Los cuatro supervivientes de la matanza identifican a Fernández Cerrá
La sesión de la tarde comenzó pasadas las cinco. Antes, al igual que ocurrió el primer día del juicio, varios centenares de personas aguardaban pacientemente en la calle para poder entrar en la sala. Entre estas personas había desde quienes portaban pegatinas en contra de las centrales nucleares hasta una chica joven con una enorme bandera española tejida en un jersey negro de lana. Fue ella y un grupo bastante numeroso de jóvenes los que con más entusiasmo aplaudieron a Gloria Herguedas, una de las procesadas, en el momento en que llegó a Las Salesas. Gloria, una mujer de unos treinta años, bajita y regordeta, sonreía a sus admiradores y saludaba a los conocidos.
La señorita Herguedas, al igual que los restantes acusados, muestra en todas las sesiones un semblante risueño, muy tranquilo, hasta el punto que el presidente del tribunal tuvo que amonestarla ayer tarde porque se reía cuando uno de los testigos supervivientes de la matanza de Atocha relataba entrecortadamente cómo iban cayendo sus compañeros al suelo con el cuerpo lleno de balas.Más tarde, su señoría tuvo que expulsar de la sala a Fernández Cerrá, para quien el fiscal solicita treinta años de cárcel, por hacer gestos de burla cuando uno de los supervivientes, el abogado Luis Ramos, le identificó como el individuo que les encañonó y disparó en la trágica noche del 24 de enero de 1977.
Antes de iniciarse la sesión de la tarde, el abogado de la defensa González Frías pidió la palabra para dejar constancia de la indignación que sentía al haber sido amenazado de muerte telefónicamente esa misma mañana. «Alguien que se ha identificado como representantes de un partido comunista, yo no sé ya si era reconstituido o constituido», dijo textualmente, «me ha amenazado de muerte por mi defensa en este juicio. No es que yo tenga miedo, señoría, porque en mis tiempos he sabido lo que eran las checas», añadió, «pero es por mi mujer, que está enferma del corazón y ha sido ella la que ha cogido el teléfono.» Inmediatamente después, el abogado González Frías continuó con las protestas, esta vez motivadas por las informaciones publicadas en torno al juicio en Diario 16 y EL PAÍS. El presidente le interrumpió con energía diciéndole que no era el momento de escuchar un mitin político y le ordenó guardar silencio.
"Noté algo raro en las caras de mis compañeros"
Tras este pequeño incidente comenzó el desarrollo normal de la vista. Alejandro Ruiz Huertas, abogado, uno de los supervivientes de la matanza, fue el primer testigo que prestó declaración: «Serían las 10.30 de la noche cuando acudí al despacho de Atocha, 55. Teníamos una reunión profesional en la que íbamos a tratar problemas de los barrios abogados de distintos despachos. Al poco rato llamaron al timbre. No nos extrañó, porque esperábamos la llegada de otros compañeros y Javier Benavides se levantó para abrir la puerta.»
-¿Dónde se hallaba usted situado en ese momento?
-En uno de los bancos del salón, de espaldas a la puerta.
-¿Notó algo extraño en Serafín?
-Sí, yo noté que pasaba algo raro por las caras de los compañeros que tenía enfrente mío. Serafín caminaba de espaldas, como ladeado. Fugazmente vi a otra persona que se, iba a las otras habitaciones de la casa. Nos hicieron agruparnos a un ángulo de la sala, con las manos en alto.
-¿Sintió temor a perder su vida?
-No, al principio. Pensé que si les obedecíamos y hacíamos lo que nos decían no nos matarían. El que nos encañonaba nos preguntó por Joaquín Navarro. Creo recordar que nadie le contestó. Mientras, oíamos ruidos en los despachos contiguos. (En su declaración del primer día, el acusado García Juliá dijo estar revolviendo por esas habitaciones entre los ficheros y arrancando los hilos de algunos teléfonos.)
-¿Cuándo oyó el primer disparo?
_A los pocos momentos. Provenía de esas habitaciones en las que estaba el otro. Muy poco después ya, oí gran cantidad de disparos.
