Entre la tradición rural y la costumbre recuperada
Desde el «jueves gordo» al miércoles de ceniza, como «preparación» a la Cuaresma, el País Vasco vive sus carnavales entre la tradición rural, que aún puede encontrarse con toda su fidelidad en pueblos navarros, como Laznz, Ituren, Irizcun y la fiesta urbana de Tolosa (Guipúzcoa), o la costumbre recuperada en las cuatro capitales vascas. Por unos días los vascos, superando la tensión ambiental provocada por la crisis económica y la inestabilidad política, y ese cierto aire de seriedad, salen a la calle, a las plazas o a las campas para bailar, con las brujas, reírse de su sombra, disfrazar sus problemas y hallar la alegría, el amor y el misterio en la noche del carnaval. Días de vino y rosas.No se ponen de acuerdo los expertos a la hora de situar el origen remoto de los carnavales en el País Vasco. Los más aventurados lo sitúan en el prehistórico magdaleniense. Entonces este tipo de fiestas paganas, mezcla de adoración cósmica, hedonismo y aquelarre, eran conocidas como «feria de los locos». Hombres y mujeres, sin distinción de condición, salían de sus casas, vestidos con pieles de los animales, a quienes usurpaban la personalidad. Entre bailes, comida, abundante bebida y «buen folgar», se adoraba a la Luna hasta el amanecer. La personalidad humana se recuperaba únicamente cuando el cuerpo caía derrengado. Las fechas elegidas eran las primeras calendas de enero.
La cristianización de los vascos borraría todo símbolo mitológico y sentido pagano a las fiestas de carnaval, que adoptarían un tono, por así decirlo, «reverente», más a tenor con la «necesaria» preparación a la Cuaresma.
De los pueblos, la tradición llegó a las urbes muchos años después. En las ciudades, los carnavales adoptarán formas de desfilles y pasacalles, con participantes disfrazados del modo mas informal. La tradición de este tipo de fiestas parece que se perdió en las primeras décadas de este siglo. Los tímidos intentos de recuperación posterior chocaron contra la prohibición expresa de las autoridades franquistas tras el final de la guerra civil.
El fin de la época franquista marcará el renacer brillante de los carnavales en las cuatro capitales vascas. En San Sebastián, los donostiarras han paseado al «Dios Morno» entre el ir y venir de charangas, fanfarrias y carrozas. Los disfraces fueron, una vez más, un reto a la imaginación. Algo parecido ha sucedido en Bilbao, donde el viernes, sábado y domingo las calles han conocido una alegría, una animación y un colorido inusuales. Aquí, el personaje mítico ha sido «Begoño Majadería». Monjas, diablos, travestis, obispos, piratas, supermanes,falconetis, toda la fauna conocida, Don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea, bebés con madre y sin madre y hasta un dios pasearon por el casco urbano de Bilbao entre desfiles de charangas y carrozas. Los niños tuvieron su carnaval «pa chavales yjóvenes», y viejos sortearon la noche para ver las primeras luces del día entre bailes y canciones. Las caras aparecían en la mayoría de los casos al aire. La autoridad gubernativa ya había hecho saber días antes la prohibición de utilizar disfraces «que dificultaran la identificación de las personas».
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