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Teoría del cheli

Lo cual que don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, o sea Quevedo, se lo hacía ya de timos, germanías y dichos o párrafos de las hurgamanderas y putarazanas que tanto frecuentaba, y a Torrente Ballester, tronco y académico, le he oído yo explicar muy por su sitio cómo Quevedo, Góngora, Cervantes, Lope, alternan las letras populares con las letras cultas, amalgaman el latín o la mitología, la teología o la retórica con el rollo callejero del momento, evento consuetudinario que acontece en la mismísima rue, y este machihembrado o mogollón de lo uno y lo otro, por junto o separado, es especialmente propio de la literatura española, con perdón, como si dijéramos, o sea mayormente, invento que llega a su esquema dialéctico más ahuevante con la genial parida cervantina, que le hace largar al hidalgo levantadas prosas y al escudero /porquero ruines refranes (en el refrán castellano está, me parece a mí, toda la mezquindad avarienta y obtusa de un pueblo que aún no tenía conciencia de tal, o sea que no había llegado la movida histórica).Rojas en La Celestina (ahora revisitada por el ministro y contestada, en su última versión, por los críticos), el Arcipreste, Berceo, todos aquellos chorvos que pululaban cantidad en el bachillerato, con perfume de flores a María de la compañera de pupitre, se trabajaron igualmente el coloquialismo y la invención literaria del personal, lo cual que Valle-Inclán, tan aurífice de sus propias palabras, explicaba en La Granja del Henar, golpeando la mesa con el brazo que no tenía:

-La palabra siempre es una creación de multitudes.

Don Diego de Torres Villarroel, en el XVIII, se lo monta de calendario, horóscopo y autobiografía, y me parece nuestro primer contemporáneo, por el descaro autobiográfico, mayormente, que es ya un detalle de modernidad, que el individuo como candelabro impar nace con el romanticismo y ahonda en su mismidad con Heidegger, selva negra de la filosofía existencial, hasta el pasota de hoy, que habla en cheli, pasando así del mal rollo tecnoestructural del roneo televisivo. Aquel lindo don Diego, que de lindo tenía poco, es un don Diego de noche en las tinieblas de nuestro XVIII, y escribe en pícaro y en culto -eterna dualidad literaria-, haciéndonos la picaresca de su vida. Larra, Valle, Baroja, sin caer para nada en costumbrismo (Larra se ocupa sobre todo de costumbres interiores, morales, aunque parezca que habla de las costumbres madrileñas), llegan en su momento a la prosa pícara que habla la calle, y acuñan de cada idiotismo una moneda literaria «tan profundamente grabada como una medalla cartaginesa», que decía Baudelaire.

Incluso en los pensadores -Ortega y d'Ors-, incluso en los poetas -Lorca y Alberti- suena la tralla de la parla popular, como cortando rosas con un látigo, entre las metáforas. Rafael Sánchez-Ferlosio, en su Jarama, libro clásico y vivo, levanta el gótico florido del lenguaje hortera madrileño, la catedral novelística hecha de sólo palabras populares.

Hasta hoy, martes. El cheli, a ver si nos aclaramos, tío, que es que no te enteras tron, que lo tuyo es que no es normal, te lo prometo, o sea, no es sino el eterno afluente de la calle a la literatura, la sabia y sabida alquimia de lo pícaro/rockero que el escritor transmuta, haciendo, como quería don Antonio Machado, «de la prosa, otra cosa». Habiendo cantado el jondo más jondo de lo jondo, Manolo Caracol se aliviaba cantándole a Lola Flores La Niña de Fuego, cuando ella, efectivamente, era un fuego niño. De lo hondo másjondo de Quevedo, de lo jondo más hondo de Federico, genial afedericado, surge a veces la voz ronca, chula y eficaz del pueblo, la metáfora golfa, la sinestesia canalla de lo que la vida inventa. Dicen los modernos lingüistas que no hablamos un idioma, sino que el idioma habla a través de nosotros. Que a través de nosotros hable sus idiomas quebrados y cabreados el siempre pueblo de España, tío.

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