Una villa borrada: Azaña, en la provincia de Toledo
Toledo es asiento y corte de un poema épico anónimo escrito hacia 1250 en alto medio alemán y conocido bajo el título de Biterolf y Dietleib (dos reyes españoles legendarios). A lo largo de sus 13.5 10 versos se narran las aventuras del viaje de Biterolf desde España a la corte de Etzel (Atila), así como las de su hijo Dietleib, que sale más tarde en busca de su padre, para, finalmente, regresar juntos a su residencia toledana, donde Biterolf vive con su mujer Dietlint y 8.000 o más caballeros a su servicio. Cerca de su capital, de Toledo, se alza «una montaña en la que el arte de la nigromancia tuvo su origen», se nos dice, y el autor agrega que tal arte (list) todavía se practicaba y leía allí en su tiempo. Pero no es a esta relación de Toledo con la nigromancia a la que ahora voy a referirme, sino a otro pasaje del «epos» que acaso pueda mover a las autoridades de nuestra reciente democracia a deshacer un grave entuerto. Aunque la saga de Biterolf y Dietleib «nada tenga que ver con España», según afirmación del conocido historiador de la literatura alemana De Boor, sin embargo, el hecho de que se sitúe la corte del héroe en Toledo no obedece sin duda a algo meramente casual o arbitrario. En todo caso, el poeta anónimo parece estar familiarizado con la geografía de Toledo. La espada de Biterolf, llamada Schrit (la Adelantada), fue forjada por un buen artífice (smidemeister guot) de nombre Mime el Viejo (er hiez Mime der alle), que residía en Azzaria, a veinte millas de Toledo (er saz in A zzaria / von Tolet zweinzic mile).
Mi curiosidad por saber qué lugar podría ser este que así aparece mencionado con tanta precisión en estos dos versos del poema anónimo alemán de mediados del siglo XIII, me llevó a consultar inmediatamente el tesoro geográfico de Madoz. Por la distancia (dada probablemente por el poema en millas romanas) y la casi equivalencia del nombre, el topónimo en cuestión parece identificarse bastante bien con Azaña: «v. con ayuntamiento de la provincia y diócesis de Toledo (5 leg.), partido judicial de Illescas». Añade el Madoz, entre otras cosas, que «bañan la villa dos arroyuelos, el uno q6e baja del término de Illescas, seco la mayor parte del año, pero perjudicial en sus avenidas, causando daños en las huertas y sembrados inmediatos, y hasta entrándose por las calles, y el otro viene de Yuncos» (Madoz, 3, 207). Según Asín Palacios, Azaña procede del árabe as-saniya, «la aceña», «la noria» (Contribución a la toponimia árabe de España, 2.ª ed., MadridGranada, 1944, p. 79. Cfr. González Palencia, Mozárabes, IV, 90, n.º 115). En la colección de instrumentos publicada por Julio González, el lugar se halla documentado desde 1158. En marzo de ese año, el rey don Sancho dona a su almojarife Bon Iuda cinco Yugadas de tierra en la aldea de Azania, a cambio de la mitad de Ciruelos, que el rey entregó a los hermanos de la recién fundada Orden de Calatrava, presidida por el abad don Ralmundo de Fitero y el monje guerrero de la Bureba don Diego Velázquez, que se había comprometido a defender la plaza de la antigua Oreto. A Ciruelos se retiró don Raimundo, donde murió probablemente en 1163 y se le veneró como santo. El almojarife donante de la mitad de Ciruelos era el magnate judío Jehuda Aben Josef Aben Ezra, que había pasado a Castilla en tiempos del emperador Alfonso VII, donde fue gobernador de Calatrava Don Alfonso le nombró almojarife, cargo que, como acredita el documento, siguió desempeñando durante el breve reinado de su sucesor Sancho III (1157-1158). En 1176, el rey Alfonso VIII da a la catedral de Toledo dos villas, a saber, «lleskes et Fazaniam», concesión que se confirma en 1180, junto con la plaza fuerte de Alfamin (Alamín), y en 1184. Un año más tarde, en 1185, por
(Pasa a página 10.) (Viene de página 9)
consejo del arzobispo de Toledo, don Gonzalo Pérez, la catedral adquiere, por la cantidad de quinientos áureos, la heredad de Fazania, posesión del en otro tiempo «almoserifo Auen Azara, dicto Bon Iuda». (Véase Julio González, El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, I, página 135, y 11, páginas 70, 434, 558, 735 y 757.) La f de los últimos pasajes se debe a una ultracorrección latinizante de los escribas de Alfonso VIII. En 1175, Elvira Pérez, hija del conde Pedro Alfonso, da a la Orden Militar de Santiago todo lo que su padre había poseído en Toledo y en la villa de Azaña (J. Luis Martín, Orígenes de la Orden de Santiago, 1170-1195, páginas 115-116).
Por más que hojeé el Diccionario Geográfico de España, en diecisiete volúmenes -publicado desde 1956 a 1961 por Rafael Sánchez Mazas y dedicado «al Excelentísimo Señor don Francisco Franco, Jefe del Estado Español», por los editores-, no pude encontrar el nombre de la villa de Azaña. Esta obra, aparte de su extensión, no es ninguna maravilla. Pero como se ha nutrido ampliamente del Madoz, me resultó ya bastante extraño que se hubiera omitido la localidad. El misterio me lo reveló inmediatamente el historiador Julio González en Cuenca, donde nos conocimos personalmente con motivo de un congreso de medievalistas. La villa de Azaña existe, claro que sí, pero en la guerra civil española, al ser tomada por las tropas de Franco, se le borró el nombre por coincidir con el de don Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española desde 1936 a 1939, y se le impuso el del regimiento que la ocupó, llamándose desde entonces Numancia de la Sagra. Y, en efecto, este es el nombre con el que figura en el diccionario ofrecido al general Franco por los editores, bajo los auspicios del secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz. Pero -oh, asombro- en el artículo dedicado a la nueva Numancia (vol. 13, página 21 l), muy flojito por otra parte y sin firma del autor, se silencia el nombre primitivo y verdadero. Sin duda se le quiso borrar del mapa. Y así tampoco figura en el Indice toponímico del atlas nacional de España, publicado por el Instituto Geográfico y Catastral, de 1965.
Si identificamos, como parece lo más verosímil, la Azzaria del poema épico alemán con nuestra Azaña, es evidente que la villa, hacia 1250, tenía su importancia como asiento de una familia de herreros productores de espadas bien templadas. Las famosas armas toledanas no se forjarían tan sólo en la capital, sino también en otros puntos de su territorio, como este de la villa de Azaña. Se dice que hay allí actualmente una herrería. Ojalá pudiéramos asociarla con la tradición de Mime el Viejo, forjador de la espada que blandiera Biterolf. De todos modos, la mención de la villa de Azaña en el «epos» alemán del siglo XIII es testimonio claro de una fama que bien desearan para sí muchas ciudades. Sería, pues, muy cuerdo que en este año, en que se conmemora el primer centenario del nacimiento de Manuel Azaña (a tal señor tal honor), se le devuelva a la villa en la provincia de Toledo su antiguo nombre, injustamente usurpado.
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