Aumentan los encargos de espionaje industrial
-¿Detectives Almirante?-Sí.
-Llamo desde la redacción del diario EL PAÍS; querríamos hacer un reportaje sobre el trabajo de los detectives. Mi nombre es...
-Todo eso podrá usted demostrarlo, ¿no?
-Sí, sí.
-En ese caso, puede usted venir a mi despacho cuando quiera.
-¿Por quién tendría que preguntar?
-Llámeme Rodríguez. Simplemente Rodríguez.
El director técnico de Detectives Almirante, simplemente Rodríguez, un hombre maduro, discreto y cordial, ni lacónico ni locuaz, descuelga el teléfono a la izquierda de tres figuras chinas de alabastro que miran untuosamente, como si tuvieran ojos de caramelo. A la izquierda de una máquina de escribir y de un armario-gabinete de madera ocre, que imita a todos los armarios-gabinete anteriormente vistos, en el que hay espacio para un receptor de hilo musical y varios estantes para objetos fácilmente olvidables; cosas que pueden hallarse en cualquier exposición de muebles económicos.
Nadie que llegue por primera vez al despacho del señor Rodríguez después de rebasar tres puertas y una secretaria eventual podrá sentirse tentado de saludarle diciendo: «Roberto Alcázar, supongo.» De él apenas se podrán recordar cuatro dientes de oro, unas gafas calculadas para conferir un toque de intelectualidad y un atuendo fielmente gris. desde el pelo hasta el dobladillo del pantalón, un traje de ciudadano medio, sólo interrumpido por una corbata y un pañuelo de bolsillo, quizá en aplicación de alguna teoría del contrapunto.
-Aquí, Almirante. Dígame.
Cuando suena el teléfono, el señor Rodríguez piensa, ineludiblemente, en alguno de los 2.500 abogados y procuradores que, según consta en las carpetas instaladas en el estante que corresponde, piensan ineludiblemente en «Almirante» cuando necesitan u informe confidencial que pueda resolver un contencioso o una grave duda sobre un hombre o una empresa. Pero también puede llamar un padre de familia para solicitar informes «sobre el pretendiente de mi hija, que es un hombre demasiado mayor para ella y sospechosamente pulcro, para estos tiempos». El señor Rodríguez tiene catalogadas estas peticiones desde hace varios años, y, como suele decir, «en casi un ciento por ciento de los casos, las hacen los padres del novio o de la novia; casi nunca ellos mismos. Desde hace varios años hemos resuelto situaciones que hubiesen podido desembocar en una decepción tal vez irreparable A menudo, nuestro trabajo consiste en prevenir daños que amenazan a nuestros clientes. Veamos: ¿qué datos iniciales tienen ustedes sobre él?»
Después de anotar los datos, las claves del punto de partida, el señor Rodríguez selecciona a uno de sus doce auxiliares de investigación, «porque cada caso tiene su hombre», y rellena las tapas amarillas del futuro informe con el nombre del personaje cuya biografía fundamental hay que conseguir. Luego descuelga el teléfono, marca un número y pronuncia el nombre de uno de sus agentes.
Ver, oír, informar
Hay un hombre a la puerta del garaje. Su gabardina seminueva y su bufanda ocultan parcialmente un cuidado traje gris. Mira tímidamente hacia el interior, como si es tuviese reprimiendo un evidente deseo de pasar al interior. El vigilante se le acerca; el hombre le ha bla entrecortadamente. está claro que necesita ayuda: es un desempleado, seguro que sí. «Verá usted.... busco trabajo como conductor, y tengo entendido que por esta zona del paseo de La Habana hay un señor que se ha quedado sin chófer... Creo que tiene un Mercedes de color granate... un Mercedes último modelo.... automático, creo.» El hombre de la gabardina no va por buen camino. «Debe de haberse equivocado usted, amigo: el único Mercedes de color granate que encierra en esta zona es el de don Manuel, el ingeniero agrónomo: tiene su despacho dos portales más arriba, en el tercer piso. Vaya a preguntar si quiere, pero perderá usted el viaje, amigo, porque don Manuel es uno de esos directores jóvenes que acostumbran a conducir su propio coche, así que ... »Los hombres del señor Rodríguez trabajan aprisa. Un caso favorablemente resuelto puede incrementar ampliamente las 50.000 de nómina. Mientras tanto, el jefe repasa su catálogo de ofertas a la clientela; en él ha procurado resumir los servicios más frecuentes. «Aclaramos las responsabilidades económicas de personas físicas o jurídicas con toda clase de datos probados sobre la solvencia de ciudadanos o sociedades. Elaboramos informes prelaborales relativos a trabajadores de nuevo ingreso o a empresas. Analizamos conductas dudosas relativas a empleados. Vigilamos la aplicación de la ley de Arrendamientos, descubrimos subarriendos ilegales. Buscamos a personas desaparecidas. Documentamos las causas de fuegos y otros siniestros para empresas aseguradoras. Resolvemos cualquier sospecha sobre infidelidades matrimoniales, y ofrecemos toda clase de referencias prematrimoniales ... »
