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Tribuna
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¿La heterodoxia como opción única?

La heterodoxia, en el amplio sentido que yo suelo dar a esta palabra, es, pienso, una de las características más notables de la vanguardia cultural de nuestro tiempo. Heterodoxia frente a todas las imposiciones dogmáticas, ya sean políticas, académico-culturales, morales o religiosas.Pero precisamente hoy los acontecimientos nos fuerzan a limitarnos a lo que tradicionalmente se ha venido entendiendo por heterodoxia, la religiosa. Nuestra época es evidentemente de disminución en la pertenencia a las religiones establecidas y, a la vez, de surgimiento, por doquier, de nuevas formas de experiencia religiosa, simplemente independientes las unas de la ortodoxia recibida, aunque sin romper con ella, totalmente alejadas otras de institucionalización, erráticas algunas; «supersticiosas», como antes se decía, no pocas. Y hasta cabe hablar de formas tecnológicas, cosmonáuticas, interespaciales de «religión». que recuperan a su modo las antiguas creencias de los hasta siete cielos. Parece indudable. en suma, que asistimos al retroceso de las « iglesias » y al avance de las «religiones».

Algunos «ingenuos» teníamos la impresión de que la jerarquía católica había entendido el fenómeno y se hacía cargo de que, junto a este auge de la nueva religiosidad, se está pasando, le guste a ella o no, y no sin culpa suya, por una crisis de la ortodoxia, la infalibilidad. la autoridad en general. Crisis pasajera tal vez, pero crisis real, con la que hay que contar, que no cabe desconocer y frente a la que de nada sirve, para salir de ella, emprender una contraofensiva de condenas ejemplares y quizá escalonadas.

¿De quiénes? De teólogos de actitud por muchos conceptos admirable en su voluntad, sin más precedentes en toda la historia de la Iglesia que el Jansenismo, de no salir del seno de ella aun discrepando de algunas de tus enseñanzas oficiales y, sobre todo, de su lenguaje. Küng, Pohier -pronto, aun cuando sea con matizaciones Schillebeeckx y los que sin duda habrán de seguirles como «condenados» se niegan terminantemente a salir de la Iglesia. La jerarquía y la Curia burocrático-teológica, por ahora, no les echan. Siguiendo un estilo de hacer las cosas tan sinuoso como poco nuevo, prefieren reducirles al silencio y negarles la condición de teólogos católicos. Los viejos modos vuelven y el Santo Oficio aparece restaurado, rehabilitado, triunfal. Es muy triste para todos los que no vivan en la indiferencia o añoren la involución, para los católicos en primer término, para la causa del ecumenismo, por supuesto, por los no creyentes preocupados también y, acaso más que para nadie, para la Iglesia católica misma.

Tiempos de confusión teológica

Lo discreto, en tiempos de confusión teológica como los nuestros, sería dejar ser católicos a quienes lo quieran, considerar tales a los que a sí mismo se lo siguen llamando. (Y personalmente confieso que a mí esa palabra, «católico», ha acabado por no gustarme nada.) En Roma se ha decidido de otra manera. Hace años se escribió que «Roma ya no está en Roma». ¿Irá a prevalecer allí el espíritu de exclusión? Hasta ahora, la heterodoxia era, para mí, una actitud general de discrepancia frente a la imposición. ¿Tendrá que ser en adelante, contra la Curia, el lema de la defensa de la libertad, de la defensa del pensamiento, y, en suma, la única opción? Los nuevos estilos pontificales parecen preferir publicitariamente las «imágenes» a las «ideas». El deber del intelectual, católico o no, es entender. Entender también los mecanismos audiovisuales de una persuasión vaciada de pensamiento. Y si es católico no olvidar que la heterodoxia de hoy será -de Santo Tomás de Aquino a Galileo- la ortodoxia de rnañana.

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