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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El ser español

EN UNA monarquía parlamentaria son muy pocas veces, y aun éstas constreñidas de condicionamientos, las que el titular de la corona puede dirigirse a los ciudadanos en un discurso programático o político. La máxima de que el rey, reina, pero no gobierna, y también las especiales circunstancias de nuestra transición política, obligan al monarca a ser especialmente cuidadoso en no encrespar los celos -justificables- de las diversas formaciones políticas y no tomar partido o bandería en sus mensajes al país.El que estas Navidades ha dirigido a través de la radio y la televisión está impregnado de esa necesidad de neutralismo a ultranza, que sólo en ocasiones históricas les ha sido permitido romper a los reyes constitucionales; y ni siquiera cuando lo han hecho han conseguido el bien que perseguían para su pueblo ni han perdurado necesariamente después en el trono.

En su discurso, don Juan Carlos, consciente de las dificultades que atraviesa el país, no ha querido negarlas ni tampoco ha caído en la tentación de ofrecer soluciones mágicas o partidistas. Ha invocado, en cambio, la Constitución como símbolo de las metas a conseguir, y de la ilusión a mantener, y ha reiterado con énfasis no desdeñable la necesidad de respetarla y servirla. El resumen que de los objetivos constitucionales ha hecho merece la pena ser puesto de relieve: garantizar la convivencia democrática conforme a un orden económico y social justo; consolidar un Estado de derecho que asegure el imperio de la ley como de la voluntad popular; proteger a todos los españoles y los pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones; promover el progreso de la cultura y de la economía; establecer una sociedad democrática avanzada. En este simple resumen del preámbulo constitucional se halla contenido, sin duda, un magnífico programa de actuación para la próxima década.

Otra cosa es señalable en el mensaje real, sobre todo, por la insistencia y reiteración con que en él aparece. La alusión a la necesidad de recuperar el «sentimiento de lo español ». «Tenemos un proyecto de vida en común que se llama España», ha dicho el Rey, recordando las palabras de Ortega. Y ha tenido también tiempo para evocar a Machado, cuando se ha referido a que es preciso evitar que las nuevas generaciones tengan que optar «entre una España que muere y otra España que bosteza». Esta recuperación del ser español que entronca directamente con las preocupaciones de los pensadores del 98 y de la generación de los poetas del 27 es, sin duda alguna, una de las más hermosas y acuciantes tareas a emprender por los intelectuales de nuestra época, de todo signo y condición, y entronca directamente con cualquier proyecto progresista de democracia avanzada. La apropiación indebida que de la palabra España, de la bandera constitucional, de los emblemas y simbología patrios han hecho los elementos de la extrema derecha es una de las más graves violaciones y de las imperdonables barbaries sociales que se pueden contemplar hoy en el panorama de nuestra política. La izquierda de este país no debe dejarse arrebatar el legítimo sentimiento patriótico, tan pisoteado y vilipendiado por quienes alardean de él, al tiempo que lo malversan, lo utilizan como ariete o como negocio, trafican, agreden e insultan con él. Y es de agradecer por eso que don Juan Carlos, en su mensaje, haya hecho la llamada a esta recuperación, que en sus propias palabras puede definirse así: «Poner nuestra razón y nuestro corazón de españoles en la razón y el corazón de la historia.» ¡Ahí es nada!

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