También el espionaje industrial
Después de pensar durante un minuto, decide no incluir la expresión espionaje industrial, aunque podría haberlo hecho. No sería la primera vez que un fabricante de piezas de automóvil quisiera saber cómo un colega de la competencia consigue vender a mitad de precio las que pone en el mercado. Y, según él acostumbra a decir, «en ocasiones hay que hacerse pasar por un empleado más para observar el procedimiento de fabricación de un producto farmacéutico, o el modo de conseguir una aleación, o el funcionamiento de una máquina que termina mejor determinadas piezas: de cuando en cuanto tenemos que conseguir fotografías de la máquina-clave, incluso sus planos. Disponemos, como es lógico, de cámaras fotográficas con toda clase de complementos, desde teleobjetivos para vigilar conductas, hasta emisores de rayos infrarrojos para fotografiar en la oscuridad, y de gonios para seguir a coches, gracias a un pequeño receptor de radio con dial de frecuencia modulada. De todas formas, no es fácil seguir a un coche con esta dichosa circulación; claro que mucho más dificil es localizar a un desaparecido: el grado de dificultad resulta inversamente proporcional al número de días o de meses en que no se tienen noticias de los buscados. Los ciudadanos que se ocultan deliberadamente dejan huellas cada vez más claras cuando pasa el tiempo.» Esta mañana, un agente investiga el doble juego de un grupo de ejecutivos decididos a fundar una empresa que acapare el mercado de aquella para la que ahora trabajan; otro sigue las huellas de un representante que probablemente, está vendido a la competencia; el tercero. busca pruebas que delaten a un marido infiel, y que permitan a su mujer una ventajosa separación matrimonial; en el paseo de La Habana, el cuarto acaba de localizar el despacho de un hombre cuya localización había sido encargada varios meses antes...
Datos para un "dossier"
Hay un hombre a la puerta del despacho. Va correctamente vestído: traje gris, corbata, pañuelo blanco de bolsillo. Sus ademanes demuestran un alto grado de resolución; probablemente será un negociante, uno de esos directivos acostumbrados a poner condiciones o, cuando menos, a discutirlas. «¿Don Manuel? Necesito verle urgentemente.» La secretaria tiene órdenes de decir: «Don Manuel está reunido», pero el visitante habla de urgencia, de un avión que tendrá que tomar con destino a Mallorca y de varios millones de pesetas. Sí, don Manuel podrá recibir al señor. Pase usted por aquí.Como había dicho el vigilante del garaje, don Manuel es un directivo joven, cuyas senas personales anota mentalmente el hombre del traje gris con toda atención. «Vendrá usted a verme por un asunto de aguas, ¿no? Sí, por un asunto de aguas en Mallorca, o, mejor dicho, vine a verle para anunciar la visita del jefe, que estará en Madrid hasta última hora de la tarde. («Estatura aproximada, 1.75; voz agradable; acento andaluz; aparenta unos 36 años; lleva una alianza de oro en el dedo anular de la mano izquierda; fuma tabaco inglés; usa encendedor francés y pluma de laca roja.») Esto les todo: mi jefe vendrá a verle sobre las cuatro.
Ningún jefe irá a ver a don Manuel. «Lo habrá pensado mejor», se dirá el joven directivo. De regreso a la agencia, el investigador se preguntará una vez más sí no sería razonable llevar un arma de fuego, aunque actualmente el asunto de las licencias de armas esté tan difícil: los detectives no tienen mayor derecho a ir armados que otros ciudadanos cualesquiera, así que... Pero, volviendo al servicio, que el tal don Manuel es la persona buscada.
En el despacho de «Almirante», el señor Rodríguez ha tenido que interrumpir el informe sobre la localización de un hombre desaparecido en una provincia, y hallado en el paseo de La Habana. Un matrimonio quiere encomendarle el esclarecimiento de un misterio inquietante. «Creemos que los chinos nos acechan: siempre tenemos cerca a uno o a dos. En el autobús, en el ascensor, junto a la butaca en el cine, en la iglesia.» Tiene que haber gente para todo: otros días denuncian a los extraterrestres que les persiguen, o los pavorosos crimenes que se cometen en un hospital. Gente para todo...
La mañana ha sido movida: siete llamadas telefónicas desde bufetes y asesorías jurídicas, dos informes completos y la confirmación de que el investigador nuevo trabaja bien. Ya lo ha dicho él muchas veces: a los detectives les hace la práctica, dos o tres años bastan para formar a un buen profesional, a un auxiliar de investigación, se entiende. Llaman a la puerta. Será el último cliente, o un periodista, ¿no llamó por teléfono un periodista a primera hora?
«El señor Rodríguez, supongo. »
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