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De Rossellini al cine de ciencia-ficción

Dos ciclos cinematográficos tienen lugar actualmente en Madrid. El primero, dedicado a Rosellini (Instituto Italiano de Cultura), tiene cierto aire de homenaje; el segundo, al terror y al cine de anticipación (cines Emperador y Lumiére), reúne a un público joven ferviente seguidor de Jodorowski, universal autor de El topo y clásico a su vez en el famoso movimiento Pánico. Ambos se complementan. Cine clásico y modernas aportaciones nunca estuvieron reñidas entre sí, por lo que es de esperar que uno y otro reciban, a su vez, el homenaje de los espectadores por encima de preferencias e edades.Rosellini se halla bien representado en las etapas sucesivas de su controvertida y personal carrera. A su lado, en los títulos de crédito aparecen ya otros realizadores, como el entonces periodista Fellini, que en su día y tan brillantemente tomaron el relevo, dando forma y vida a la época, sin duda, más brillante del cine italiano.

Vida y obra fueron unidas en los filmes de Rossellini, hasta formar un todo difícil de separar o dividir, desde sus filmes primeros de propaganda fascista hasta su última etapa puramente didáctica, destinada, fundamentalmente, a la televisión. Las razones por las que el realizador de Luciano Serra o La nave blanca se convierte en el mejor cantor de la resistencia italiana es preciso buscarlas en el hombre, más que en el cine en sí, de igual modo que las raíces del neorrealismo que inventa lúcidamente por entonces. En Paisa historia con que se inicia este homenaje, Rossellini alcanza la cima de su entender, de su saber hacer, a través de un puñado de cuentos y una serie de personajes anónimos que representan a Italia entera en su postrer compromiso con la historia.

Fuera de su país, a pesar de sus dotes de maestro, se convierte en espectador, ya se trate de Alemania, de Ia aventura de san Francisco de Asís o de la India, aun buscando sus propias raíces en El general de la Rovere, antes de sus apasionadas reconstrucciones históricas.

Más allá de su aventura personal, de sus mujeres y sus filmes, acabó apostando por la televisión, pero aun en campo tan mediatizado la aparición de su Mesias dio pie a polémicas desconocidas hasta entonces. Poco antes de morir aseguraba que el cine había muerto ya. El moría a su vuelta de Cannes, es decir, en la brecha de un arte que amaba por encima de todos los demás, como razón de ser y entraña de su vida, aun en su condición de solitario en la jungla habitual de intereses más o menos comerciales.

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