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Tribuna:
Tribuna
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Hitler y yo

Leo con alarma en un apasionante reportaje de este periódico que Hitler, para meterle marcha a su país, al nazismo, a la guerra y a la Historia, para meterse marcha a sí mismo, tomaba anfetaminas. Yo también, de tarde en tarde, tomo alguna anfeta para escribir, cuando la inspiración, esa señorita retro con velos y cara de Marisa Medina, no me visita. Los efectos de la anfeta en Hitler, según el reportaje, explican la personalidad del pintor de brocha gorda mejor que los miles de páginas que se han escrito sobre él: rigidez e inseguridad. Yo he escrito alguna vez que consisto en mis medicamentos. Hitler consistía en sus anfetaminas.Desde el otro día que leí el reportaje, todas las mañanas me tiro de la cama como un policía nacional, con loable urgencia, a mirarme en el espejito /espejito del baño, a ver si me ha salido durante la noche el bigotillo chapliniano/ franquista o unos galones en el pijama. ¿Estoy yo rígido, estoy inseguro? El ministro de Cultura ha dicho que, cuando oye las palabras «jurisdicción militar», adopta la posición de saludo, o sea que se pone rígido. ¿Nos ha salido hitleriano don Ricardo, al que yo sólo creía wagneriano (él se confiesa dionisíaco) o es que toma anfetaminas? Espero que no nos suministre Mi lucha en fascículos.

Claro que yo no soy un maniático de la anfeta, ni mucho menos. Tomé a diario, no hace demasiado tiempo, cuando el amor y la poesía de cada día, que pide Juan Ramón Jiménez, empezaron a fallarme/faltarme. Por las mañanas, con la anfeta puesta, me sentía a la máquina algo así como Wagner/Nietzsche. Por las tardes, con la bajada de la anfeta, apenas me sentía Odón Alonso.

Yo es que bebo para recordar. Me dopaba para recordar, porque la inspiración, aunque tenga la belleza provinciana de Marisa Medina, no es otra cosa que la memoria voluntaria o involuntaria, siempre mágica. Lo que aparece en los recuerdos no es nuestro pasado, sino otro presente nuestro que no conocemos. Si algo devuelve la droga (que desde aquí condeno hasta donde la Ley exija, pero no más) es el tiempo más profundamente perdido, y que Proust sólo busca y recobra estimulándose artificialmente, como sabe cualquiera que haya leído, cuando menos, a los gacetilleros de sus biógrafos (Painter, Maurois, Celeste, etcétera). Esto también lo sabía Huxley, pero no quienes escriben sobre/contra droga y drogotas/pasotas desde el aburguesamiento escalafonal y la vieja y dura droga de la priva o alpiste de destilería. Yo es que me dopo para recordar a máquina, o sea para escribir. Claro que mis drogas domésticas son muy sensatas, pacatas, farmacéuticas e incluso propedéuticas. Me va mejor el barbital que la anfeta, y ahora le han quitado al optalidón (la verdadera píldora filosofal de la literatura) su ingrediente más nocivo. Cualquier cosa, un par de cocacolas, una dexedrina, dos leodines, dos optalidones, un pasuma, tres cafés/moulinex a lo Alvaro Pombo, el lúcido/lúdico disco de moda, cualquier cosa, digo, sirve para escribir un par de folios, despachar los artículos del día y, como dice Manuel Alcántara, acuñar un poco de calderilla. Más que entre drogas duras y blandas, habría que distinguir entre drogas -llamémoslas así- creativas, drogas pasivas o pasivizantes y drogas destructivas. Lo dice Baudelaire:

-La droga no le da a uno nada que uno no lleve dentro previamente.

Por eso el café puede hacer milagros en Balzac y destrozos en Vizcaíno. A Hitler no le enloquecieron las anfetas, sino que le sacaron fuera el loco que llevaba dentro de la guerrera. ¿Sin anfetas no hubiera habído guerra mundial? Por si acaso, yo pondría a Carter y Breznev a un régimen de pipas tostadas, que también flipan mucho.

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