De poder a poder
EL MENSAJE de la Unión del presidente de Estados Unidos, difundido este año excepcionalmente antes de ser pronunciado en la sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes, contiene todas las líneas de firmeza y combatividad de que viene dando muestras el presidente Carter desde el inicio de la crisis mundial. Y una afirmación muy sostenida: la de que Estados Unidos tiene el mayor poder del mundo y no está dispuesto a renunciar a esa posición.Aunque el adelanto del texto se atribuye generalmente a fines electorales -y, efectivamente, Carter ha tenido un excelente resultado en las preelecciones de lowa sobre Kennedy-, es muy posible pensar que la coincidencia buscada sea, sobre todo, la de los vuelos de los grandes bombarderos B-52 en una alerta especial, y a lo que parece permanente, sobre el golfo Pérsico y el océano Indico, por donde navegan unidades deguerra soviéticas -unas veinte, a lo que parece, también en estado de alerta-. El almirante americano con mando sobre esa zona ha dado un eco a las palabras de Carter con otras de la misma prepotencia: «Nuestro país puede llevar la fuerza a cualquier parte del mundo.»
No cesan de escucharse palabras Similares en la URSS. Desde la supresión de los envíos de cereales, el Kremlin, sus radios, su prensa y sus militares no cesan de emitir la misma idea: la URSS es un Estado de primer orden mundial, no se le puede tratar como a una nación subalterna, y puede dar muestras en cualquier momento de su capacidad de primera potencia. Caben pocas dudas de que la detención y destierro del profesor Sajarov, probablemente el primero de los «disidentes» notorios -su principal informe de carácter político es de 1966-, supone un desafío, una afirmación de decisión y de firmeza, lo cual no le quita nada de su brutalidad. Puede tomarse como un indicio más de que la parte más dura del complejo político-militar que dirige la URSS ha tomado el mando por encima de Brejnev. Y, como una muestra de la «guerra fría» en su aspecto interior, las purgas, las persecuciones, los aislamientos de los sospechosos de no compartir las teorías bélicas de los Estados.
Con todo ello, la crisis mundial toma su aspecto más clásico, más antiguo, más lamentablemente histórico: el del enfrentamiento de dos grandes potencias, de dos imperios. Los que hasta ahora se consideraban como centros principales de crisis -Irán, Afganistán, la energía- se convierten en escenarios. Los síntomas visibles son los de que se ha llegado a un punto peligroso en la conversión de crisis locales en crisis general: desde la posguerra pasada se había ido logrando localizar o circunscribir los temas de fricción a su ámbito propio, incluso Corea o Vietnam lograron tener estas características.
No hay que excluir que, aun en estos momentos, se consiga otra vez mantener bajo control, por las dos partes, la sucesión de crisis, y que sepan contener a sus aliados menores con más esperanzas bélicas -como Pakistán o China- y escuchar a los que proponen una reducción de las tensiones.
España debe ser uno de estos países que aconsejen a Estados Unidos cualquier esfuerzo para el apaciguamiento, cualquier forma posible de detención en la escalada. Pero hay sospechas de que los B-52 que vuelan sobre la flotilla soviética han partido de bases en el extranjero y, desconocemos si entre ellas se encuentra alguna española; y hay indicios también de que tanto Estados Unidos como la OTAN -que en estos momentos está más que nunca subordinada a la voz de Estados Unidos por su comandante supremo, el general Rogers- el aplazamiento de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa que debe celebrarse en Madrid. Todo ello compromete directamente a España, tras la entrevista Suárez-Carter, en la política de acción de Estados Unidos; razón de más para utilizar esta influencia y los elogios a Suárez y su política -reiterados otra vez en el «mensaje de la Unión»- en evitar un paso de las conflagraciones locales a un apocalipsis general, en el que estaríamos, inevitablemente, envueltos. España debe esforzarse en salvar la Conferencia de Madrid, en contribuir al diálogo por encima de toda solución bélica. Cualquier otra actitud puede resultar suicida.
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