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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Afganistán: el peligro internacional crece

LA INTERVENCION militar soviética en Afganistán no constituye ninguna novedad en los comportamientos del Krenilin. Desde la invasión de Checoslovaquia -antes la de Hungría- hasta nuestros días, sus intervenciones en Africa, con la ayuda de soldados cubanos, e Indochina han puesto de relieve una y otra vez sus prácticas imperialistas, que en Asia coinciden cronológicamente con un cierto repliegue americano después de su derrota en Vietnam.Según todas las noticias, la acción que ha terminado con el régimen y la vida del presidente Amin, como él lo hiciera meses atrás con el del prosoviético Taraki, ha venido siendo cuidadosamente planificada. El golpe se dio después de una extraordinaria concentración de tropas soviéticas en la frontera de la URSS con dicho país, y todo hace suponer que desde hace semanas los estrategas del Kremlin venían preparando la acción. Esta constituyó un nuevo revés a los intereses americanos en la zona, seriamente amenazados por la situación en Irán y el empeoramiento de la de los emiratos del golfo y la propia Arabia Saudí.

Sin despreciar los aspectos estratégicos, de esencial importancia en la cuestión, pues Afganistán tiene fronteras con Irán, India, Pakistán y China, además de la propia Unión Soviética, es imposible no contemplar, en el sustrato de cuanto está sucediendo, los problemas suscitados por la revolución islámica, cada vez más generalizada. Moscú, que ya en abril de 1978 apoyó abiertamente el golpe que puso en el poder a Taraki, esta, sin duda, seriamente preocupado por la crecienterevuelta que en el interior de Afganistán vienen protagonizando los partidarios de una revolución jomeinista. Los rebeldes controlan gran parte de las zonas rurales y amenazan de continuo a la capital con acciones terroristas. La íncapacidad de Amin para dar una solución negociada a la guerrilla y restaurar la normalidad habría decidido a la URSS a intervenir. Pero está por saber sí el nuevo Gobiérno tendrá más capacidad que el depuesto para dar a la zona en breve plazo una estabilidad que la URSS necesita. El contagio de la rebelión islámica amenaza de otro modo con extenderse y sólo en el Turquestán ruso habitan quince millones de musulmanes.

Mientras tanto, la posición americana es cada día más y más complicada y más débil. Los analistas de Estados Unidos piensan que la rebelión musulmana es imparable y ven en peligro -en el horizonte- la estabilidad de Pakistán - de alto valor estratégico para los intereses de Washington- y la de la propia India, donde un Gobierno más prosoviético no es impensable en el próximo futuro. La cuestión está en saber durante cuánto tiempo podrá el presidente Carter mantener su actual actitud de prudencia frente a quienes le reclaman acciones más enérgicas, mientras todo el Oriente Próximo comienza a ser una tea encendida junto a los pozos de petróleo que suministran la mayor fuente de energía del mundo occidental. A la condena moral que toda intervención militar en un país extranjero merece -la haga quien la haga- se debe sumar por eso, en este caso, la acusación a la Unión Soviética de contribuir a aumentar de manera sustancial la tensión en una zona del globo sometida ya a demasiadas confrontaciones. La intervención en Afganistán es no sólo un acto indigno -lo que, por desgracia, en política importa cada día menos-, sino también una jugada peligrosa para el futuro del orden internacional.

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