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La intervención soviética, una operacion planificada a largo plazo

Pero el nuevo Afganistán que se quiere construir no va a apoyarse ya ni en el Consejo de la Revolución, ni en el Gobierno, aunque ambos instrumentos políticos se mantengan aún. La fuerza la tiene el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), que en estos momentos se reorganiza en base, fundamentalmente, a los parchamistas, que representan la facción más fiel a Moscú, que fueron los proscritos por el régimen de Amin y representan a los grupos intelectuales en las ciudades urbanas, mientras los khalq son más fuertes en los sectores rurales. La restauración de sus filas, mermados principalmente en los cuadros, en un país donde el movimiento comunista era reducido, la tarea no es fácil.Se ha celebrado en estos días un pleno del Comité Central, que adoptó la resolución sobre unidad organizativa del partido. Según sus propias fuentes: «Nuestro mérito principal es que ahora no hay facciones, somos un partido único y unido», el 90% formado por el parchamista. Han sido expulsados, y en algunos casos encarcelados «por delitos comunes», la mayoría de los khalq, seguidores de Amin. El Comité Central está compuesto por 36 personas y ocho candidatos El Buró Político tiene los siete nombres más representativos actualmente, del país, desde Karmal hasta Panjsheri, que ocuparon puestos importantes después del 27 de abril de 1978. Por ahora sólo funciona el Buró del comité de Kabul, y se están renovando los dirigentes del partido en las veintisiete provincias restantes, con el fin de preparar el congreso del partido, que se celebrará, probablemente, en abril, coincidiendo con el segundo aniversario de la revolución

También ha quedado formado el Consejo Revolucionario, que posee funciones legislativas, compuesto por 57 personas, donde figuran algunos sin partido. También en el Gobierno actual figuran como «apartidistas» los ministros de Agricultura, Comercio y Salud Pública. La principal misión que realizan ahora los dirigentes del partido es mantener conversaciones con representantes de distintos círculos sociales y religiosos con el fin de organizar el Frente Nacional.

Parece incongruente que en el último reparto de cargos figuren repetidamente nombres que ya estuvieron con los dos presidentes anteriores, y algunos de ellos, como Ismail Danesh, con la misma cartera de Minas e Industria, junto a Taraki, Amin y ahora Karmal. Curioso también que el coronel Aslam Watanjar, que ocupó tan «decisivo» puesto de ministro del Interior con el Amin de las represalias, haya vuelto ahora como ministro de Comunicaciones; bien es cierto que en los últimos meses fue excluido del Gobierno junto a otro coronel, Masdooyar.

Ambos habían tenido decisiva participación en el golpe de Estado contra Daud. Watanjar mandó personalmente los tanques contra el palacio presidencial.

Cuando prácticamente aún no ha comenzado a gobernar su país el presidente Babrak Karmal, ya se comenta su posible sustitución, para lo que habrá que esperar algunos meses, hasta ver la evolución de los próximos acontecimientos.

Observadores extranjeros en Kabul nos dijeron que en esta última operación soviética de recambio «Karmal no era precisamente la persona más idónea, aunque tal vez fue elegido por el Kremlin para maniobrar sin problemas en las primeras decisivas intervenciones».

Se barajan los nombres de dos generales, Qader, miembro del Comité Central y del presidium del Consejo de la Revolución, quien, siendo ministro de Defensa, fue puesto en prisión por el otro candidato para la sustitución de Karmal, el general Watanjar, cuando éste fue ministro del Interior. Dos civiles: Jalalar, ministro de Comercio, y Wakil, ministro de Finanzas, se presentan también con posibilidades. Wakil estaba en la Unión Soviética exiliado y regresó de forma clandestina para preparar el último golpe de Estado.

De los tres pilares en que se asentaba el régimen anterior: el Ejército, desmoralizado; el partido, dividido, y una policía verdadera dueña de la situación, según la propaganda oficial, esta última ha sido totalmente desmantelada. Recientemente, por orden del Gobierno, se abolió la KAM, policía política. En su lugar, ahora los controles en edificios públicos, hoteles determinados, bares y restaurantes son llevadas a cabo por jóvenes, la mayoría estudiantes universitarios, algunos de los cuales están aconsejados por compañeros soviéticos, quienes ejercen con diligencia su papel de asesoramiento.

La población del país

Los cimientos para la creación del nuevo Estado se van consolidando en su forma administrativa, aunque el país aún sigue paralizado. El 90% de los funcionarios han sido cambiados en algunos ministerios, y prácticamente los amanuenses se han quedado sin trabajo; el ciudadano analfabeto que se acercaba a un pequeño tenderete a la puerta de los edificios oficiales para que le rellenaran cualquier solicitud, ahora sabe que es inútil, todavía nadie le va a resolver nada por muchas peticiones que le escriban.

Este pueblo, fundamentado en el inmovilismo religioso y social, que durante siglos ha presumido de ser un país prohibido, feudal y de tradición sunnita, y cuyas únicas preocupaciones son la mujer, la tierra y la religión, donde el 90% de los hombres y el 95% de las mujeres son analfabetos, es uno de los países más pobres, pero con unas posibilidades económicas relativamente buenas y con futuro, pero, mientras tanto, tiene una tasa de mortalidad infantil de 139 por mil.

De los veintiún millones de afganos, diez viven en áreas rurales, y tres millones son nómadas, muchos de los cuales,en la primavera se trasladan a los pastos de Pakistán, para regresar en el invierno a sus lugares natales.

En relación con esta trashumancia, el actual ministro de Fronteras, Faiz Mohamed, ha acusado a Pakistán de crear el problema artificial de los refugiados afganos: «La emigración», dice, «siempre se aceptó, pero últimamente los paquistaníes no dan permiso a muchos para regresar y algunos son detenidos.»

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