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Tienda de Argüelles cerrada "por atracos"

La tienda de ropa joven La Caprichosa, instalada en el complejo comercial Galaxia, de Argüelles, ha sido «cerrada por atracos», después de sufrir tres asaltos a mano armada en los últimos tres meses; los dos últimos, en los pasados días 5 y 8. Según comunicó uno de los miembros del personal encargado de la tienda a EL PAIS, existen entre las víctimas fundadas sospechas de que estos delitos hayan sido perpetrados por una misma banda. La cantidad total de la que lograron apoderarse fue de 175.000 pesetas, importe de las cajas de los días en que los asaltos fueron perpetrados.

El día 9 de octubre de 1979, a las 7.30 de la tarde, cuando las dos empleadas de La Caprichosa se disponían a concluir su jornada laboral atendiendo a los que podían ser últimos clientes, dos muchachos de unos diecinueve años, con la cara tapada con un pañuelo, «como los cuatreros del Far West», entraron a la tienda esgrimiendo navajas. Estaban muy nerviosos y apenas dijeron cuatro palabras: «¡El dinero, el dinero! ». Después de que les fuera entregada la cantidad en caja, unas 60.000 pesetas, se fueron.El día 5 de enero, víspera de Reyes, a las 8.30 de la noche, otros tres muchachos, de edades aproximadas a los primeros, irrumpieron nuevamente en la tienda. «También esgrimían navajas y estaban embozados con pañuelos. Su modo de actuar nios hace presumir que pertenecían a la misma banda que los anteriores: pocas palabras, una, cierta precipitación y un afán de concluir pronto la operación. » Esta vez les fueron entregadas 85.000 pesetas: toda la recaudación del día.

Las experiencias anteriores indujeron a las empleadas del establecimiento a una máxima cautela: el cerrojo del local permanecía continuamente corrido y solamente franqueaban la puerta a personas que no fueran sospechosas o que, al menos, no se pareciesen en nada a los navajeros que habían expoliado la caja por dos veces. Poco después de las 7.30 del día 8, «una muchacha de unos veintidós años, de pelo castaño oscuro y vestida con jersey y falda recta, nos hizo un gesto para que la dejásemos entrar. Quería ver una chaqueta a su medida. Descorrimos el cerrojo. Una vez en el interior, se comportó con una tranquilidad exagerada. Estuvo como cinco minutos en el probador y, por fin, dijo que el color no le convencía, y se fue».

«Poco después volvía. Esta vez no le abrimos la puerta; nos limitamos a preguntarle qué quería. Nos respondió que se había olvidado de preguntarnos el precio. Entonces descorrimos el cerrojo y, de pronto, alguien abrió violentamente la puerta: era un chico de unos veintidós o veintitrés años, con la cara descubierta, perilla, delgado y mal vestido, que, en contraposición con su compañera, estaba muy nervioso y nos pedía el dinero, mientras nos encañonaba con una pistola. Nos llevó hasta una dependencia interior del establecimiento y, simultáneamente, la muchacha vaciaba la caja de caudales: unas 30.000 pesetas en total.

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