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Carnavales 1980

La autonomía, un tema más de las coplas de Cádiz

ENVIADO ESPECIAL, Al ritmo de tanguillos, popurrís y cuplés; a golpes de martillos sonoros de doble registro, bañados en confetti, serpentinas y papelillos de colores, y en un estado permanente de ligera evitación, que propicia los finos de la tierra al aliarse con un insomnio que crece con los días, los gaditanos viven desde el lunes de la pasada semana una fiesta que no finalizará hasta el domingo próximo. El carnaval de Cádiz vuelve por sus fueros, tras desprenderse de los añadidos que desvirtuaron años atrás su genuino sabor popular. Ha bastado para ello reponerlos en su tiempo, el mes de febrero, después de varios años de prohibición y otros cuantos de destierro en el mes de mayo, bajo la denominación de fiestas típicas gaditanas.

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La memoria colectiva Je lo que fueron los carnavales desde el siglo pasado hasta el Final de la República y una buena labor del actual Ayuntamiento han hecho lo demás. No es de extrañar, tratándose de una población de tradición liberal-republicana, que entre los cambios introducidos figure la sustitución de la «reina» del carnaval por una diosa pagana.Este año el carnaval coincide con la campaña del referéndum sobre la autonomía de Andalucía, por lo que se puede hablar de carnaval preautonómico. Los andaluces cuentan con tener para el próximo año su Estatuto, venga por la vía que venga, pero no sería justo definirlo como un carnaval eminentemente proautonómico, porque sólo está siéndolo discretamente, y en gran parte debido a que el Ayuntamiento de Cádiz instituyó un premio para la mejor letra sobre el tema de la autonomía andaluza.

Encontrarse el sábado pasado en la gran mascarada a Alejandro Rojas Marcos, secretario general del PSA, disfrazado de demonio verde blandiendo un tridente verdiblanco en las callejuelas de los barrios de Santa María o de la Viña podría inducir al error de pensar que el político andalucista estaba haciendo campaña para el artículo 151, cuando en realidad estaba en la misma onda de los miles de gaditanos que esa noche se habían echado a la calle ataviados con las indumentarias más dispares para pasárselo como enanos.

La piel de demonio que se puso encima permitió al señor Rojas Marcos pasar de incógnito ante la abundancia de ayatollas Jomeini que circulaban esa noche, y le liberó del preceptivo rendez-vous a que obligan las relaciones amistosas.

Como contrapunto a tanto ayatollah, un sha ligeramente abatido por el peso de las condecoraciones y de los dólares paseaba su arrogancia entre una nutrida concurrencia de guardaespaldas que exhibían las armas más sofisticadas, para asombro, entre otros, de una tribu de negros centroafricanos sobre los que practicaba una evangelización peripatética un misionero comboniano, mientras a la misma hora Alfonso Guerra, el genuino, disfrazado de sí mismo, repartía propaganda en favor del sí en el referéndum.

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Es verdad que circulaba mucho enmascarado con un pintado en cualquier lugar de su geografía corporal; que, como una aparición, vagaba por las callejuelas un ser disfrazado de artículo 151 atropellado, envuelto de los pies a la cabeza en una gasa ensangrentada; que Fernando Quiñones, en el pregón del carnaval, se disfrazó de senador romano para, a la vez que invitaba a la fiesta, pedir el en el referéndum; que Rafael Escuredo fue homenajeado por las penas en la noche del domingo y que ayer, lunes, se celebró con éxito una fiesta autonómica que, más que enmarcarla en el carnaval, habría que considerarla un apéndice del mismo.

Pero la autonomía no ha pasado de ser un tema más entre los muchos que son recogidos en los tanguillos, popurrís y cuplés, composiciones de una métrica lo suficientemente licenciosa como para dar cabida a hechos o personas de la vida local, nacional o que han rnerecido la atención de los gaditanos a lo largo del año.

Aparte de la mascarada, y por encima de ella, el rasgo característico de los carnavales gaditanos son las actuaciones de las agrupaciones folklóricas: coros, comparsas, chirigotas y cuartetos, de nombres tan pintorescos como «Los pequeños cantores del viena» (el viena es un chusco de pan), «Trigolin y las letras locas», «Paco Sandía y sus zagales jarto garbanzos», «El comandante Custok y los que se tiran al pilón», «Romeo y Julieta y dos que les dan a la chuleta» o «Los simios». El creciente número de agrupaciones, que este año rebasan el medio centenar, es un indicador de la recuperación de los carnavales gaditanos, aunque también puede ser un testimonio de la crisis económica.

A través de las composiciones antes mencionadas, las agrupaciones ponen en solfa todo lo habido y por haber en una especie de fallas musicales, pero sin tracas y sin más sonidos estridentes que el puramente gaditano de las cañas de bambú. Si los árabes sobresalían en la mascarada por la proliferación de ayatollahs, moros de a pie y uríes, su dominio se extiende sin rivalidad posible en lo tocante a las composiciones musicales. Jomeini, cuyo nombre sufre con frecuencia modificaciones verbales, para quedar en Jodeini, es líder indiscutible de la tabla, seguido a cierta distancia por las parejas Falconetti-Jordache, Bárbara Rey-Angel Cristo, Batiste-Pimentó, y ya en solitario, luciendo con un resplandor azulado, el «hombre blanco de Colón». Por temas, sobresalen, además de la autonomía, el paro, la subida de la gasolina y una serie de aspectos de la vida gaditana que van desde la pura instalación de la General Motors al mal estado de la catedral o el peaje del puente de la bahía, sin olvidar el cepo municipal, que parece tener traumatizada a la población.

Por supuesto que Adolfo Suárez no se ha escapado a las chanzas. Un cuplé del coro La Mascarada narra así el final de su confesión ante un sacerdote: «Luego el cura le dijo: "Hijo mío, / como tu pecado fue mortal / debes cumplir la penitencia: / cantar dos veces el Cara al sol a Blas Piñar".»

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