Schmidt, en España
TRES TEMAS esenciales tiene planteados España en su política europea: el Mercado Común, la OTAN y la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, cuya próxima reunión se celebrará, si la tormenta mundial no lo impide, en Madrid. Los tres temas están lógicamente en el, primer término de las conversaciones con Helmut Schmidt, canciller de la RFA, que ha visitado Madrid en una fugaz estancia oficial de dos días, tiempo que tiene que compartir con el estudio de los problemas directos de su país.La visita que podía ser rutinaria se ha convertido en razón de la crisis mundial en tema de primer orden. Alemania Federal tiene un papel primordial en esta situación: sin hablar de hegemonía europea, término diplomáticamente molesto que no deja de evocar situaciones históricas, la RFA es el puntal más seguro de la política de Washington en el continente. ante la ambigüedad francesa y la falta de fondo británica (a pesar de la firmeza verbal de Margaret Thatcher la base económica y militar y la insularidad de Gran Bretaña le dan pocos puntos en la situación de Europa). El Gobierno de Alemania Federal está en uno de los puntos de origen de esta nueva crisis, con su decisión y defensa de la instalación de misiles nucleares de Estados Unidos en los países de la OTAN. Al mismo tiempo, el Partido Socialdemócrata. gobernante de la RFA, tiene un peso considerable en la Internacional Socialista, que trata en estos momentos de que la situación de crisis no comprometa demasiado la détente en Europa y que las relaciones con los países árabes no se deterioren excesivamente. Ya en España, Schmidt tuvo que modificar y grabar de nuevo el texto de su mensaje de Año Nuevo a su país, y en Madrid está preparando el discurso que ha de pronunciar en el Bundestag al regresar a Bonn, donde el tema de la situación en Asia y las consecuencias en Europa de esa situación tiene un carácter primordial.
Esta preocupación nueva ha debido trasladarla a sus conversaciones con Adolfo Suárez. La posición conocida de la RFA respecto a España es la de que nuestro país debe ingresar en la OTAN y que ese es un paso, por lo menos, simultáneo para el ingreso en el Mercado Común. La posición gubernamental española parece ser la de separar los dos temas: claramente apuntada a la entrada en la Comunidad, íntimamente decidida a la OTAN, pero no expresamente, porque es consciente hasta ahora de que hay unas formas que guardar (un gran debate parlamentario un debate de alcance nacional y, eventualmente, un referéndum). En cuanto a la Conferencia de Seguridad, los dos países parecen partidarios de que se celebre: España, por el protagonismó que le puede dar su condición de país anfitrión; Alemania Federal, por la posibilidad que puede tener en ella de dar una sensación de que la crisis mundial se controla desde Europa y que en Europa tiene un papel primordial. De todas formas, faltan once meses para la celebración de la Conferencia de Madrid, y no es fácil prever el desarrollo de la crisis, que requiere otra rapidez. de aquí a entonces.
En cuanto a las relaciones bilaterales, parecen plenamente satisfactorias. Mientras persisten las dificultades con Francia, que la visita de Suárez a París no pudo disipar enteramente -si es que se lo propuso-, y las mantenidas con Gran Bretaña están ensombrecidas por el eterno problema de Gibraltar, la RFA está en el lado mejor de nuestra política europea. Juegan en ello desde razones psicológicas e históricas, como la admiración de nuestros grupos conservadores por la entereza prusiana y la fascinación por la calidad técnica y científica alemana, hasta la constancia actual de que la RFA ofrece en la actualidad, dentro del caos europeo, una solvencia económica y un modelo de:democracia fuerte. La necesidad española de inversiones alemanas es más fuerte aún que la necesidad alemana de colocar su dinero y vender su técnica a países del área europea. Se trataría, por parte española, de fomentar esas inversiones y de asegurar por lo menos la permanencia, si no el aumento, de los inmigrantes españoles en Alemania Federal, como forma de absorber una parte del paro.
Esta necesidad española no debería, sin embargo, llevar la política exterior española a una adhesión excesiva a las líneas internacionales de Alemania. España necesita una política exterior propia, y la necesita mejor definida de lo que está, menos agobiada por los diversos tirones que dan intereses y departamentos competidores y rivales. La multiplicación de centros de decisión en nuestras relaciones diplomáticas -ya hasta el ministro de Transportes se cree con derecho a hacer su carambola en la mesa de billar- y la ausencia de un propósito claro y definido que sirva de guía a nuestra estrategia internacional no pueden sino contribuir a que las poderosas fuerzas inerciales de orden geopolítico priven a España de su margen de maniobra propia.
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