnológico de España, la economía española está atravesando la más grave crisis de su historia, tanto por su intensidad como por su duración, como consecuencia de los casi seis años consecutivos en los que se han registrado fuertes tasas negativas de inversión, lo que ha traído como consecuencia su desmoronamiento sin precedentes de nuestro mercado. Esta fortísima crisis de inversión no está basada con exclusividad en el desmesurado aumento de los precios petrolíferos -aunque ha desempeñado un importante papel-, sino que existen otras razones aditivas del proceso contractivo inversor, como son: desconfianza producida por la incertidumbre en la fase ya transcurrida de transición política, incrementada por la aparente falta de capacidad de decisión del Gobierno respecto a los problemas fundamentales de tipo socioeconómico; fuerte disminución de los recursos financieros disponibles a medio y largo plazo; deterioro del clima sociolaboral en el seno de la empresa, y paralización total de los grandes programas de inversión.

En respuesta a esta gravedad por la que atraviesa nuestra economía responde la filosofia del programa económico del Gobierno publicado en septiembre de 1979. Este documento, por primera vez, realiza un diagnóstico sincero de la economía española, expone con gran realismo sus graves problemas y el Gobierno asume la parte de responsabilidad que le incumbe en el deterioro de la situación económica de los últimos años. Menciona también con claridad las grandes líneas de actuación que deberán seguir los diferentes agentes económicos, tanto del sector público como del sector privado, para remontar la presente situación.

En este orden de ideas se encuentran las acciones del Gobierno para imprimir celeridad a la reactivación de las inversiones, como son la aceleración en la puesta en marcha del Plan Energético Nacional y la construcción de las centrales de carbón -real decreto 228/1980, de 18 de enero, sobre medidas para acelerar el plan de construcciones de centrales eléctricas de carbón-, reactivación del sector naval, creación del Consejo de Seguridad Nuclear, plan de electrificación rural, etcétera.

Normativa laboral similar a la europea

También en este marco de actuación, y quizá con mayor urgencia, se encuentran las acciones encaminadas a establecer una normativa laboral similar a la europea, que permita llenar el vacío legislativo existente actualmente, causa fundamental del clima de convivencia laboral en el seno de la empresa y, por tanto, causa de improductividad y de falta de estímulo de inversiones en la industria. El Estatuto de los Trabajadores, próximamente en vigor, va a representar un importante paso adelante de este conjunto normativo. También habrá que regular con carácter de urgencia la huelga y el cierre patronal. En el contexto laboral, el recién firmado acuerdo-marco interconfederal ha venido a representar una directriz estabilizadora en el proceso de negociación de este año, mostrando la capacidad de comprensión y de diálogo por parte de la máxima organización empresarial y de algunas centrales sindicales. En el ánimo de todas las fuerzas involucradas en el proceso productivo debe estar disminuir los 171 millones de horas perdidas por huelgas en 1979. Nuestra España no puede soportar bajo sus espaldas otra cifra similar en este incierto 1980.

Si de sabios es reconocer los errores cometidos, reflexionemos. Analicemos todos lo hasta ahora andado, lo realizado, lo que hemos hecho y no deberíamos haber hecho y lo que no hemos hecho y sí deberíamos haber hecho. Miremos el camino que falta por andar, que todavía es mucho. Reflexionemos y colaboremos para poder afrontar con optimismo esta dudosa y sombría década de los ochenta. Para que todos podamos andar los «amplios» y «anchos» caminos de España.

Santiago Sánchez-Cervera y Senra es ingeniero naval y graduado social, catedrático de la Escuela Social de Madrid y director del departamento de relaciones industriales de SERCOBE.

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