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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lección de antiteatro

La noche de Molly Blomm es una escritura sobre el famoso último capítulo del Ulises, de Joyce: los pensamientos, a veces inconexos, a veces coherentes, de una noche de insomnio. José Sanchís, que ha hecho la escritura con intención dramatúrgica, dice en el programa que es una traición, consecuencia de una serie de infidelidades, al texto original. No importa. La nueva escritura es eufónica; las infidelidades consisten, sobre todo, en darle más coherencia de relato y en procurarle una cierta teatralidad, dentro de un sistema de antiteatro: el monólogo largo, la casi inexistencia de la acción.Es curioso que este experimento de El Teatro Fronterizo coincida en las carteleras con otro ensayo de antiteatro, el de la versión en monólogo de Cinco horas con Mario, que se ha convertido en un éxito comercial. La obra de Delibes apela a circunstancias más directamente españolas, a temás más inmediatos; esta Noche de Molly Blomm, a situaciones permanentes del ser humano, a un cierto fluir del subconsciente.

La noche de Molly Blomm, de James Joyce

Versión y dirección de José Sanchís. Intérprete: Magüi Mira, con Manuel Dueso. Escenografía de Ramón Ivars. Grupo de El Teatro Fronterizo.Estreno: Centro Cultural de la Villa de Madrid, 11 - I - 1980.

Debería ser también un éxito comercial, sobre todo por la interpretación de Magüi Mira: su manera de bullir en la cama caliente y dura del insomnio, su dicción de un texto difícil dentro del mundo un poco misterioso de la noche perdida; los matices de la evocación lejana -el Gibraltar de su infancia- o inmediata -la tarde de sexo-, el pequeño balance de su vida, el autorretrato, las esperanzas, encuentran continuamente en su voz el tono justo. Quizá mi ignorancia me ha impedido oír hablar antes de esta actriz; espero que todos podamos hablar de ella en el futuro inmediato.

A José Sanchís se le debe la dramaturgia y la dirección, supongo que el invento total. Repito que el texto es aceptable: sigo prefiriendo el original, que puede de nuevo leerse en la magnífica traducción de José María Valverde, que acaba de reeditar Bruguera en libro de bolsillo. Pero insisto también en que hay que independizar esta creación teatral del texto famoso. Su dirección, con una somera, pero justa, plástica escénica de Ramón Ivars -los pequeños objetos diseminados por el suelo forman parte del ambiente-, con las luces bien colocadas y los lejanos ruidos nocturnos, son parte decisiva del éxito.

El público -jóvenes, posiblemente estudiantes en su mayoría, pero también espectadores más habituales de teatro- estuvo satisfecho y aplaudió, con entusiasmo.

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