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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La tentación de la censura

TODOS LOS gobernantes tienen siempre la tentación de la censura, últimamente, los nuestros parecen resistir con menos fuerza de voluntad, si bien procuran encontrar justificaciones semánticas y caminos laterales que despejen. sobre todo, el nombre, aunque no el hecho. Hay algunos casos flagrantes. El de la película El crimen de Cuenca es uno de ellos. El mismo día en que iba a celebrarse su estreno, en Madrid, la denuncia hecha desde el Ministerio de Cultura al ministerio fiscal la paralizó, iniciando un procedimiento que en el mejor de los casos podrá durar largo tiempo; en el peor, ordenar la supresión de escenas y quizá la de la película en sí. No habrá procedimiento, pensamos, que dificulte su exhibición en el extranjero, donde, como en los antiguos tiempos de la censura directa y clara, se presentará como víctima y se volverá acusatoria para quienes la prohibieron. Está basada en acontecimientos reales de principios de siglo: lo que en ella se relata está comprobado documentalmente. Una vez más, la censura se vuelve contra la realidad por la vía de castigar o silenciar al que la cuenta. haciéndose así extrañamente cómplice. sin desearlo, de quienes en tiempos remotos -por lo menos, cuatro o cinco regímenes más allá de¡ actual- cometieron unas injusticias. y dando así la sensación de que lo que se perpetúa es la injusticia.

Otro caso es el de¡ Teatre Lliure. de Barcelona, a quien le ha sido clasificada como «S» la producción teatral que iba a estrenar, lo cual supone automáticamente él cese de la subvención oficial. El Lliure, premio nacional de Teatro el año anterior, que ha realizado esta temporada una brillantísima campaña en Madrid. no puede ser sospechoso de pornografía, de escándalo o de violencia. Sus trabajadores forman una cooperativa que sobrevive con sueldos minúsculos, por real vocación de cultura dramática. Una retirada de subvención les pone automáticamente en peligro.

Menos visible. pero no menos eficaz. es una forma de subvenciones, facilidades o estímulos que so cubierta de favorecer la expresión cultural en el teatro y en el cine -el libro tiene otros problemas peculiares- está realizando un verdadero dirigismo. una separación entre «buenos» -y «malos». no ya desde el punto de vista de una cultura neutral o de una calidad artística. sino de¡ concepto político que la Administración. o la persona que la representa. y de quien depende este dinero que se va haciendo imprescindible. tiene de los creadores: o de la presión que determinados grupos sociales. herederos directos de la censura antigua, puedan ejercer sobre esa Administración. De esta forma. el Estado -y repitamos que en la mayor parte de los casos no es el Estado. sino la persona y la potencia de los grupos de poder invisibles- se convierte en programador: el público va perdiendo esa condición de la sociedad de elegir sus espectáculos -por la asistencia o la no asistencia- y se va encontrando con una cartelera que no es enteramente la que desearían los creadores. pero tampoco es la que desea él. En las actuales crisis de espectadores de teatro y cine se pueden encontrar rastros evidentes de desaprobación a aquello en lo que no participan.

Menudean otros medios. Leyes arcaicas sobre salas de espectáculos. que producen prohibiciones y autorizaciones provisionales en intermitencia -como ocurre con la sala Cadarso, de Madrid- caciquillos locales que tienen poder de prohibir o de proteger según sus voluntades. sistemas que pesan sobre la abnegada labor de los grupos independientes. que han llegado a tener tal cúmulo de dependencias económicas. que al salirse de los circuitos comerciales han caído en otros quizá más graves...

Censura y cultura han sido siempre palabras incompatibles. Que sea el Ministerio de Cultura el que caiga en la tentación de la censura es una anomalía que debe disiparse.

Este momento, en el que aparece un nuevo ministro de Cultura y en el que, por tanto, están en cuestión algunos de los cargos responsables de esas formas de cultura, es bueno para denunciar esta situación. El nuevo ministro, Ricardo de la Cierva, es hombre que en momentos en que tuvo otro poder menor, y en que las coordenadas generales del régimen eran muy duras, hizo lo que podía por limitar los estragos de la censura. Así, parece en principio que su capacidad para restablecer otras formas, otras costumbres, otra ética en el mundo de la cultura española será la prueba de fuego del nuevo ministro.

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