-Cuéntele al tribunal lo que recuerda a partir de ese momento.
-Ibamos cayendo al suelo uno tras otro. Enrique Valdevira, que estaba a mi lado, cayó sobre mí. Yo sentí primero un disparo en el pecho, después otro en la pierna.
-¿Hubo alguna discusión entre el grupo y el agresor?
-No, en absoluto. No cruzamos ninguna palabra.
-¿Alguien de ustedes intentó reaccionar?
-No, nadie.
-¿Mediaron insultos?
-Ninguno.
-¿Recuerda si su agresor estaba tranquilo?
-Sí, tenía una gran serenidad No estaban alterados.
-¿Los disparos sonaron como ráfaga?
-No, eran tiros sueltos.
Amonestación a Gloria Herguedas
Fue en ese punto del interrogatorio realizado por el fiscal y la acusación privada cuando la abo gada Cristina Almeida llamó la atención del magistrado acerca de las risas de Gloria Herguedas. En ese momento, la tensión acumulada entre los asistentes a la vista estalló en algunos bancos de la primera fila. Una muchacha, que mientras esperaba en la calle había portado una pegatina pidiendo amnistía para los detenidos en el caso Atocha, comentó en voz alta: «¿Pero quién se ha creído que es la gorda ésta? ¿Pues qué quiere, que se ponga a llorar?» Uno de los abogados que asistían como observadores, visiblemente alterado, le contestó: «Fascistas de mierda», a lo que siguió el consiguiente calificativo de rojo, y así sucesivamente, hasta que el presidente mandó guardar silencio.
Declaraciones de Miguel Saravia
Muy similar fue la declaración del siguiente testigo, el también superviviente Miguel Saravia. Insistió en que no hubo ningún intento de agresión, ni insultos, ni diálogo con los agresores. Identificó igualmente a Fernández Cerrá como el «elemento que nos encañonaba y disparó», y relató que cuando oyó los primeros disparos tuvo un acto reflejo de huida, intentó girar en dirección a la puerta, y mientras lo hacía, «muy lentamente, porque estaba petrificado », recibí el primer disparo, que me entró por la pierna y se alojó en el vientre. Entonces caí al suelo, protegiéndome la herida con los brazos y permanecí inmóvil, pensando que así podía contener la hemorragia. Al identificar a su agresor, Fernández Cerrá, Miguel Saravia lo hizo con estas palabras: «Es el sujeto del traje gris y la camisa azul.» La observación sobre el color de la citada prenda provocó exclamaciones de admiración entre un sector del público y risas irónicas en el otro.
"Me parecieron unos pistoleros"
El tercer testigo, Luis Ramos, fue el único que aseguró sentir auténtico miedo desde el primer momento. «Me parecieron unos pistoleros», declaró. «No sé si traían intención de matarnos, pero desde luego llevaban toda la pinta de poder hacerlo.» Luis Ramos sintió el primer disparo en el brazo e inmediatamente corrió a refugiarse contra la pared. «Caí al suelo, mientras vi a un compañero darse con la cabeza contra un banco. En ese mismo instante supe que estaba muerto. Mi primera reacción fue simular que yo también había muerto, a ver si así podía salvar mi vida. Cuando reaccioné ya se habían marchado.»
Después, el presidente de la sala le pidió que identificase entre los acusados al agresor, «Dé la espalda al tribunal y reconozca a las personas del banquillo.» Así lo hizo, y tras lanzarle una durísima mirada a Fernández Cerrá le señaló firmemente con el dedo, mientras decía: «Ese es.» En ese momento, Cerrá hizo un ademán de escapar del dedo firme del testigo, como riéndose. Una parte de la sala respaldó sus chanzas y el presidente ordenó la expulsión del acusado.
Durante uno de los descansos, los procesados fueron saludados por varias personas. El tono de sus conversaciones era tranquilo, alejado de toda expresión que pudiera denotar miedo o preocupación. Uno de ellos era José María Mazarrasa, el que fuera conocido en la Universidad Complutense de Madrid como dirigente de los Guerrilleros de Cristo Rey y asistiera a varios juicios por presuntas agresiones a estudiantes.
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